Este mes de octubre ha sido hasta ahora un “mensis horribilis” para el Papa Francisco.
El Pontífice alabado y mimado por todo el sistema mediático internacional, y con tanto más entusiasmo cuanto más alejados del catolicismo los comentaristas (Scalfari es un ejemplo), ha tenido que soportar la primera contrariedad justamente en su terreno preferido, el de las relaciones públicas: el frustrado Premio Nobel de la Paz. Conociendo la actitud del Comité del Nobel (que había rechazado el reconocimiento a Juan Pablo II, a pesar de sus iniciativas contra la guerra del Golfo, debido a sus enseñanzas sobre la anticoncepción), esto debiera haber sido un motivo de consuelo; no así, sin embargo, para un hombre que tiene en mucho el construir su propio estilo sobre el appeal mediático y gestos en consonancia con el común sentir. Parece que se estuvo cerca de obtener el premio; pero los suecos quieren primero ver resultados, y esperan que Bergoglio concretice las promesas de subvertir la moral sexual. Hasta ahora anuncios, que aún no ha estado en capacidad de cumplir.
El segundo fastidio, en este mismo mes, fue la publicación del libro de Antonio Socci, No es Francisco. Ciertamente no asusta a Bergoglio (tampoco convence al lector de buen sentido) la parte de ese ensayo que profundiza en las minucias del procedimiento para demostrar la nulidad de la elección. Pero la parte de cerrada crítica del modo de conducir la barca de Pedro y en particular el examen de los muchos puntos de ruptura con sus predecesores, representa un pesado J'accuse que Bergoglio entiende ya no es prerrogativa exclusiva de una franja aislada (Socci, por empezar, no ha sido nunca un tradicionalista). El libro es, en materia de textos sobre religión, un best seller en Italia (a pesar de la censura de los Paulinos, que se niegan a venderlo en sus librerías). Y esto da a pensar que no todos forman su opinión sólo sobre la base del número de discapacitados abrazados durante los paseos papales.
Pero la verdadera debacle fue el Sínodo. Desde el punto de vista de la catequesis, se ha hecho ya un daño inconmensurable al catolicismo con la publicación de la primera Relatio: ya se ha instalado el mensaje de que cada uno puede hacer cómodamente sus indecencias con la bendición de la Iglesia; y de hecho la política italiana, siempre atenta a los humores vaticanos, encuentra ahora que es urgente regular las uniones civiles; cosa que hasta el mes pasado le interesaba a muy pocos. El Cardenal Napier habló de un daño irreparable en el sentido de que ahora los bueyes se han desbocado, pese a cualquier documento magisterial que intentase en el futuro volver a unirlos. Por lo tanto, en este marco, la estrategia subversiva de Bergoglio (el hombre acostumbrado a destrozar milenios de doctrina sin argumentar en encíclicas de relevancia magisterial sino a golpes de entrevistas) ha logrado su propósito.
Todo esto, sin embargo, le ha costado un precio incalculable. El Papa ha sido desafiado por su “Parlamento”. Públicamente, abiertamente, en voz alta e incluso con vehemencia. Y desde el momento que, a pesar de toda su perorata de la colegialidad y la libertad de expresión, resultó bien claro para todos su modo de obrar manipulador con el fin de imponer su agenda, así como todos sabían que la primer Relatio estaba acordada con él, la revuelta no ha respetado siquiera el hipócrita convencionalismo de tomársela sólo con sus ejecutores. Los Cardenales le han reprochado directamente a él, al mandante, y no sólo a sus secuaces, de haber causado un grave daño a la Iglesia (Cardenal Burke), o tener que repasar el catecismo (Arzobispo de Kiev); algunos, como Müller, Ruini y Burke, incluso le retiraron el saludo, como lo reportan todos los diarios. Y finalmente, cómo no ver un puñetazo directo al Papa en esta frase de una de las comisiones del Sínodo (Italicus B): "no vayamos en busca de un populismo fácil que adormece y algodona todo".