Nombramientos desacertados de obispos con las consiguientes protestas
Francisco José Fernández de la Cigoña
No es un fenómeno nuevo. Siempre se ha dado en la Iglesia. Era imposible que en todas las ocasiones el Santo Padre acertara con los candidatos más idóneos para el episcopado y no pocas veces el nombramiento recayó incluso en personas indignas del supremo orden sacerdotal. Es por otra parte evidente que el Papa no conoce a la inmensa mayoría de los obispos que nombra aceptando los que le proponen los organismos encargados de la promoción episcopal. Pero hay algo novedoso en estos días. Antes no se conocía a un mal obispo hasta que se conducía como tal. Y, además, era muy reducido el número de los que sabían que un obispo era indigno sucesor de los Apóstoles. Hoy todo eso ha cambiado y en no pocas ocasiones el mismo día del nombramiento muchos saben que una desgracia ha recaído sobre la diócesis. Cabe ciertamente la conversión pero por desgracia no es lo habitual y los malos presagios se convertían en penosa realidad casi siempre.
El cardenal Ouellet ha sucedido al cardenal Re al frente de la Congregación para los obispos. No voy a decir que ha llegado un mal prefecto para suceder a uno bueno. Notables errores tuvo Re y también notables los está teniendo Ouellet. Pero ahora estamos ante una novedad. Se protesta. Y se señalan los motivos por los que esa persona no debió llegar al obispado. Acaba de ocurrir en Francia con el obispo de Rodez y anteayer en Argentina con el arzobispo de Tucumán. Fonlupt se llama el francés y Zecca el argentino. Y la protesta actual es muy distinta de la de los contestatarios de antaño. La hacen personas que aman a la Iglesia, que van a misa y que contribuyen al sostenimiento económico de la institución. Y todos comprenderán que no es lo mismo el enfado de los que están fuera, o casi, que el de los de dentro. Con la irritación de unos no pasa nada pues nada contribuían al mantenimiento de la Iglesia. Más bien a su destrucción. Enojar a los propios es mucho más grave.