miércoles, 21 de mayo de 2014

El Padre Mugica y un doble relato - Mario Caponnetto

El Padre Mugica y un doble relato
Mario Caponnetto 


1. Un hombre, dos relatos
    
Se han cumplido cuarenta años del asesinato del Padre Carlos Mugica, el reconocido “cura villero” o “cura de los pobres” como suelen denominarlo sus panegiristas. El aniversario ha dado ocasión a una desmesurada exaltación de su figura: grandes homenajes civiles y eclesiásticos, derroche de elogios y ditirambos y hasta una de esas modernas gigantografías, que recoge su ascético rostro, insertada en el corazón del pasaje urbano.
    
El Gobierno y la Jerarquía Católica, que no suelen andar muy juntas, esta vez han aunado sus afanes en pro de exaltar la memoria del sacerdote. Es que, curiosamente, Mugica les pertenece en la medida en que ambos, Gobierno y Jerarquía, lo han integrado, cada uno a su modo y con muy diversa gravedad, como veremos, a sus respectivos “relatos”. 
    
Para el Gobierno, en efecto, Mugica es una figura emblemática de ese “setentismo” ominoso y sangriento, metamorfoseado en epopeya, del que ha hecho la columna vertebral de su radical impostura. Es que en esa imaginaria “lucha de liberación” librada por aquella “juventud maravillosa” encuadrada en las “organizaciones combatientes”, en esa falsa épica revolucionaria que reivindica como su pasado glorioso, el relato exige la presencia de un ingrediente “cristiano”. Se podrá preguntar por qué. Porque en ese setentismo real, no el ficticio, y por razones que enseguida examinaremos, una nada despreciable cantidad de católicos (obispos, sacerdotes, religiosas y laicos) dieron su decisiva contribución a ese gran baño de sangre que nos sumió en el dolor y la muerte. Mugica es, en este sentido, el rostro más reconocido (no el único ni, tal vez, al que le quepan las máximas responsabilidades); y esta es la razón del homenaje que hoy le brinda un Gobierno que ha pisoteado hasta el hartazgo la ley de Dios y los derechos de Jesucristo y al que hoy, la emblemática figura del cura villero vuelve a servir de ariete en su renovado odio contra la Iglesia.
    
En cuanto a la Jerarquía Católica, la exaltación no ha sido menor. El Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, al inaugurar la última Asamblea Plenaria de ese organismo, nada menos que en la homilía de la misa de apertura, tuvo un recuerdo especial de Mugica cuya muerte, dijo, “está en la memoria de la Iglesia”. El Cardenal Primado, por su parte, no fue a la zaga: calificó a Mugica de “mártir de los pobres”; la palabra mártir es muy especial y adquiere un sentido muy hondo y sugestivo en labios de un sucesor de los Apóstoles. El relato eclesiástico ha insistido, pues, en presentar a Mugica como un sacerdote fiel a Cristo que en comunión con la Iglesia y el Concilio Vaticano II dio su vida por los pobres: todo un modelo de sacerdote. 
    
Dos relatos, pues, y un mismo protagonista.

martes, 6 de mayo de 2014

Carta Abierta a Monseñor José María Arancedo

Carta Abierta a Monseñor José María Arancedo
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina


Reproducimos a continuación la Carta Abierta que María Lilia Genta dirige a Mons. José María Arancedo respecto de una Homilía pronunciada por él en el día de ayer [Las "negritas" son de nuestro Blog].


Buenos Aires, 6 de mayo de 2014.- 


A S. E. R. Monseñor 
José María Arancedo 
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina 


Excelencia: 

He leído la homilía que VE pronunciara en la Misa de Apertura de la 107 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina en el día de ayer. En ella recuerda VE que está próximo a cumplirse el cuadragésimo aniversario de la muerte del Padre Carlos Mugica, hecho que (son palabras textuales) “está presente en la memoria de la Iglesia”. Añade que el Padre Mugica fue víctima de un asesinato en una época triste de nuestra historia; que “fue un sacerdote que vivió su fe y ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y dolor”; y concluye pidiendo al Señor que, “junto a la verdad y a la justicialos argentinos avancemos por la senda de nuestra reconciliación. Es respecto de este tema, particularmente sensible, que deseo escribirle ahora. 

Hace varios años, más precisamente el Viernes Santo de 1998, en el texto de una de las estaciones del Vía Crucis celebrado aquel día en Roma, se mencionaba de modo encomiástico a las Madres de Plaza de Mayo a las que se ponía como ejemplo. Por cierto que en aquella época las señoras aún no habían perpetrado su asalto y esquilmación del Estado Nacional con los “Sueños compartidos” de la mano del “hijo” (no Jesús, precisamente). En aquella ocasión, junto a otras señoras, familiares de “ajusticiados” en esos mismos años 70, “duros y tristes”, por “jóvenes idealistas” con quienes, como ha dicho el Papa Francisco, seguramente los Pastores se habían equivocado al educarlos y acompañarlos en sus “utopías”, integré una Comisión que pidió ser recibida por el entonces Presidente de la CEA, el hoy Cardenal Karlic, quien accedió a recibirnos y tras la entrevista nos remitió a nuestros respectivos obispos ordinarios. Así fue que, en mi caso y el de otros familiares, fuimos recibidos por el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Bergoglio. 

Monseñor Karlic nos atendió con una cortesía gélida, sin dedicarnos una mirada ni menos una palabra de compasión o de misericordia. No digo hacia mí, que apenas soy hija de uno de esos muertos, pero tampoco para la Sra. Sonia Fernández Cutiellos, madre del Teniente coronel Horacio Fernández Cutiellos, muerto en el copamiento de La Tablada, que al menos era, y es, tan madre como las otras. En cambio, debo reconocer que Monseñor Bergoglio nos recibió con la mayor calidez, comprensión y misericordia, nos ofreció todas las parroquias de la Arquidiócesis para que hiciéramos rezar misas y rosarios por nuestros familiares caídos; sólo nos pidió que no rezáramos vía crucis para no aparecer como oponiendo un vía crucis a otro, recomendación que, al menos en mi caso, se cumplió. Aparte del hecho que acabo de relatar, en los años que siguieron, siempre como parte de asociaciones de víctimas del terrorismo, visité varios Obispos y en todos los casos encontré una actitud cálida y misericordiosa, más allá de lo que cada uno pensara políticamente. 

Pero en esta ocasión, Excelencia, no sólo me acerco al Pastor como hija, ya que lo soy de Jordán Bruno Genta, asesinado en la puerta de la misma casa donde hoy vivo con mi familia (coincidentemente, también hace cuarenta años de su muerte y aún nos estremece leer la carta que nos enviaron sus asesinos, escrita por un cura o ex cura según se evidencia en los conceptos allí vertidos). Esta vez me acerco, sobre todo, como joven de los sesenta y setenta. Me acerco in memoriam de tantos miembros de la Acción Católica en la que milité y de otros grupos católicos a los que también pertenecí. Chicas y muchachos con los que compartí misas, retiros, conferencias, actos públicos, guitarreadas y demás actividades propias de aquella juventud. ¡Cuántos de ellos fueron llevados a matar y morir por la encendida prédica del Padre Mugica y de otros curas tercermundistas! A alguno de esos sacerdotes los conocí personalmente, desde la infancia; es el caso del Padre Ricciardelli con quien compartía parroquia y barrio. 

domingo, 4 de mayo de 2014

San Atanasio - Isaac García Expósito

San Atanasio
Isaac García Expósito


Hoy [2 de Mayo: NdE] la Iglesia celebra la fiesta de San Atanasio, uno de mis santos preferidos, por su sabiduría, fortaleza, valentía y testimonio. Ejemplo de Obispo católico. Más de un ordinario – y de dos– deberían seguir el ejemplo del alejandrino, lo más alejado de lo que hoy se considera como políticamente correcto.

San Gregorio Nacianceno le llama «columna de la Iglesia». Él es el Obispo de Nicea, aunque acudiese como secretario de Alejandro, Obispo de Alejandría, a él le tocó lleva a cabo las resoluciones tomadas en el Concilio. Le declaró la guerra al arrianismo y éste intentó destruirlo.

Nació Atanasio en el año 295, en la misma ciudad donde posteriormente sería Obispo, Alejandría. Cuando tenía 18 años, año 313, fue nombrado párroco de Báucalis, en Alejandría, el sacerdote Arrio; diez años más tarde, este presbítero sería amonestado por el Obispo Alejandro. Mientras, unos años antes (319), Atanasio accedía al diaconado

Acompaña el joven Atanasio a su Obispo al Concilio de Nicea, donde se defiende que el Hijo y el Padre son de la misma sustancia –homoousios– frente a los arrianos que declaraban que el Hijo de Dios no era verdadero Dios, sino un dios de segundo orden.

Arrio intentó zafarse de las acusaciones de herejía, haciendo lo que hacen todos los herejes: liar. Utilizando un lenguaje equívoco, Arrio pretendía que cada uno pudiese interpretarlo como lo creyese más oportuno (innegable la actualidad del tema). A pesar de ello fue excomulgado. Curiosamente en esa época los padres conciliares no pensaban que en la Iglesia cupiesen todas las sensibilidades.

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