viernes, 23 de julio de 2021

¿Adónde nos quiere llevar Francisco?

El método del “encuentro” que propone el Papa Francisco
Daniel Lasa


Este artículo ha sido escrito hace dos meses. Decidí no publicarlo por varias razones. Sin embargo, la promulgación del Motu Proprio Traditionis Custodes me permitió ver que la lectura que propongo del último libro del Papa no es para nada antojadiza. Muy por el contrario, creo que da cuenta de los presupuestos que anidan en las decisiones del actual Papa. El lector podrá juzgar si mi juicio es o no acertado.


El pasado año se publicó el último libro del Papa Francisco titulado Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor. El texto despierta muchos interrogantes. Hoy quiero centrarme en uno que considero vital: ¿hacia dónde propone el Papa Francisco que se dirija la Iglesia?

La cuestión del fin resulta de fundamental importancia cuando se trata de una actividad que se está ejecutando, o de una obra que se desea producir.

¿Cuál es, en la intención del actual Papa, el futuro mejor al que alude?

Francisco propone al encuentro como su objetivo final. El encuentro, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Es que el encuentro, afirma el Papa, nos salva.[1]

Pues bien, el referido encuentro, ¿se establece en relación a una realidad diversa de aquellos que buscan encontrarse? ¿O, simplemente, el encuentro busca alcanzar un cierto tipo de unidad entre los sujetos que van a encontrarse?

En principio, creía que la realidad en torno a la cual había que encontrarse se llamaba verdad. Sin embargo, el método propuesto para este tipo de encuentro no la supone totalmente. Más bien, la verdad va a ser el producto resultante.

Veamos. El Papa, para suscitar el encuentro, propone el método que él denomina desborde. Afirma el Pontífice que, ante dos posiciones opuestas, es preciso elevarse a una síntesis que conserve lo bueno y lo válido de cada una de ellas. De este modo, asumiendo una perspectiva superadora, los contendientes podrán encontrarse.

¿Cómo se opera este acuerdo? Por una solución que surja desde fuera de cada una de las dos posiciones. De este modo, cada elemento quedará desbordado. Luego, se llegará a una posición que va a contener algo de cada uno. No obstante, esta posición superará a ambas posiciones en lo que cada una tiene de propio.

Por el método del desborde, entonces, se llega a una nueva unidad que contiene las dos posturas. Pero esta unidad, aclara el Papa, no equivale a una identidad. Él rechaza esta idea porque la asocia a la noción de exclusión y de diferenciación.[2] La condición de identidad debe ser reemplazada por lo que él denomina categoría mítica o arquetípica.

¿Qué significa esto? Lamentablemente, el Papa no refiere qué entiende por dicha categoría. Solo dice que, mediante ella, puede alcanzarse una unidad a través de la síntesis de las virtualidades denominada desborde.[3] Expresa Francisco: “La solución sobrepasa los límites que confirmaban nuestro pensamiento y hace surgir, como de una fuente desbordante, las respuestas que la anterior contraposición no nos dejaba ver.”[4]

El método del desborde sería aplicado por un conciliador. Esta figura creada (y ejercida) por el mismo Papa, debería explicitar las virtualidades que se encuentran en cada posición para que el encuentro entre ambas sea posible. Pareciera que estas virtualidades residen en cada una de las posiciones que se enfrentan. Si así fuera, cada una de las partes, de modo implícito, estarían ordenadas a encontrarse de un modo necesario.

Antes afirmé que creía que solo la existencia de una verdad objetiva hacía posible el diálogo, que solo ella posibilitaba el encuentro. Pero tengo la impresión que la verdad de cada una de las posiciones en conflicto ya no va a depender de una verdad extrínseca y eterna. La verdad va a ser el resultado de la síntesis de las positivas virtualidades de cada una de ellas. Es decir, la verdad dependerá de la capacidad de las partes de engendrar una síntesis superadora. Consecuentemente, la verdad ya no se sitúa del lado de lo inmutable sino, siempre, en la esfera de lo cambiante.

Pero hay más. En la posición del Papa que rechaza el principio de identidad se esconde la asunción de la dialéctica como principio. Y he aquí la contradicción. En realidad, el método no estaría negando la identidad, sino favoreciéndola. La dialéctica solo estaría taponando la idea de la verdad como una instancia inmutable. La dialéctica estaría afirmando, eso sí, que la verdad existe en su propio movimiento, en su mismo y dinámico hacerse.

En este sentido, el desborde sería el método apropiado para dar cuenta de una verdad que nunca es estática: permanentemente rebosa todo contorno fijo. Cuando la mente humana pretende anclarse, este flujo la anega.

Por otra parte, el Papa cree que, para propiciar el encuentro y el desborde[5], nada mejor que promover los sínodos. Un syn-odos equivale a un caminar juntos: el escenario ideal para el derrame y la construcción de la verdad. De allí se entiende el aumento de sínodos en su pontificado.

El problema que advierto es que este desborde podría llegar a romper la unidad de fe de la Iglesia como consecuencia del abandono de la verdad. En este sentido, el sínodo alemán está haciendo su propio camino. Pero el Papa diría que no hay que preocuparse. En realidad, de las virtualidades presentes en las conclusiones allí extraídas, al contraponerse a otras posiciones, surgirá una nueva síntesis más verdadera.


La verdad, sostiene el Pontífice, no es una realidad inmutable, sino esencialmente dinámica. Por esta razón, en su escrito, se ocupa de caracterizar a los enemigos que intentan impedir su propósito. Los califica como hombres de conciencia aislada, no dispuestos a ceder en sus posiciones, refractarios al encuentro desbordante. El Papa los califica de “rígidos”, de “guardianes de la verdad”, de hombres guiados por el “mal espíritu”.[6]

Todos estos son los cristianos que piensan la verdad desde un intellectus fidei, formulado a partir de una filosofía del ser. Son los que, en lugar del encuentro, establecen la división. Refiere el Papa: “… no les faltan motivos para criticar a la Iglesia, a los obispos o al Papa: o somos retrógrados o nos rendimos a la modernidad…”[7] Y agrega: “Los que pretenden que hay demasiada ‘confusión’ en la Iglesia y que solo se puede confiar en tal o cual grupo de puristas o tradicionalistas siembran la división en el cuerpo. Esta también es mundanidad espiritual.”[8]

A juicio del Papa, ese grupo de hombres son fundamentalistas por cuanto tienen una actitud y un pensamiento único. Se creen que poseen la verdad y solo se ocupan de instrumentalizarla. Frente a esto, el Papa es partidario del discernimiento en tanto esta postura permite manejarse en contextos cambiantes: ya que no hay certezas absolutas sobre las cosas, expresa[9]. Esta última afirmación sería inadmisible por parte de aquellos católicos que consideran que tienen certeza absoluta en lo que creen, además de considerar como absolutamente ciertos los primeros principios tanto del orden especulativo como del orden práctico.

Sin embargo, esta última afirmación resulta perfectamente comprensible desde la lógica dialéctica que subyace en el método del desborde, como ya lo dije.

Por esto presumo que, pese a todos los esfuerzos conciliatorios del Papa, hay hombres que no recibirán la convocatoria al encuentro. El encuentro, que al modo de la dialéctica hegeliana todo lo absorbe, resulta limitante frente a todos aquellos católicos que son calificados de “cerrados” por Francisco.

Me hago una pregunta: ¿qué hacemos con todos aquellos que no resultamos asimilables en la nueva lógica?

Me permito señalar, finalmente, que en la propuesta papal reside una insanable contradicción. Contrariamente a su rechazo de la idea de “identidad”, su propuesta posee una clara identidad excluyente y diferenciadora.

Aquí parece no registrarse la categoría mítica o arquetípica. Gobierna la lógica de una identidad férrea: todo católico, para no ser excluido deberá, sin chistar, adherir a la cultura del encuentro y suscribir sus supuestos filosóficos. Mi hija, de profesión politóloga, me observó que esta nueva Iglesia pareciera una Iglesia “casch all”[10]. Y que, en teoría política, cuando un líder se propone minimizar la carga ideológica que da unidad a su partido con el objetivo de sumar, es porque pretende que dicha unidad se centre en su persona.





[1] Cfr. Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor. Papa Francisco. Conversaciones con Austen Iverigh. Barcelona, Plaza-Janés, 2020, 1ª edición, p. 111.

[2] Cfr. ibidem, p. 107.

[3] Cfr. ibidem, p. 89.

[4] Ibidem, p. 89.

[5] Cfr. ibidem, p. 84.

[6] Cfr. ibidem, p. 73.

[7] Ibidem, p. 73.

[8] Ibidem, p. 74.

[9] Cfr. ibidem, p. 64.

Este lamentable e indigesto opúsculo se presentó en la UCA de Buenos Aires. Sería de esperar que los pocos católicos que aún quedan allí levanten su voz ante semejante disparate. ¿O tendrá razón el amigo que dice que la UCA es la (Ex)Universidad (Ex)Católica Argentina? 
Por otra parte, que triste espectáculo brindan los Clérigos convertidos en perros mudos, frente a los cuáles son los laicos quienes deben salir en defensa de la unidad de la fe.





2 comentarios:

  1. Procuraré leer el libro de Francisco. Pero el lúcido análisis del Dr. Lasa me hace pensar que el Papa NO ES CATÓLICO. Su visión del hombre, del mundo y de la historia es, a mi parecer, hegeliana. Por mucho menos, la Santa Sede condenó a Theilard: al menos en este autor había una presencia de Cristo. Aquí ni cuenta Cristo, ni la Redención, ni la Parusía. MUY GRAVE.
    Mario Caponnetto

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    1. Ya dijo el Papa, en su momento, que "Dios no es católico ...". Fray Gerundio de Tormes comentó en su blog esta expresión, con muy buen criterio y un cierto sentido del humor, que es de agradecer. http://www.blogcatolico.com/2013/10/dios-es-catolico-fray-gerundio.html?m=0

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