miércoles, 20 de abril de 2011

Los adúlteros, Pousa, Masiá y la falta de autoridad eclesial - Luis Fernando Pérez Bustamante

Los adúlteros, Pousa, Masiá y la falta de autoridad eclesial
Luis Fernando Pérez Bustamante


El Tribunal Constitucional acaba de sentenciar que la Iglesia no tiene derecho a no renovar el contrato de una profesora de religión si la causa es que se haya casado con un divorciado. Según el TC, el hecho de que un profesor de religión católica viva públicamente en pecado “no afecta a sus conocimientos dogmáticos o a sus actitudes pedagógicas“. Es decir, si alguien vive en adulterio pero a sus alumnos les enseña que el adulterio es pecado, no hay mayor problema. Eso es, más o menos, lo que viene a decir el tribunal.

La doctrina católica sobre la situación de aquellos cristianos que se divorcian y se vuelven a casar nace de las palabras de Cristo. Nuestro Señor fue claro. Quien hace tal cosa es un adúltero. Y si Cristo llama adúlteros a esos cristianos, la Iglesia no puede hacer otra cosa que confirmar las palabras del Maestro. Podrá gustar más o menos, podrá ser políticamente incorrecto en un mundo donde el adulterio es presentado como el pan nuestro de cada día, pero los evangelios dicen lo que dicen y a ellos nos debemos.

Ahora bien, independientemente de lo que dictamine un tribunal, es evidente que hoy hay una problema grave de credibilidad en la autoridad moral de la Iglesia. Efectivamente, en estos momentos existe una autoridad eclesial que se dedica a permitir que los heterodoxos campen a sus anchas, que admite que haya sacerdotes, como Masiá, que agreden a la memoria de Papas santos, que a un cura que paga abortos y bendice uniones homosexuales le agradece su labor social y le da una palmadita en la espalda diciéndole: “querido, a ver si haces las cosas conforme a la doctrina católica".


martes, 19 de abril de 2011

Libertad religiosa - Juan Manuel De Prada

Libertad religiosa
Juan Manuel De Prada


Allá donde todas las religiones valen nada, es natural que el orden temporal quiera erigirse a sí mismo en religión única


18 de abril de 2011.- Para condenar los actos de hostilidad contra la fe católica suele aducirse ingenuamente que constituyen «atentados contra la libertad religiosa»; cuando en realidad son la consecuencia natural de la «libertad religiosa», tal como se configura en las declaraciones de derechos humanos. La propia Iglesia adoptó el lenguaje propio de tales declaraciones cuando consagró que la libertad religiosa es «inherente a la dignidad de la persona»; expresión barullera que nace de la confusión entre libre albedrío y libertad de acción. La «dignidad inherente a la persona» radica en su libre albedrío; pero en modo alguno en su libertad de acción, salvo que tal libertad la conduzca a adherirse a la verdad y al bien. La «libertad religiosa» es libertad de acción que puede conducir a la persona a adherirse a cualquier secta destructiva o idolillo grotesco; esto es, empujarla a la indignidad más sórdida e infrahumana. Como afirmaba León XIII en su encíclica Inmortale Dei: «La libertad, como facultad que perfecciona al hombre, debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien. Ahora bien: la esencia de la verdad y del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es siempre la misma y no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas. Si la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni la inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario, abdican de su dignidad natural y quedan corrompidas. Por consiguiente, no es lícito publicar y exponer a la vista de los hombres lo que es contrario a la virtud y a la verdad, y es mucho menos lícito favorecer y amparar esas publicaciones y exposiciones con la tutela de las leyes».

La «libertad religiosa» consagra exactamente lo contrario: esto es, concede la tutela de las leyes a todo tipo de creencias, sean buenas, malas o mediopensionistas, de tal modo que todas valgan lo mismo; o sea, nada. Y allá donde todas las religiones toleradas valen nada, es natural que el orden temporal quiera erigirse a sí mismo en religión única, usurpando los atributos divinos y exigiendo adoración. Esto es lo que se oculta bajo la afirmación de «libertad religiosa» contenida en las declaraciones de derechos humanos: puesto que todas las religiones valen un ardite, la única religión valiosa es la que se postula en tales declaraciones; y toda religión que ose contrariar su designio se convertirá ipso facto en una religión contraria a la «dignidad humana». Esto es lo que está sucediendo hoy con la religión católica.


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