sábado, 31 de enero de 2009

Video: ¡Católicos Regresen! (Vea los subtítulos)

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La Iglesia Católica ha mejorado y está mejorando todavía el mundo. Gran parte de los progresos que hoy reconoce la humanidad han tenido su origen en el catolicismo. Miles de instituciones que hoy vivifican el mundo son de origen católico. Por eso, hay que regresar a la fe de Jesucristo, cada día más comprometida, si acaso la hubiéramos olvidado.

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Es posible volver a la única Iglesia que Jesucristo fundó... Somos su familia... Somos católicos... ¡Regresen a casa!.




viernes, 30 de enero de 2009

Revelación e Inspiración (IV) Recapitulando: comprensión de lo ajeno, sin menoscabo de lo propio - Miguel Antonio Barriola

En torno a la “Revelación e Inspiración” en los libros sagrados de las diferentes religiones
Pbro. Dr. Miguel Antonio Barriola


Exposición realizada en el marco de las actividades de la VI Jornada Bíblica "Jesucristo, único Salvador", realizadas en el Seminario religioso María Madre del Verbo Encarnado en San Rafael, Mendoza (2003).


IV – Recapitulando: comprensión de lo ajeno, sin menoscabo de lo propio.

En medio de una cultura obsesionada por halagar las apetencias del consumidor, que se deshace por sumar simpatías para el producto, partido político o club atlético de que se trate, nunca hemos de echar al canasto que Jesús envió a los suyos como “ovejas en medio de lobos” (Mt 10, 16) y les predijo que “serían aborrecidos por el mundo” (Jn 15, 19). También anunció que “del oriente y del occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8, 11). Por tanto, ni la incomprensión, ni el aplauso han de ser criterios de enfriamiento o entusiasmo para la labor misionera. Se ha de anunciar, tanto cuando se experimente la sensación de ser “una voz en el desierto”, como en asambleas multitudinarias y vibrantes, a la manera de las que se pudo ver en Roma y en todo el mundo en el transcurso del pasado jubileo.

Jesús envía a los suyos, sabiendo que unos los recibirán y otros los expulsarán (Lc 10, 6). Y, a la vuelta de sus emisarios, que contaban proezas, sólo les aconseja: “No os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (ibid. , v. 20).

Tampoco Jesús responde a preguntas “curiosas” como: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. El remite a la acción, sin detenerse en elucubraciones que no vienen al caso. “Les dijo: esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán” (Lc 13, 23 – 24).

Lo que nos toca hacer es abrazar la revelación divina en su totalidad, tanto en lo que atañe a la voluntad salvífica universal de Dios (I Tim 2, 4), como a la predicación de su Evangelio a todos los pueblos hasta el fin (Mt 28, 19 – 20).

En la inabarcable providencia de Dios, reflejos de su gloria se han vislumbrado en las variadas culturas y religiones, que han ido constelando la historia y la geografía. Amplitud que no desdice de su precisa voluntad histórica de concentrar sus planes de redención en el pueblo hebreo, para desde él expandirlo por el universo entero.

Entonces, ¿habrá cristianos anónimos, trascendentales, atemáticos y nada categoriales? ¿Tendremos que suponer vías de salvación fuera del Evangelio, otras revelaciones y escrituras muy nobles en tema religioso? Ojalá que sí. Pero eso no quita que la Iglesia y sus fieles tengan que trabajar denodadamente para que el encuentro pleno con Cristo, preparado inmediatamente sólo por el Antiguo Testamento y presentado en su riqueza total únicamente por el Nuevo, se lleve a cabo para cuantos más sea posible.

Así como una madre no se contenta con ver a su hijo “salvado” del raquitismo o de una grave enfermedad, sino que lo quiere robusto y bien desarrollado, en forma análoga no debemos descansar “hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13).

Jamás nos libraremos de ser “signos de contradicción”, como se anunció del mismo Jesús desde los comienzos de su camino por nuestra historia (Lc 2, 34). La preparación para la repulsa en el cristiano no significará una respuesta igualmente violenta, sino la paciencia del Señor de los corazones, que golpea a la puerta, pero sin allanar domicilios (Apoc 3, 20). Los éxitos que se cosechen tampoco consentirán actitudes prepotentes y de fuerza. Ni triunfalismos ni derrotismos, sino trabajo incansable de predicación, sabiendo que sólo OTRO es el que hace fructificar: “Yo planté, Apolo regó, pero quien da el crecimiento fue Dios...Nosotros sólo somos cooperadores de Dios y vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios” (I Cor 3, 6. 9).

Pero, también, apreciando el incomparable don de una revelación definitiva, a la que nada falta y que está consignada sin engaño en las Sagradas Escrituras judeocristianas, todos los que las hemos recibido con fe, hemos de emprender igualmente el camino de la conversión, tanto para ahondar las riquezas que allí están, pero todavía no hemos descubierto, como para rechazar los pecados, también culturales, que oscurecen la irradiación de la luz plena que llevamos en vasos de barro (II Cor 4, 7).

Para ello mucho ayudará el diálogo interreligioso. Porque “la «opacidad» de los «ídolos» de todas las épocas, puede empañar la autenticidad de las «semillas del Verbo» sembradas por el Espíritu Santo en todas las religiones. Ese mismo riesgo puede correr el cristianismo si, en lugar de transparentar a Cristo, presentara prevalentemente las expresiones pasajeras de una construcción humana”[1].

Lo cual significa pedir perdón, como lo hizo Juan Pablo II, en el marco del Jubileo del 2000, pero no menos, apreciar el encargo que el Señor nos ha encomendado, sin esconder la lámpara bajo un recipiente, colocándola antes bien en el candelero.

La tarea del anuncio misionero ha de verse animada con el mismo espíritu con que el Sembrador arroja su grano, sabiendo que será recibido en diferentes tipos de terreno. No será todo espinas ni rechazo. También habrá quienes den fruto, ciento, setenta, treinta.

Por eso, se aplica igualmente a la relación del cristianismo con revelaciones o literatura muy elevada de religiones diferentes o con incrédulos e indiferentes aquello de “lo cortés no quita lo valiente”. El respeto y aprecio de todos esos valores (aprovechables en gran parte por la misma fe cristiana) no ha de paralizar la propuesta de la única manifestación definitiva del Hijo de Dios, contenida de modo divino – humano en los libros del Antiguo y Nuevo Testamento.

Tal es el equilibrio entre evangelización y ponderación de las religiones, que se puede observar en el afortunado discurso de Juan Pablo II a los representantes de las religiones no cristianas, en la nunciatura de Tokio (24 / II / 84): “Sois herederos y guardianes de una visión del mundo consagrada por el tiempo... Ciertamente, en muchas cosas estáis ya con nosotros (cf. Mc 9, 40). Pero nosotros, los cristianos, igualmente tenemos que decir nuestra fe en Jesucristo, proclamamos a Jesucristo...resucitado para la salvación y la felicidad de toda la humanidad. Por lo tanto, llevamos su nombre y su alegre mensaje a todos los pueblos y, al mismo tiempo que honramos sinceramente sus culturas y su tradiciones, les invitamos respetuosamente a escucharlo y abrirle el corazón. Cuando entramos en diálogo, es para dar testimonio del amor de Cristo”[2].


Miguel Antonio Barriola
San Rafael, 9 / X / 2003



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[1] J. Esquerda Bifet, El cristianismo y las religiones de los pueblos, Madrid (1997) 130.
[2] En : L’Osservatore Romano, 8 / III / 84, 10.




Revelación e Inspiración (III) ¿Textos sagrados "inspirados por Dios" fuera de la Biblia? - Miguel Antonio Barriola

En torno a la “Revelación e Inspiración” en los libros sagrados de las diferentes religiones
Pbro. Dr. Miguel Antonio Barriola


Exposición realizada en el marco de las actividades de la VI Jornada Bíblica "Jesucristo, único Salvador", realizadas en el Seminario religioso María Madre del Verbo Encarnado en San Rafael, Mendoza (2003).


III - ¿Textos sagrados “inspirados por Dios” fuera de la Biblia?


1 - ¿De qué se trata?

No el único, pero sí el vehículo básico de esta revelación es la Escritura inspirada, que para el creyente es “Palabra de Dios” con las consiguientes propiedades de verdad y santidad, que fluyen de su autor principal, el mismo Espíritu Santo, “que habló por los profetas”.

Frente a este canal tan sobresaliente de la revelación cristiana han surgido igualmente conatos para justificar, dentro de la teología católica, la extensión del valor “inspiración” a otras literaturas religiosas, dado que también importantes religiones cuentan con sus escritos sagrados, como el Corán para el Islam o los Vedas para el Hinduismo[1].

En un reciente simposio internacional sobre la inspiración de la Sgda. Escritura, tenido en Roma entre el 18 y 2l de setiembre de 2001, se dio cabida a este concreto problema actual, destacándolo ya en la presentación, al publicarse sus Actas: “El tema de la inspiración bíblica es ...de gran actualidad...toca nuestra reflexión teológica y también el problema de la Iglesia actual y nuestra fe. En concreto es importante esclarecer bien este punto también a la luz de los problemas que enfrenta hoy la Iglesia, ya a nivel interno (el problema ecuménico), ya ad extra con las relaciones con otras religiones y con la ética laica”[2].


2 – Los puntos de vista de R. J. Raja, S. J. [3]

El autor, del que nos ocuparemos, ha sistematizado los motivos para extender la condición de “inspirados” también a otros escritos venerados en otros credos como provenientes de especiales intervenciones divinas[4].

Compara nuestro teólogo la relación de preparación del Antiguo Testamento respecto al Nuevo, proponiendo que se considere a los escritos sagrados de otras tradiciones realizando idéntica función. Basado en las “semillas del Verbo” a las que se refiere S. Justino[5] y puesto que muchas leyes o relatos paganos han sido incluidos en la Escritura judeocristiana, concibe que ya en ellos actuaba el Espíritu Santo, la revelación divina”. Y si bien es cauto en atribuir el carácter de “inspiración” a esos libros extrabíblicos, no deja de hacerlo hacia el final.

Previamente será útil aquí manejar los aportes de los análisis literarios de las últimas cinco décadas[6].


A) La extensión social de la inspiración

En efecto, el método histórico crítico (pese a sus notorias rigideces) dio conciencia a los exegetas de que los “autores” de los libros sagrados, compusieron con frecuencia sus obras, recogiendo tradiciones anteriores, que ya tenían un cuerpo independiente al de la obra en que después serían introducidas. Lo mismo dígase de los aportes válidos de la “Formgeschichte” en sus análisis de la prehistoria oral antecedente a la composición de nuestros Evangelios (ver: Lc 1, 1 – 4).

Ahora bien, ¿de qué modo se ejerció la acción divina inspiradora en esas etapas anteriores, cuando ya había cuerpos consistentes de memorias sagradas o anales escritos, que fueron después insertos en nuestra Biblia actual?

L. Alonso Schökel razonaba de este modo: “¿Tenemos que imaginar al Espíritu Santo cruzado de brazos contemplando todo el trabajo literario de los hombres hasta que decide intervenir, justo, justo en la etapa final? ¿Tendremos que considerar inspirado únicamente al colector, al editor que corrigió? ¿Tenemos que suponer que la inspiración amanece en tiempos posteriores, entre el destierro y Esdras?

Las preguntas se responden solas. Una visión tan pobre de la inspiración, que aleja al Espíritu Santo en los momentos más creativos, y le abre la puerta cuando no hay casi nada que hacer, al momento de cerrar la edición, me parece inaceptable. De un modo o de otro tenemos que aceptar la «inspiración sucesiva», como contribución literaria religiosa, allí ha actuado el Espíritu”[7].


B) Los préstamos extrabíblicos

Sin embargo, al referirse a sentencias sapienciales (consejos de Amen- Em – Opet muy similares a pasajes de los Proverbios bíblicos), salmos (muchos de ellos semejantes a himnos de la literatura ugarítica), o narraciones (como el Poema de Gilgamesh y su similitud narrativa, casi al pie de la letra entre Utnapishtim y Noé), Alonso Schökel afirma lo siguiente: “En la etapa profana y neutra, o no israelita, no es necesario postular la inspiración; en la etapa de simple colección, sin contribución litearia, tampoco. Los libros bíblicos han crecido orgánicamente con la vida del pueblo, y el Espíritu Santo no ha mirado indiferente este crecimiento, sino que El mismo lo ha movido con su soplo misterioso y eficaz”[8].

¿Por qué esta diferencia, que para la “etapa profana y neutra” no postula la inspiración? No lo explica el escriturista español y creo que esto da pie a Raja y otros, para extender también a las composiciones precedentes babilónicas, egipcias o de dónde provinieren[9], la colaboración inspiradora del Espíritu Santo.

Así y todo, como ya se apuntó en nota anterior, parece que había una intuición válida en la diferenciación insinuada por Schökel, entre elementos tradicionales del pueblo elegido incorporados por el autor bíblico en su obra y otros de procedencia profana o de religiones diferentes.

Lo explica con acierto P. Grech: “Si hay revelación que está documentada fuera de los libros sagrados también puede haber libros de la Escritura que contienen poco de revelación. Los libros de los Macabeos contienen historia que podía ser conocida por medio de indagaciones. Sin embargo llamamos a tales libros inspirados...Un Pablo recibe revelaciones y las escribe, como hace Isaías. En un profeta o apóstol escritor revelación e inspiración pueden coincidir. Pero, ¿qué inspiración necesita aquel o aquellos que componen revelaciones hechas a otros o que simplemente insertan una glosa o coleccionan escritos o sermones de un profeta? ¿Qué modelo de inspiración podemos atribuir a Qohelet? ¿J, E y P participan de la inspiración atribuida a los que han compuesto el Pentateuco? ¿Podemos comparar la sublime visión del autor del Apocalipsis con la obra de un Marcos, que recoge y redacta material preexistente? Tales preguntas nos hacen pensar que es difícil encontrar una noción de inspiración que pueda cubrir todos los casos arriba elencados. Tal vez podemos encontrar un denominador común, diciendo que la inspiración es el carisma de aquellos que tienen el cometido de componer o completar aquellos escritos que Dios quiere que acompañen a su pueblo en la historia para mantener una memoria viva y una recta interpretación de la revelación hasta la última y definitiva manifestación de Cristo[10].

Una tal descripción de la inspiración necesita una explicación. Todo libro, aunque sea una antología de escritos de otro autor, está guiado por una idea central que lo unifica. Se eligen criterios de composición conducentes a tal fin. Por consiguiente el carisma del autor inspirado, compositor de un libro comprende ante todo una intuición fundamental, después un juicio valorativo o un discernimiento de la validez y adecuación de los medios elegidos para lograr el objetivo prefijado. Tal vez el iudicium requerido por Sto. Tomás, como constitutivo formal de la inspiración se introduce en este contexto”[11].

En tal perspectiva, las citas asumidas por un autor bíblico (Enuma Elish en el Génesis–, Arato en el discurso del Areópago – Hech 17, 28 – etc.) no son “materialiter” obra del hagiógrafo. Su autoría se ejerce más bien en la concepción organizadora total. Así como las piedras, el mármol, los ladrillos o la argamasa no son productos del arquitecto, pero sí que lo es la combinación final de toda la obra de arte[12].

Ya unos treinta años antes de la exposición ofrecida por Artola (véase la nota anterior), G. Perrella aportó sugerencias iluminadoras sobre estos empréstitos, asumidos por un autor inspirado. Explicaba que sentencias de otro pueden llegar a ser palabra de Dios...si son aprobadas por el hagiógrafo explícitamente, o al menos de forma equivalente... Si el autor humano de un escrito inspirado por Dios afirma junto con los suyos dichos de otra persona, evidentemente les da el mismo valor que a sus propias tesis. En otros términos: la afirmación de otro se transforma en suya (del hagiógrafo)[13]. En consecuencia: la inspiración de alguna ley, himno, etc. de origen pagano, que los autores sagrados asumen en sus escritos, no se ha dado con anterioridad a la apropiación misma de dichos elementos por parte de los hagiógrafos. Son ellos quienes revisten tales préstamos con su autoridad, que en último término está inspirada por Dios.

Por lo tanto, dados los análisis de Grech, el compilador final, lejos de ser un mero zurcidor de retazos[14], tiene derecho a ser considerado como “autor”, con una visión propia, la más importante, que combina diferentes ingredientes en una obra unitaria definitiva.

Allí, en la causa final (prior in intentione et ultima in executione), reside el juicio organizativo del todo y sus partes componentes. También en ese punto culminante, con toda justicia, se puede ver concentrado el influjo inspirativo complexivo de parte del Espíritu Santo.


C) Analogías incorrectas

Insistimos en los párrafos precedentes sobre el cuño de “autor”, que imprime el escritor final a la obra que compone, aunque la misma conste de pasajes, más o menos extensos tomados a otros narradores, poetas o legisladores.

Pero no es lícito extender la comparación, cuando datos explícitos lo prohíben.

De ahí que nos parezca inapropiada esta afirmación de Raja: “Se debe recordar aquí que el Antiguo Testamento es un libro judío. En sí mismo no es autoritativo, pero llega a serlo en el contexto cristiano. En este nuevo contexto se convierte en inspirado, autoritativo y así en Palabra de Dios. Se convierte en palabra normativa para los cristianos sólo cuando es leído e interpretado a la luz de Cristo”[15].

Se ha de tener presente más bien que, si bien todo el Antiguo Testamento se encontraba en tensión hacia su culminación en Cristo y por lo tanto, a ser “obra acabada”, aún desde el punto de vista literario, sólo “a la luz de Cristo”, sin embargo, para el mismo Jesús y la Iglesia las obras de Moisés y los profetas eran ya “palabra de Dios”, a la que ellos mismos se remiten y someten. “Escrutad las Escrituras, ya que en ellas creéis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí” (Jn 5, 39). Ahí tenemos el estatuto completo a la vez que abierto del Antiguo Testamento. Lo primero, porque ya antes de Cristo, estaba en él la “vida eterna”, como rectamente creían los judíos, siendo en esto aprobados por Jesús. Lo segundo, porque la misma primera Alianza apuntaba a y esperaba su plenificación en Jesucristo.

Dios ya habló, aunque provisoriamente, como sostiene Jesús: “Dijo el Señor por medio del profeta” (Mt 21, 42). No es, pues, por la aprobación subsiguiente de los autores del Nuevo que el Antiguo Testamento adquiere valor inspirado o normativo para la fe.

L. H. Rivas, refiriéndose a Raja, trae también a colación Hebr 1, 1: “Dios habló en muchas ocasiones y de diversas maneras por medio de los Profetas”, haciendo notar, asimismo, que “la historia salvífica que se consigna en el Antiguo Testamento contiene una genealogía que conduce a Jesucristo, la Palabra hecha carne, y en este punto no se puede comparar con ninguna de las manifestaciones de la acción salvífica de Dios en las otras religiones”[16].

El mismo Rivas, cita muy oportunamente estas precisiones de V. Manucci:
“Reconocer la presencia activa del Espíritu de Dios en los fragmentos y destellos de verdad contenidos en las grandes religiones y en sus respectivos libros sagrados, no constituye una invitación al sincretismo o al relativismo, ni tampoco a la aceptación pasiva de dos tipos de verdad religiosa destinadas a caminar en dirección paralela sin jamás encontrarse. Mientras los cristianos están llamados a descubrir los vestigios de Verdad revelada en los libros de las otras religiones, los no cristianos están llamados a ver en Cristo y las Escrituras hebreas y cristianas el objetivo último a donde caminan sus libros sagrados y las experiencias religiosas genuinas que en ellas se reflejan”[17].

Según ya insinuamos, se ha de tener presente asimismo que una cosa es “revelación”, que el Espíritu puede conceder a profetas y hombres o mujeres elegidos de religiones diferentes, y otra el carisma muy específico de la “inspiración”. Porque, puede darse una auténtica revelación sobrenatural, que carezca, pese a ello, de la capacidad de interpretación y comunicación correctas, sostenidas por el mismo Dios, en quien la recibe. Tal sucedió con los sueños del faraón (Ex 41), sólo aclarados genuinamente por José (ibid. ,vv. 25 ss.) o con las visiones de Nabucodonosor, correctamente descifradas por Daniel (Dan 2, 29 ss.).

Tampoco podemos olvidar que puede suceder con esas revelaciones extracristianas, lo mismo que acontece, a veces, con manifestaciones “privadas” de Dios, aún a personas muy santas dentro de la Iglesia. El destinatario recibe esas comunicaciones, pero, no estando dotado igualmente del carisma de la “inspiración”, para su expresión oral o escrita, en la transmisión de sus visiones pueden deslizarse errores de puntos de vista, cosa imposible en el ejercicio de la “inspiración”. Así, por ejemplo, Sta. Catalina de Siena, creyó oír de labios de la Virgen María, que ella, la Madre de Dios, no había sido inmaculada en su concepción. Evidentemente influyó en el juicio de la santa (o de los amanuenses que transcribían sus trances) la escuela tomista de sus directores, que, siglos antes de la declaración dogmática de Pío IX, negaba la inmunidad de pecado en María Sma., a partir del primer instante de su existencia[18].

La historia muestra, pues, que bien puede darse una “revelación“auténtica, que no vaya acompañada del carisma de la “inspiración” divina para su comunicación.

Así lo evidencian también los aportes de la Revue Thomiste: “Los místicos cristianos ya han dicho qué sufrimientos les causaba la desproporción que ellos experimentaban entre la densidad de su experiencia y el soporte intelectual, sin embargo verdadero, por y en el cual ellos la vivían. ¡Con cuánta mayor razón será éste el caso de quienes tienen una experiencia de Dios en el cuadro de una tradición religiosa no cristiana! Esta experiencia, por auténtica que sea, será necesariamente torcida por las representaciones defectuosas que son su soporte. En consecuencia, una tal experiencia es muy imperfecta, y no es legítimo deducir de una experiencia de gracia la existencia de una revelación (por más que sea privada).

Más todavía, la expresión de esta experiencia religiosa – la única que tiene repercusiones sobre el contenido objetivo de la tradición religiosa – no tendría la garantía de la experiencia misma. Hay que distinguir una experiencia de gracia auténtica, no solamente de la conciencia que se toma de ella, sino también de poder expresarla de una manera inteligible con la seguridad de que eso es verdadero.

Este carisma, que no puede ser confundido con una simple «asistencia» del Espíritu, es otorgado de una manera única a los depositarios de la revelación (los autores de la Escritura). No se puede fundar la validez de una institución religiosa sobre una experiencia mística singular: esto no es posible ni siquiera en el cristianismo, para un fiel, místico auténticamente reconocido, aún doctor de la Iglesia; en cierta medida tampoco es esto posible ni siquiera para Cristo, en la medida en que la novedad de su revelación reposa sobre la preparación veterotestamentaria objetivamente apreciable, que forma con ella un todo[19]...

Se dudará, sin embargo, en calificar de «revelación» en el sentido fuerte de «Palabra de Dios» a escritos que contienen eventualmente elementos (revelados) de verdad, pero siempre al lado de representaciones puramente humanas y generalmente marcadas por el error.

Por una parte, estas «revelaciones», aún cuando tengan indirectamente repercusiones sociales, siguen siendo de orden privado, en la medida en que, a diferencia de la revelación bíblica, que tiene un carácter público y oficial, no están ordenadas de por sí a la constitución del pueblo de Dios.

Por otra parte, no se benefician de la garantía divina aplicada a la totalidad del texto, la única que legitima un acto de fe incondicional – precisamente el acto de fe que permite la constitución de la congregatio fidelium. A este propósito J. Dupuis usa el concepto de inspiración, pero de una manera vaga y demasiado disminuida. De hecho evacua su garantía de inerrancia (o ausencia total de error), recordada, sin embargo, explícitamente por Dei Verbum, 11.

Porque lo propio de la inspiración no es que se la pueda deducir por comprobación de la verdad de lo que se dice, o de que ésta pueda encontrarse, aunque sea de manera esparcida; al contrario: se puede decir que una palabra es muy seguramente verdadera, porque pertenece a un conjunto de libros histórica y concretamente conocidos como inspirados por Dios. Tal es, en efecto, el orden de causalidad que se lleva a cabo en la doctrina tradicional de la inspiración: no: «es verdad, por lo tanto es inspirado por el Espíritu Santo, sino: «es inspirado por Dios en la Biblia e inspirado por el Espíritu Santo, por lo tanto es verdadero»[20].

Gracias a la garantía de la inerrancia – para tomar una comparación bucólica -, el cristiano sabe que siguiendo las enseñanzas de la Sgda. Escritura, tal como son propuestas por la Iglesia católica, está seguro de los buenos pastos y no corre el riesgo de dar con una planta venenosa. Tal no es el caso en absoluto en los escritos de religiones no cristianas donde, al lado de elementos de gracia, el fiel - ¿y cómo podría discernir? – encuentra elementos que objetivamente lo cierran a la verdad.

El concepto preciso de inspiración que maneja la doctrina cristiana, para definir la palabra de Dios – que implica a la vez revelación por parte de Dios e inerrancia de escritos particulares reconocidos una vez por todas por la Iglesia – puede ser aplicado solamente a los escritos religiosos del canon bíblico. Ni siquiera los más santos Doctores de la Iglesia gozan de esa característica, mucho menos los de las tradiciones religiosas extrañas al cristianismo. He aquí, porqué se ha de concluir , sin negar la posibilidad de un profetismo imperfecto en ellas, que estas tradiciones religiosas están «fuera de la corriente de la revelación»”[21].


D) Consecuencias teológicas

Para no confundir y respetar el uso tradicional de los términos, no conviene tributar la categoría de “inspirados” a los escritos sagrados de otras religiones diferentes de la judeocristiana.

Así lo ve un teólogo de la India: “Hablando de inspiración, debemos distinguir entre inspiración numinosa o religiosa e inspiración bíblica. Desde el punto de vista fenomenológico, la inspiración numinosa es aquella experiencia advertida por una persona religiosa cuando está en contacto con lo sagrado o con lo divino y lo expresa, dado que lo considera verdadero, auténtico y significativo, mediante composiciones orales o escritas...Las composiciones orales o escritas de estos hombres religiosos se dicen con frecuencia inspiradas, porque contienen dichos inspirados; los hombres son sus únicos autores. Pero la inspiración bíblica implica que el Espíritu Santo está trabajando como impulso vital, como fuerza que todo lo anima en los acontecimientos y en las palabras contenidas en la Biblia y que las ha llevado a su puesta por escrito. La Biblia es la obra del Espíritu Santo en el sentido directo y real del término. La puesta por escrito de la Biblia hace parte de la estructura complexiva de los acontecimientos guiados por el Espíritu. El hombre y Dios son, a un mismo tiempo, autores de la Biblia. Las Escrituras hindúes (por ejemplo) pueden ser dichas inspiradas sólo en la acepción numinosa del término, en la medida en que contienen palabras de elevado valor religioso pronunciadas por hombres que estaban iluminados”[22].

Iguales perspectivas se pueden leer en B. Forte: “Bajo esta luz, se puede sostener que los libros sagrados de las religiones no cristianas contienen elementos auténticos de la autocomunicación divina, cuyo discernimiento, sin embargo, es posible a los discípulos de Cristo sólo a la luz del criterio que es la revelación cumplida en EL: considerarlos «palabra de Dios» en la misma medida que las Escrituras bíblicas no sería justificado, como por otra parte no resultaría legítimo ver en ellos sólo expresiones humanas signadas de insuficiencias y errores. Por lo cual, «aún cuando no se pueda excluir alguna iluminación divina en la composición de tales libros (en las religiones que los tienen), es más adecuado reservar la calificación de inspirados a los libros canónicos. La denominación ‘palabra de Dios’ ha sido reservada por la tradición a los escritos de los dos Testamentos». En consecuencia, «los libros sagrados de las varias religiones, aunque puedan hacer parte de una preparación evangélica, no pueden ser considerados equivalentes al Antiguo Testamento, que constituye la preparación inmediata a la venida de Cristo al mundo»”[23].

Entre sus “Cuatro Tesis de Síntesis”, la tercera enuncia lo siguiente: “La Palabra de Dios – entendida en el sentido indicado – se encuentra sólo en las Escrituras del canon bíblico: por tanto ninguna simple equiparación entre ellas y las Escrituras sagradas de las otras religiones es admisible. No sólo el Nuevo Testamento, sino que también el Antiguo son insustituibles lugares de la revelación divina, debido a la unidad de la economía salvífica y de la unicidad de la Palabra divina que la pone en acto, según la convicción expresada por la fórmula: «In Vetere Novum latet, in Novo Vetus patet»”[24].

Saliendo al encuentro de una valoración desmedida de los escritos sagrados diferentes de la Biblia, la Dominus Jesus puntualizará al año siguiente: “Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias a los cuales multitud de personas a través de los siglos, han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar su relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los modos de actuar como los preceptos y doctrinas de las otras religiones, el Concilio Vaticano II – como se ha recordado antes – afirma que «por más que discrepen en mucho de lo que ella (la Iglesia) profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[25].

La tradición de la Iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo”[26].


4 – Las tesis de I. Vempeny, S. J.

El primer trabajo que se presentó en la línea del Congreso de Bangalore[27], fue la tesis doctoral de I. Vempeny[28]. Su autor expuso un compendio de la misma en el Simposio Scrittura Sacra, tenido en Roma del 18 al 20 de setiembre de 2001:”Non – Biblical Criptures”[29].


A) Confusión entre revelación e inspiración

A nuestro entender, el autor no diferencia adecuadamente los conceptos y realidades correspondientes a “revelación” e “inspiración”. Porque no todo lo revelado ha sido comunicado con el auxilio del carisma de la inspiración, ni toda escritura inspirada ofrece datos revelados por Dios. Así, los 9 primeros capítulos del primer libro de Crónicas (un monótono sucederse de genealogías), están inspirados por el Espíritu Santo, sin transmitir manifestaciones celestiales.

Por eso, habría que examinar a la luz de este dato algunas afirmaciones de Vempeny.

Por ejemplo, basándose en Hebr 1, 1 (las “muchas maneras y muchas ocasiones”), sostiene: “Esta consideración vuelve obvio para nosotros que la causalidad de Dios o su intervención en ser autor («authoring») de la Biblia tiene diferentes niveles de intensidad. Esto es especialmente verdadero respecto al AT y el NT. De ahí que consideremos el concepto de «inspiración analógica», aún cuando hablamos de la inspiración bíblica, como no tan irrelevante”[30].

Opinamos al respecto que la “diversidad” y “diferentes niveles” de Hebr 1, 1 – 4 se refiere también a la “inspiración” (“habló Dios: 1, 1. 2), pero tiene en cuenta ante todo a los sucesos históricos y correspondientes contenidos de la revelación, a su calidad de provisoriedad y preparación en el AT respecto al NT y no tanto al hecho de la inspiración de una y otra alianza. La “analogía de la inspiración” tiene que ver más bien con los diferentes modos de expresión de la luz divina en los diversos autores (el juicio, la decisión de escribir, los géneros literarios empleados, los muchos autores incorporados en una misma obra, cada uno beneficiado por el carisma, en la medida en que colabora a la producción del resultado final).

El AT es tan inspirado como el NT. Sus diferencias residen en la diversidad de economías, una “in umbris” (Hebr 10, 1), la otra “en el pleno conocimiento de la verdad” (ibid. , v.26).

En forma análoga, refiriéndose el autor a la “excepcional naturaleza inspiradora”, la capacidad de encender los corazones que se encuentra en muchos escritos religiosos hinduistas, se pregunta: “Si esto es un concepto cristiano, ¿cómo puede ser aplicado a los libros sagrados de los No Cristianos? Como Cristianos hemos de mostrar respeto hacia sus sagradas escrituras. Naturalmente el término que nos viene a la mente ,como Cristianos, respecto a las escrituras No – cristianas es «inspiración». Esto no es muy diferente a los términos que usamos, aunque no muy felizmente, cristianos anónimos, bautismo de deseo, Iglesia desde Abel, etc.”[31].

Parece que debemos aclarar que todos esos ejemplos enumerados (“cristianos anónimos”,etc.) tratan de hechos sobrenaturales más o menos cercanos a la plenitud de la fe e incorporación a la Comunidad cristiana[32]. En cambio la Biblia no es inspirada a medias. Lo es hasta en sus más mínimas afirmaciones y detalles, aunque no se trate de revelaciones. Pongamos por caso: “Nos embarcamos y fuimos derechos a Cos” (Hech 21, 1), información que no enfervoriza especialmente el corazón y que, sin embargo, ha sido escrita bajo el carisma de la inspiración[33].


B) Comparaciones entre la Biblia y las Escrituras de otras religiones

Vempeny establece un cotejo entre Pasajes de gran elevación religiosa, contenidos en la literatura sagrada de la India con otros procedentes de las Escrituras judeocristianas.

Advierte antes con toda honestidad: “No porque un libro sea inspirador podemos llamarlo inspirado en el sentido técnico. El Libro de los Jubileos o la Imitación de Cristo es inspirador de veras aunque no es inspirado como las Escrituras. Así y todo los cristianos en la India empezaron a hablar sobre inspiración en las Escrituras - No bíblicas, principalmente porque los encuentran verdaderamente inspiradores”[34].

La pregunta que se levanta consiste en acertar si esa extensión del término es acertada y adecuada con la fe cristiana. Si no sigue un correctivo a esta práctica, no se ve por qué, en frase inmediatamente anterior, se adelantó que no es lo mismo “inspirador” que “inspirado”. Nadie negará el fuego espiritual que se desprende de las poesías y tratados de S. Juan de la Cruz y Sta. Teresa de Jesús. No obstante, todo fiel cristiano se cuidará de catalogarlas como “inspiradas”, a la par de la Sgda. Escritura.

Propone después casos en que hasta se vislumbra una “encarnación” de la justicia (= dharma) y una oración que hace pensar en Jn 14, 6[35].

Notifica también sobre un docto hindú, de casta elevada, que a través del Rig Veda (10: 90: 1 – 3, 8) se convirtió al cristianismo, porque vio una coincidencia entre el hombre primordial (Adi Purusha) y su sacrificio, preparado y ejecutado por los dioses antes de que formaran el universo, con el sacrificio de Cristo, “cordero inmolado antes de la fundación del mundo”[36].

Fuera de que los textos bíblicos se prestan a diferentes interpretaciones, como queda documentado en la nota, habría que calibrar también las diferencias: politeísmo y cierto panteísmo (“Purusha es todo eso, pero ha sido y será todo lo que será”).

Además, el sacrificio de Cristo, no sólo fue previsto por Dios con anterioridad a los siglos, sino que también fue llevado a cabo en el seno de la historia. De esto último nada se dice en el Rig Veda.

Continúa Vempeny comparando pasajes de los libros sagrados de la India con escritos, sobre todo sapienciales de la Biblia cristiana. Al respecto se sostuvo más arriba que no hay inconveniente en admitir reflejos de la luz divina en tales pensamientos. Pero de ahí a postular que también fueron escritos por influjo del muy específico carisma de la “inspiración”, no parece que sea límpida la conclusión.

Después, también correctamente, menciona las “piedras de escándalo en el AT”[37] y las dificultades que causaban a un hombre como Gandhi, que, sin embargo, admiraba al NT.

Explica con buen sentido que “viviendo, como nosotros lo hacemos, en la «Tradición bíblica», los cristianos naturalmente tomamos por garantidas muchas de la enseñanzas inaceptables del AT, sin serios cuestionamientos. Sabemos que semejantes doctrinas o actitudes han de ser comprendidas en el contexto de la situación histórica particular de Israel y que eso es parte de la pedagogía divina, que respeta la naturaleza humana, para revelar sus verdades progresivamente en una manera digerible para Su pueblo”[38]. Enseguida añade: “Pero los No – Cristianos no toman por garantidas tales doctrinas que son incompatibles con la conciencia religiosa del «hombre moderno»”[39].

Es innegable esta dificultad. Pero me temo que no haya otro camino para superarla, fuera del que propone la Tradición de Iglesia[40], basada a su vez, en la indicación de Jesús:”Moisés lo permitió por la dureza de vuestro corazón” (Mt 19, 8). Si tal argumento no convence a leales No – Cristianos, habrá que implorar que el Espíritu Santo les ilumine el corazón. Pero esta dura realidad no rebaja en nada la calidad de inspirados de los libros que trazan un camino ascensional en doctrina y costumbres desde el AT al NT. La inspiración asegura la “verdad y santidad” de la Biblia, pero en tensión, en una fatigosa “historia salutis”, no al modo de un meteoro exclusivamente divino caído del cielo. Por lo tanto, también aquí, no es menos inspirado el duro relato de Abraham polígamo, expulsando a Agar y su hijo pequeño, que el de la Transfiguración.


C ) El apoyo pedido a K. Rahner

Finalmente, buscando una nueva versión de las “analogías de la inspiración”, para cobijar en ellas la “inspiración” de las escrituras sacras de religiones distintas a la judeocristiana, acude Vempeny a la teoría con que Rahner explica la teología de la inspiración de la Sgda. Escritura.

“Algunos estudiosos modernos – escribe -, incluyendo a Karl Rahner, explican la inspiración de las escrituras no sólo en términos de influencia de Dios en los autores individuales, sino más bien en términos de la acción creadora de Dios, que hace nacer a la comunidad de la Iglesia. Según Rahner, «al crear con su voluntad absoluta a la Iglesia Apostólica y sus elementos constitutivos, Dios quiere y crea las escrituras de tal manera que EL llega a ser su originador inspirante, su autor. La autoría activa inspiradora de Dios es un elemento intrínseco de la formación de la Iglesia primitiva... La inspiración de las Escrituras es simplemente la causalidad de Dios respecto a la Iglesia, en cuanto se refiere a aquel elemento constitutivo de la Iglesia Apostólica que es la Biblia»”[41].

Siguiendo su reflexión, argumenta: “Esta teoría de Rahner explica la inspiración de los libros del NT. Si se puede mostrar que la religión del AT ha sido fundada por Dios a través de sus intervenciones históricas y que esta religión está ontológicamente relacionada con la Iglesia, de tal manera que ella puede reconocer sus comienzos en la religión del AT, nosotros podemos extender (al AT) los argumentos usados para la inspiración de los libros del NT (inspirados porque son elementos constitutivos de la Iglesia querida por Dios). Es decir, las escrituras de la religión del AT, que son componentes constitutivos de esta religión autorizada por Dios, son causados, tiene la autoría y así son inspirados por Dios en la misma y verdadera causalidad en que causa y es autor de esta religión .... Siguiendo la misma línea de argumentación, si se puede mostrar que las otras religiones son queridas por Dios en la historia con sus elementos constituyentes y que ellas están orientadas hacia Cristo y su Iglesia, podemos afirmar la inspiración, al menos de modo analógico para las escrituras que son elementos constitutivos de esas religiones. En otras palabras: la causalidad o autoría de Dios respecto a estas religiones puede también incluir su causalidad o autoría en lo tocante a sus libros sagrados”[42].


a - algunas precisiones

Ante todo, se ha de reiterar, que no es lo mismo “revelación” natural que “sobrenatural” y después, aún admitiendo alguna especie de genuina manifestación divina, tampoco una”revelación” va acompañada siempre y necesariamente por las gracias específicas que aseguran su expresión escrita y oral, como “Palabra de Dios”.

Así, sólo el hecho de que el AT haya sido previsto y querido por Dios como la etapa previa de la Iglesia en el NT, no comprueba todavía que sus ingredientes históricos y doctrinales hayan sido puestos por escrito bajo el don de la inspiración.

Fundamentalmente, en cuanto al “contenido” revelado, las “Odas de Salomón” coinciden del todo con las Escrituras canónicas del AT. No por eso, judíos y cristianos las aceptan como “escritos inspirados por Dios”.

Además, habría que atender a las siguientes observaciones de Y. Congar a este aspecto particular de las elucubraciones propuestas por K. Rahner[43]: “Hay una parte de verdad en la idea del P. Rahner (pp . 59 – 62), según la cual el Antiguo Testamento no está plenamente constituido como Escritura más que cuando se ha cerrado el Canon, en el momento en que Dios funda la Iglesia con una Escritura como forma de su fe. Los Padres, san Ireneo en particular, han afirmado que los Apóstoles han enseñado toda la Escritura, cuyo sentido cristológico explicaron. Pero esto concierne más bien a la inteligencia de la Escritura. El Antiguo Testamento era ya Escritura inspirada para los Apóstoles y para Jesús; lo era antes de Jesús. Hay un único pueblo de Dios; La Iglesia es este pueblo bajo la nueva y definitiva disposición, pero este pueblo comenzó antes que ella. El recibió sucesiva y progresivamente sus primeros principios constitutivos por la elección personal de Abraham, de Moisés, de David, de cada uno de los profetas”[44].

Una vez más, entonces, alcanza para aclarar la relación Antiguo – Nuevo Testamento, el orden de la “historia salutis” y la interrelación de sus contenidos revelados. Pero este hecho (de primera magnitud, quién lo duda) no es suficiente para explicar la inspiración de los libros que documentan esta conexión. También el argumento fundamental del Antiguo Testamento es transmitido por las Antiquitates Judaicae de Flavio Josefo, sin que el solo contenido (coincidente en lo fundamental con la Biblia hebrea) haya hecho pensar a nadie, que el historiador judío trabajó bajo el influjo de la inspiración divina. Por lo mismo, las correlaciones entre “preparación” y “culminación” (“reveladas” una y otra) no alcanzan para postular la “inspiración” de las anteriores aproximaciones a Cristo. Se requiere también la aceptación expresa del mismo Jesús, en cuanto a la “inspiración” de la ley y los profetas, que ya lo anunciaban.

Lo dicho ha de aplicarse “a fortiori” también a las “praeparationes evangelicae”, que puedan apreciarse en los escritos sagrados de religiones ajenas al judeocristianismo[45].

Con insistencia afirmará Vempeny, frases como ésta:”Siguiendo la misma línea de argumentación, si se puede mostrar que otras religiones son queridas por Dios en la historia con todos sus elementos constitutivos y que ellas están orientadas hacia Cristo y la Iglesia, podemos proponer la inspiración para sus escrituras, al menos de modo analógico, porque ellas son elementos constitutivos de estas religiones. En otras palabras, «la causalidad de Dios o su ser autor (authorship) de estas religiones debe también incluir su causalidad o autoría respecto a sus libros sagrados[46].

También se nos permitirá reiterar, que precisamente “esta causalidad” no es suficiente para hacer de Dios “autor de un libro”. A lo más se parece al “manager” de la empresa que lo produce, por medio de sus escritores individuales.

Por fin, redondea y enfatiza su postura en los siguientes razonamientos: “Muchos de los dichos de sabiduría en la Escrituras No – bíblicas son paralelos a los dichos bíblicos y muchos de los proverbios sapienciales bíblicos que son tomados de religiones de Egipto o del Medio Oriente, no pueden ser explicados, diciendo que el contexto bíblico cambia el texto. Dichos sapienciales, salmos, preceptos legales, etc. son de tal especie que su cambio de contexto no afecta radicalmente a los textos. Si esto es así, no podemos decir que estos dichos son causados o tienen a Dios por autor sólo cuando están en la Biblia y en cuanto están en las Escrituras No – bíblicas son seculares y sabiduría humana. Esto iría contra la enseñanza del NT de Dios como amor y su designio universal de salvación”[47].

Pareciera que se extrajera una conclusión más allá de lo que permiten las premisas, porque la voluntad universal de salvación no incluye necesariamente en su concepto el uso de escrituras inspiradas. También se ejerció en la misma India, cuando por siglos, vivió sólo de tradiciones orales. Ella sigue siendo eficaz, aún cuando ya están concluidas las Escrituras y cerrado su Canon, en gentes que, todavía hoy en día ignoran su existencia inculpadamente. Es suficiente para guiar ese nivel de salvación la calidad de ”revelación” en el orden natural[48].


B – Reacciones al tema en el Congreso “Scrittura ispirata”

Como conclusión a las diferencias ponencias, entre las que se incluyó la de Wempeny, que acabamos de comentar, siguieron debates por grupos, que no vieron con buenos ojos el intento de extender la categoría de “inspiración” a libros sagrados de otras religiones.

Se observó que el término “inspiración” no puede ser tan elástico, que indique sólo los resultados de “elevación espiritual”, que puede causar una determinada obra en sus lectores[49].

Así, muchos apuntaron a “la dualidad entre libros inspirados que muchos encuentran como una fuente de guía y estímulo para sus vidas (con referencia a obras no bíblicas) y libros inspirados de la Escritura (judeocristiana), donde la gente encuentra muy poco incentivo, como cuando leen el libro de los Números u otros similares[50].

Entonces, se ha de advertir una vez más cómo, en el concepto cristiano de la ”inspiración divina” bíblica, el criterio para dar con ella no reside en los “efectos saludables”, que pueda sugerir.

Más adelante en la discusión, uno de los miembros del mismo grupo (de habla inglesa) advirtió que “de hecho extender el término inspiración a muchas otras obras que tocan el corazón, no es muy útil. Deberíamos disciplinarnos a nosotros mismos, usando otro término en lugar de inspiración, que posee una calificación teológica precisa”[51].

Finalmente, habiéndose realizado este congreso en el 2001, llama la atención que ninguno de los expositores haya tenido en cuenta el Documento del año anterior, al que nos venimos refiriendo, la Declaración Dominus Jesus, que ya había iluminado el tema, saliendo al encuentro de esa valoración desmedida de los escritos sagrados diferentes de la Biblia. En efecto, reiterando lo ya citado casi al principio y a modo de “inclusio”, puntualizaba de esta forma: “Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias a los cuales multitud de personas, a través de los siglos, han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar sus r relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los modos de actuar como los preceptos y las doctrinas de otras religiones, el Concilio Vaticano II – como se ha recordado antes – afirma que «por más que discrepen en mucho de lo que ella (la Iglesia) profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.

La tradición de la iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu santo”[52].



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[1] El principal conjunto de estudios con esta orientación ha sido producido por un seminario sobre la Inspiración en las Escrituras no – bíblicas tenido en Bangalore en 1974, publicado bajo la dirección de D. S. Amalorpavadass , Research Seminar on
Non – Biblical Scriptures , Bangalore, NBCLC, 1974. En la “Declaración final” afirman: si el Espíritu de Dios está iluminando a estas religiones, es también “la actividad del Espíritu Santo la que hace que estos textos reflejen la experiencia de estas comunidades y, por lo tanto, los vuelva textos autoritativos para estas mismas comunidades”. Si se evitó el uso del término “inspiración”, fue no menos explícitamente reconocida la presencia del Espíritu Santo en la formación de tales textos sagrados, como un aspecto de la divina Providencia en relación a aquellos pueblos y para su crecimiento espiritual. Ninguna declaración cristiana como ésta de Bangalore se había atrevido a tanto.
En tiempos más recientes, como se indicará, ya se da el paso, explicitando el carácter de “inspirada” para la literatura sacra de dichas religiones.
[2] Paolo Scarapone, “Saluto”, en: Scrittura Ispirata – Atti del Simposio internazionale sull’ ispirazione promosso dall’Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” , a cura di A. Izquierdo, Cittá del Vaticano “ (2002) 10.
Hay una contribución específica sobre este asunto: Ishahand Vempeny, S. J., “Non –Biblical Scriptures”, ibid. , 211 – 232. Más adelante nos referiremos expresamente a ella.
[3] El autor fue miembro de la Pontificia Comisión Bíblica desde 1990 hasta 2001.
[4] R. J. Raja, “La Biblia y los Libros Sagrados de las religiones no – cristianas” en: Actualidad Pastoral, XXIX (1996) 140 – 144.
[5] S. Justino , Apología I, XLVI, 2 – 4; II Apología X, 1 – 8; XIII, 5 – 6.
[6] Cuya aceptación en el ámbito de la teología de la inspiración se debió en gran parte a los estudios de L. Alonso Schökel (La Palabra Inspirada – La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje , Barcelona –1996 -: hay ediciones posteriores mejoradas). Al respecto recuerda A. M. Artola: ”es de justicia señalar como principal representante y pionero del mismo (el fenómeno reciente de considerar a la Biblia como obra literaria) al P. Luis Alonso Schökel...En aquella ocasión (XVI SemanaBíblica Española – 1956 -) ofreció una especie de manifiesto programático para renovar la teología de la inspiración bíblica desde la literatura y las ciencias del lenguaje” (“Los nuevos métodos de exégesis y la comprensión de la Inspiración bíblica” en: Scrittura Ispirata,134).
[7] L. Alonso Schökel, La Palabra Inspirada, 176. Con todo, y salvada la reverencia y enorme distancia con mi venerado maestro de otrora en el “Biblicum”, la descripción de Alonso Schökel parece descalificar la tarea del “redactor final”. Esta no fue tenida en cuenta por los fautores de la “Formgeschichtliche Schule”, que consideraron a los evangelistas como meros “compiladores” o “coleccionistas” de tradiciones que ya andaban en circulación.
En una sucesiva oleada de análisis, los patrocinadores de la “Redaktionsgeschichte”, dieron su merecido relieve, en cuanto “autores” y “teólogos”, a Mateo, Marcos y Lucas, que recogieron los temas de la predicación oral en la primitiva Iglesia, imprimiéndoles, no menos, su sello personal. En consecuencia, el trabajo de redactor final es también por demás delicado y creativo. A ello se referirán las consideraciones de P. Grech, que pronto vamos a aportar. Ver: R. Latourelle, A Jesús el Cristo por los Evangelios, Salamanca (1982) 90; 149; 188. Pensamos que Alonso Schökel vislumbra esta importancia del “toque final”, cuando distingue la “etapa profana y neutra, no israelita”, de la definitiva incorporación, llevada a cabo por la fe del pueblo elegido y alguno de sus profetas o escritores inspirados, respecto a materiales de origen diverso a su propia tradición y revelación.
[8] Ibid.
[9] Que también fueron fruto del trabajo de autores, sólo que recogido más tarde por el recopilador bíblico.
[10] Explicitaríamos por nuestra cuenta: “que Dios quiere y contribuye a componer como autor principal, para que acompañen...”. Como intentaremos demostrar, no basta que Dios ”quiera” la Escritura, para ser considerado como su “autor”.
[11] P. Grech, “«Quid est veritas?» - Rivelazione e Ispirazione: nuove prospettive” en: Scrittura Ispirata, 307
[12] A. M. Artola, aporta otra comparación esclarecedora: “Esta incorporación es análoga a la nutrición, mediante la cual un organismo vivo asimila el material extraño a la propia sustancia. En el crecimiento de la tradición inspirada de Israel, todos los materiales extraños quedan sometidos a un proceso de consagración de la palabra igual al de la primer palabra inspirada... Por eso, todo personaje del pueblo de Dios que intervino con alguna aportación al resultado final de la Escritura inspirada puede ser tenido como un carismático colaborador del Espíritu Santo en la producción de la Biblia” (“El dogma de la inspiración” en: A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Introducción al estudio de la Biblia – 2. Biblia y Palabra de Dios, Estella – 1989 – 193).
En lo que se refiere a textos de origen extrabíblico insertos en las Escrituras judeocristianas, el mismo Artola explica la inspiración de los mismos por medio de la “apropiación”, que de ellos hace un autor inspirado, sin necesidad de postular una inspiración antecedente también para las fuentes paganas. “La teoría de la apropiación vale también para la inspiración por aprobación. Evidentemente, no se trata de la aprobación subsiguiente de la Iglesia, condenada por el Vaticano I, sino de la posibilidad de sacralizar un texto por vía de aprobación, llevada a cabo por un carismático de la palabra (profeta o apóstol) en el período constitutivo de la revelación. En tales condiciones y si por aprobación se entiende un fenómeno igual al de la apropiación literaria, tal inspiración no parece absolutamente imposible, ya que se integraría en la corriente de la tradición inspirada” (ibid. , 195).
[13] Ver: G. Perrella, Introduzione generale alla Sacra Bibbia , Torino – Roma (1958), 99.
[14] Como tampoco lo son los evangelistas respecto a las tradiciones, orales o escritas, que los precedieron, sino que tuvieron sus propias intuiciones de autores personales, según ya se adelantó.
[15] R. J. Raja, “La Biblia y los Libros sagrados...”, 141.
[16] L. H. Rivas, “La inspiración de los libros no – bíblicos” en: Actualidad pastoral, XXXIX (1996) 283.
[17] L. H. Rivas, ibid. , 283 (citando a: V. Manucci, Bibbia come Parola di Dio – Introduzione generale alla Sacra Scrittura , Brescia – 1981 – 185).
[18] De igual forma, pero en sentido contrario, las revelaciones de la Venerable María Agreda, franciscana, favorecen siempre la doctrina de Escoto. Ver: A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana , Madrid (1955) 823.
[19] Agregamos al texto que venimos citando: no por “la verdad” contenida en Las Confesiones de S. Agustín o en las Summae y demás escritos de Sto. Tomás, se puede decir que obras tan insignes sean “inspiradas” por el Espíritu Santo. Recuérdese, a propósito el elogio sin par de Juan XXII, en su discurso previo a la canonización del mismo Sto. Tomás, cuando proclamó sobre sus escritos: “Tot miracula quot articuli” (= cada artículo es un verdadero milagro. Ver: S. Ramírez y V. Rodríguez, Introducción a Tomás de Aquino – Biografía. Obras. Autoridad doctrinal , Madrid – 1975 – 187). Y bien, no por esos elogios papales tan subidos, se considera a la maravillosa doctrina del Sto. Doctor, sobre Dios y sus misterios, como “Palabra de Dios”. Más aún, ni siquiera las declaraciones de un Papa o de un Concilio Ecuménico, proponiendo infaliblemente un dogma de fe, han de ser tenidas como “Palabra de Dios”. Están “asistidas” por el Espíritu Santo, para preservarlas de error, pero no son “inspiradas”, como los hagiógrafos de la Sagrada Escritura.
[20] Añadamos esta observación: “Lo verdadero”, consignado bajo el carisma de la “inspiración” en las Escrituras judeocristianas, no se encuentra únicamente en “grandes principios de salvación eterna”, sino que también se extiende “analógicamente” a menudencias. Por ejemplo es “inspirado” por el Espíritu Santo que “después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí” (Mc 6, 53).
[21] Revue Thomiste, “Tout récapituler…” 624 – 626, citando finalmente a Juan Pablo II°, Discurso a los fieles durante la audiencia general del 5 de junio de 1985 en: Le Dialogue interreligieux dans l’enseignement officiel de l’Eglise catholique (1963 – 1997), Solesmes (1998) 317.
J. Dupuis encara este tema en: “Palabra de Dios y libros sagrados” de su obra: Hacia una teología..., 362 – 368. Allí se evocan las doctrinas de D. S. Amalorpavadass, M. Amaladoss y otros.
[22] M. Dhavamony, “Induismo. La posizione della liturgia cristiana nel confronto dei testi sacri indú” en: Concilium 2 (1976) 30 – 31 (citado por V. Manucci, ibid. , 181).
[23] B. Forte, “La Parola di Dio...”, 115, citando hacia el final: Comisión Teológica Internacional, Il cristianesimo e le religioni (1996), N° 92; en: Il Regno Documenti , 42 (1997) 86.
[24] Ibid. , 120.
[25] Interrumpimos el texto, llamando la atención sobre el palmario ejemplo de la conversión de S. Agustín. Sus primeros pasos hacia Dios no fueron debidos a influjos cristianos, sino al “Hortensius” de Cicerón, un autor pagano (Confessionum, Lib III, 4, 7). Sin duda que las doctrinas de Cicerón recibieron algunos de esos “destellos de la verdad divina”, pero no eran “inspiradas” al igual los libros bíblicos.
[26] Dominus Jesus , 8.
Últimamente M. Fuss ha presentado una tesis doctoral en la Pontificia Universitá Gregoriana, publicada bajo el título: Buddhavacana and Dei Verbum.
A Phenomenological and Theological Comparison of Scriptural Inspiration in the Saddharmapundarika Sutra and in the Christian Tradition, Leiden (1991).
Según el resumen presentado por J. M. Sánchez Caro (“Inspiración de la Biblia y de los escritos sagrados no cristianos: M. Fuss”, parte final de su artículo: “La Biblia, libro sagrado. Teología de la inspiración en los últimos diez años” en: Salmanticensis , XLVIII – 2001 - 117 – 119), no difiere mucho de los argumentos hasta ahora tratados (especialmente en el punto “C” en la evaluación de Raja) y del autor que reservamos para concluir, a favor de la inspiración de libros extrabíblicos.
Sánchez Caro concluye: “El estudio es sugerente y de interés, aunque el concepto de inspiración bíblica que se usa no aclara siempre si se trata de inspiración de la palabra hablada o de la palabra escrita, incluso, a veces da la sensación de que la inspiración no es más que una forma concreta de revelación. El esfuerzo es sin embargo lleno de interés y presenta un camino apasionante, si bien requiere un diálogo serio y real con las grandes religiones que aceptan una escritura sagrada y, naturalmente, un profundo conocimiento de estas últimas” (ibid. , 119. Acto seguido cita a la Dominus Jesus 8, como lo hemos hecho en nuestra exposición).
[27] Ver supra, n. 42.
[28] I. Vempeny, Inspiration in the Non – Biblical Scriptures , Bangalore (1973)
[29] En: Scrittura Ispirata, 211 – 232.
[30] I. Vempeny, ibid. , 212.
[31] I. Vempeny, ibid. , 215.
Savio Hon Tai – Fai, establece muy fructuosas comparaciones entre los clásicos confucianistas y la revelación contenida en la Biblia. Pero, con mayor modestia y armonía con los términos consagrados ya en teología, advierte: “Tendría que quedar bien claro, como lo puntualiza DI (Dominus Iesus), que la Biblia goza del privilegio de ser inspirada por Dios, mientras que los clásicos confucianistas no. De todos modos, teóricamente ambos, la Biblia y los clásicos confucianistas han venido en último término de parte de Dios, cada uno a su manera. De hecho hay gran parte de consonancia entre ambos en lo tocante a las verdades sobre la vida” (“Christological affirmations of «Dominus Iesus» and Inter – religious dialogue – Dialogue with Confucian Classics from Christian Perspective” en: PATH – Pontifical Academia Theologica , I – 2002 – 325).
[32] Se nos escapa la razón por la cual Vempeny considera como “no muy felices” a estas categorías teológicas. Parece, en primer lugar, que habría que distinguir, porque no gozan de igual arraigo en la tradición el “bautismo de deseo” y “la Iglesia desde Abel”, que “los cristianos anónimos” de K. Rahner. Los primeros conceptos están universalmente admitidos. En cambio la teoría de Rahner ha sido y es muy discutida (Ver: H. De Lubac, “Las religiones humanas según los Padres” en su obra: Paradoja y Misterio de la Iglesia, Salamanca – 1967 – 154 – 161.U. von Baltasar, Seriedad con las Cosas, Salamanca – 1968 – 89 – 90. C. Ferraro, “Compatibilidad de ateísmo categorial y fe salvífica” en su obra: El naufragio del Progresismo – Reflexiones sobre el pensamiento de Karl Rahner, Arequipa – 1999 – 46 – 54. J. A. Sayés, “Teoría de los cristianos anónimos de K. Rahner” , en su obra: La Iglesia de Cristo – Curso de Eclesiología, Madrid – 1999 – 488 – 498. El mismo: “Rahner y los cristianos anónimos” en su obra: Cristianismo y Religiones – La salvación fuera de la Iglesia, Madrid – 2001 – 207 – 214. R. Latourelle, “Revelación” en: R. Latourelle - dir. – Diccionario de teología fundamental, Madrid – 2000 – 1279 – 1280. Según P. Burke, también M. Kehl “da una valoración crítica de la teoría de Rahner” (Reinterpreting Rahner – A critical Study of His Major Themes, New York – 2002 – 174, n.46; citando a Kehl: Die Kirche als Institution: Zur theologischen Begründung des institutionellen Charakters der Kirche in der neuen deutschsprachigen katholischen Ekklesiologie, Frankfurt – 1975 – 189 – 190. Burke no deja de apuntar inconsistencias en estos puntos de vista de Rahner, en ibid. , 170, n. 67; 185, n. 82.
[33] El mismo Vempeny, en el párrafo que inmediatamente citaremos, dará cuenta de que el carácter “inspirador” de un escrito, no alcanza para suponerlo como causado por el carisma específico de la “inspiración bíblica”. Se impondrían, pues, unos “praenotanda o declaratio terminorum”, porque la palabra “inspiración” se presta a equívocos, si no se la define en su precisión usual en teología. Es verdad que entre los Padres y medievales, “al igual que revelatio también inspiratio a veces es atribuida a actividades que nosotros clasificaríamos en el orden natural o profano, el de la razón, de los emperadores y reyes... El hecho es que Sto. Tomás (I – II, q. 109, a. 1, ad 1) y, en cuanto al fondo S. Alberto (I Sent. , d. 2, 5)...experimentan la necesidad de puntualizar esta auctoritas (“Omne verum, a quocumque dicitur, a Spiritu Sancto est “ – atribuida a S. Ambrosio, aunque propiamente sea del Ambrtosiaster - ), cosa que atestigua, seguramente, en ellos, una nueva sensibilidad en cuanto a la distinción de natural y sobrenatural, aunque esto no los retraiga de citar (dicha “auctoritas”) y admitirla” (Y. Congar, La Tradition et les Traditions, Paris – 1960 – I, 160).
Hablamos de un poeta u orador “inspirado”, de los elevados sentimientos que “inspiran” los “Fioretti” de S. Francisco. Pero no es posible atribuir ese sentido, mucho más amplio, de “inspiración” a los libros canónicos.
[34] I. Vempeny, ibid. , 218.
[35] “Guíame desde la no - verdad a la Verdad; guíame desde la oscuridad a la luz; guíame de la muerte a la inmortalidad” (Brahadaranyaka Upanishad, 1: 3: 28). El autor se pregunta: “¿Qué cristiano, al leer este verso no piensa en lo que Cristo dijo de sí mismo como la Verdad (Jn 14, 6; cf Jn 18, 37) como luz del mundo (Jn 9,5)?” (ibid. , 218).
Francamente, parece que las analogías son muy remotas. Porque, como el mismo Vempeny anota, Jesús identifica con su propia persona esos valores supremos, a los que aspira todo hombre. Nada de eso (que es lo propiamente “revelador” del Evangelio) se percibe en el verso citado.
[36] Vempeny, ibid. , 219. Conecta el autor con Apoc 13, 8. Pero, se sabe que el texto griego se presta a dos posibles traducciones: 1ª. “Aquellos cuyos nombres han sido escritos desde el principio del mundo en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado”. 2ª. “Aquellos cuyos nombres estaban escritos en el libro de la vida del Cordero, que fue inmolado desde el principio del mundo”. Se suele escoger la primera por su afinidad con Apoc 17, 8: “(Irán a la perdición) los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo”.
Más cercano a esta idea (“cordero degollado desde la fundación del mundo”) es I Pedro 1, 19 – 20 : ”(Habéis sido rescatados) por la sangre preciosa, como de un cordero sin defecto y sin tacha, la de Cristo, predestinado antes de la fundación del mundo”.
En este caso, la antelación a la creación del mundo no se refiere a que Cristo haya sido sacrificado ya con anterioridad a la creación, sino a la “previsión” del hecho desde toda la eternidad (Ver: C. Spicq, San Pietro – La Prima Lettera , Roma – 1971 – 95 – 97; Bo Reicke, The Epistles of James, Peter and Jude , New York – 1964 – 86; N. Brox, La Primera Carta de Pedro , Salamanca – 1994 - 115).
[37] Según el título de un libro útil para iluminar estos pasajes difíciles: A. Bierbaum, Piedras de Escándalo en el Antiguo Testamento, Buenos Aires (1945). Ver también: J. García Trapiello, El problema moral en el Antiguo Testamento , Barcelona (1977).
[38] I. Vempeny, ibid. , 224.
[39] Ibid.
[40] La reflexión sobre la “Synkatábasis” o condescendencia divina, comprensible aún con analogías observables en todo proceso de educación.
[41] I. Vempeny, ibid. , 225 – 226, citando a K. Rahner, Inspiration in the Bible , New York (1963) 50.
[42] Ibid. , 226 y 227.
[43] P. Benoit, reseñando este ensayo de Rahner, se queja: “Es lamentable que la expresión de su pensamiento sea laboriosa y difícil, sobre todo para un lector no alemán” (en: Revue Biblique, LXVII – 1960 – 278).Pero... se ve que hasta para un teólogo alemán el abordaje de Rahner implica un arduo trabajo, ya que, refiriéndose a este mismo estudio, expresa J. Beumer: “El mismo (Rahner) sintetiza así su difícil raciocinio” (La Inspiración de la Sagrada Escritura, de la colección: Historia de los Dogmas , Madrid – 1973 – 70. Cursiva nuestra).
[44] Y. Congar, “Inspiration des Écritures canoniques et Apostolicité de l’Église, en su obra: Sainte Église – Études et approches ecclésiologiques, Paris – 1963 – 195.
[45] Es extraño que Vempeny no aduzca otro texto del estudio de Rahner, que se acerca expresamente (si bien no lo afirma categóricamente) a esa extensión de la inspiración divina a otros libros sagrados extraños a la tradición bíblica. Puede que lo haya utilizado en su tesis doctoral, que desconocemos. Pero, habría sido una corroboración de sus puntos de vista, que lo hubiera referido también en su exposición de síntesis.
En efecto, escribía Rahner: “Tal vez, partiendo de esta tesis (su explicación “nueva” de Dios – autor de la Escritura) se podría ganar una actitud más imparcial ante lo que se observa en la historia de las religiones, al hecho que las elevadas religiones culturales fuera del cristianismo tienen sus libros santos. No da la impresión de que nuestras obras teológicas acerca de la inspiración reflexionen sobre este dato, suficiente, seria e imparcialmente. Sin embargo, no se debería temer la consideración de esta homología...
Semejante libro (sagrado de estas religiones) es así una analogía u homología que ha de ser esperada a priori en las religiones, que presuponen cierta cultura y que se conciben a sí mismas como reveladas históricamente. Si junto con ello se supone, además, que el Cristianismo es la verdadera obra de Dios viviente en la historia en un sentido único (en verdad, se ha de hacer esta suposición quicial frente a toda nivelación histórico – religiosa y relativización de la historia de las religiones), después se sigue por sí mismo todo lo demás, y las homologías no – cristianas para con la Sagrada Escritura caen fuera de sospecha. La representación de un Dios autor de libros pierde el sabor de un ingenuo antropomorfismo” (Über die Schriftinspiration , Freiburg im Breisgau – 1958 – 85).
No otorga Rahner explícitamente el estatuto de “inspiradas” a las escrituras sacras de otras religiones, pero parece que lo deja entender suficientemente, muy a tono con su teoría de los “cristianos anónimos” y su intento de transformar el sentido de la palabra “autor”, aplicada a Dios, causa principal de la inspiración escriturística. Porque para él, Dios no puede ser “autor” en el mismo sentido en que lo es el escritor humano. Así, llega a decir que “Dios no escribió carta alguna a Filemón” (Über die Schrift..., 85).
Dios sería autor en cuanto “quiere” las Escrituras como un elemento constitutivo de la Iglesia, punto final de su plan salvífico. Sin bajar a considerar las explicaciones teológicas de Padres y teólogos (muy especialmente Sto. Tomás), desechándolas más bien, sobre Dios autor principal y el hagiógrafo escritor instrumental (distinción más que suficiente, para poner de relieve los dos niveles de una misma “colaboración literaria”, única en su género), ve la autoría divina (Urheberschaft), sólo en el plan predefinido de la fundación de la Iglesia y los ingredientes que la constituyen, entre los cuales descuella la Escritura inspirada.
Al respecto, es muy atinada la observación al respecto de M. Tuyá y J. Salguero: “Es tan ajena su hipótesis al concepto que se tiene de verdadero «autor» de un libro, que difícilmente puede admitirse, ni como apreciación de simple noción universal. Así, nadie tiene por verdadero autor de un libro al mecenas que funda y financia una sociedad de escritores. El autor de los libros es, en este caso, el que los escribe, no el mecenas que le crea una situación económica que le permite escribirlos”(Introducción a la Biblia – Inspiración bíblica. Canon. Texto. Versiones, Madrid – 1967 – 158).
El mismo L. Alonso Schökel (que trata de salvar a Rahner en otros aspectos. Ver: La Palabra Inspirada, 189), haciendo un meticuloso recorrido por las expresiones de la tradición, sobre este particular, observa: ”La fórmula canónica locutus y numerosas afirmaciones de los padres en este sentido parecen favorecer el sentido de autor literario” (ibid. , 72). Después de un muestrario de citas patrísticas, vuelve a afirmar: “Todas estas expresiones , que se podrían multiplicar sin esfuerzo, parecen favorecer una concepción de Dios como autor literario, no sólo como origen. Concluyamos con una sentencia de Isidoro que sintetiza los dos elementos: «Estos son los escritores de los libros sagrados...Pero el autor de las mismas Escrituras profesamos que es el Espíritu Santo. Pues El mismo escribió cuando dictó para que escribieran sus profetas» (PL, 83, 750). Aplicando al Espíritu Santo la palabra autor en su sentido literario, nos movemos en el terreno de las analogías lo cual incluye el límite. Es un autor especial, que escribe por medio de otros, que son verdaderos autores” (ibid. , 73 – 74).
La analogía, entonces, en la propuesta de Rahner, no iría, de Dios autor de la Biblia al influjo divino en otras posibles revelaciones fuera del judeocristianismo, sino al revés: de la inspiración de movimientos religiosos que se dan por todas partes y a lo largo de la historia (entre los cuales se incluyen también los libros judeocristianos), a la conceptualización de la ”inspiración” en la Biblia. Se diluye así, para Dios, la noción de autor literario (“analógico” pero no menos real), en el de “origen o fuente” de un pensamiento elevado religiosamente. Repasar la frase conclusiva de Rahner: “La representación de un Dios autor de libros pierde el sabor de un ingenuo antropomorfismo”, cosa que resultaba de la comparación de Dios actuando en los hagiógrafos y en los escritos de otras religiones. Si Dios no fue en ellas un “antropomórfico compositor literario” de los Vedas o el Corán, el hecho ayudaría a “purificar” la idea de “Dios- autor” en la tradicional teología católica de la “inspiración”. Su influjo divino no bajaría a tales detalles, sino que influiría con su “voluntad predefinitoria”, al “querer” la Iglesia y sus constitutivos esenciales, entre los cuales la ”Escritura”.
Rahner dejó asentado que el Cristianismo descuella por encima de las demás creencias, sin dar pie a ninguna clase de relativismo. Pero, esto se refiere a la revelación culminada en Cristo. En cuanto a los procesos de revelación imperfecta, creemos que no se puede diferenciar mucho, según Rahner, la actuación divina en el Antiguo Testamento y en el hinduismo o cualquier otra religión.
[46] Wempeny, ibid. , 227. Repetirá idénticas tesis en la p. 228.
[47] Wempeny, ibid. , 231.
[48] Además, no se olvide, todo lo dicho sobre la decisiva coloratura de ”autor”, que otorga al redactor final, su intuición y juicio acerca de la ensambladura completa, con que escoge textos de diversa índole, para incluirlos en la obra que él está llevando a cabo, movido por el influjo superior del Espíritu Santo.
[49] Scrittura ispirata, 289.
[50] Ibid. , 288.
[51] Ibid. , 289.
[52] Dominus Jesus, 8.



Revelación e Inspiración (II) ¿Revelación en las religiones no cristianas? - Miguel Antonio Barriola

En torno a la “Revelación e Inspiración” en los libros sagrados de las diferentes religiones
Pbro. Dr. Miguel Antonio Barriola


Exposición realizada en el marco de las actividades de la VI Jornada Bíblica "Jesucristo, único Salvador", realizadas en el Seminario religioso María Madre del Verbo Encarnado en San Rafael, Mendoza (2003).


II - ¿Revelación en las religiones no cristianas?

Sabemos que para la fe y teología católicas, si bien se encuentran muy entrelazadas, no son lo mismo “revelación” e “inspiración” de la Sgda. Escritura[1].

Para el objetivo de nuestro enfoque, convendrá iluminar primero algunas tesis sobre la posible revelación del único Dios en otras cosmovisiones religiosas, para después encarar más específicamente el aspecto de la “inspiración” de su literatura sacra.


1 – Criteriología insuficiente

Los seguidores del “pluralismo religioso”[2] piensan que la teología clásica, ligando de manera rígida el acceso a Dios y a la salvación a mediaciones creadas, como lo es ante todo la humanidad de Jesucristo, y, después la Iglesia y los sacramentos, prohíbe toda apreciación positiva de las religiones no cristianas.

Dichos autores participan, de hecho, en la tendencia común, muy cercana a la mentalidad hindú, que consiste en destruir las mediaciones en su singularidad bajo el peso de lo absoluto, inabarcable, que, según sienten, rebaja la pretensión de exclusividad de cualquier tipo de intermediarios.

Dado que la urgencia y necesidad de tales mediadores es admitida sólo por la respuesta de la fe a la única revelación histórica hecha a Israel y culminada en la Nueva Alianza, se ataca ante todo la preeminencia de este proceso sin igual, cantado por el Salmista. “El promulgó su ley en Jacob, sus estatutos y decretos a Israel. No hizo así a ninguna otra nación, ni le manifestó sus juicios” (Sal 147, 19)[3].

No haciendo más que refrescar la doctrina más clásica de la Iglesia, la Declaración “Dominus Iesus” recuerda: “«En esta Palabra definitiva de su revelación Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios ha dado a conocer sobre sí mismo. Sólo la revelación de Jesucristo, por lo tanto, «introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca»”[4].

J. Dupuis[5] (junto con los autores en cuestión) estimaba que la oferta de salvación y la revelación son coextensivas y por lo tanto universales la una y la otra[6].

Pero esta idea da al concepto de revelación una extensión tal que corre el riesgo, en definitiva, de vaciarlo de sentido. De ahí que tal proposición precise cierto discernimiento.

Nada se opone a la posibilidad de una experiencia religiosa auténtica (conocimiento y amor de Dios, con las consecuencias prácticas que de allí derivan) en los no cristianos. Pero hay que preguntar cuál será el criterio de autenticidad para calibrar esta experiencia religiosa.


A) El amor

Dupuis propone la agápe[7]: El amor es realmente el signo de la presencia operante del misterio de salvación en cada hombre y en cada mujer que son salvados. “Ubi charitas et amor, Deus ibi est” y en la medida en que favorece objetivamente la práctica de la caridad, la enseñanza de una tradición religiosa puede ser considerada como que viene verdaderamente de Dios.

Nada obsta a que suscribamos esta aproximación, haciendo observar, sin embargo, que no es fácil discernir los actos inspirados por la caridad sobrenatural de los que resultan movimientos puramente humanos. Es una afirmación constante de la tradición teológica, que nadie puede saber con certeza si posee la caridad[8]. De hecho la caridad supone siempre la fe, al menos implícita, de suerte que una experiencia religiosa es auténtica en la medida en que está fundada sobre cierto conocimiento verdadero que proviene de la fe. No es indiferente que el criterio bíblico para distinguir verdaderos de falsos profetas haya sido el de la falsedad o la verdad de la profecía, y sobre todo el de la fidelidad a la fe verdadera, la fe yahvista (ver: Deut 13, 2 – 6).


B) El inagotable “absoluto” de Dios

Para mejor poner de relieve la posibilidad de una Palabra de Dios en los no – cristianos, Dupuis es llevado a posiciones inadmisibles sobre la revelación cristiana.

Sostiene que la manifestación de Dios hecha en Jesucristo se caracterizaría por una plenitud cualitativa, por cierto, pero no sería ni completa ni exhaustiva[9], lo cual deja lugar a una revelación divina en otras religiones.

La argumentación de J. Dupuis descansa aquí sobre un sofisma, cuando expresa:
“La conciencia humana de Jesús no podía, por su naturaleza, agotar el misterio de Dios, y dejaba en consecuencia, incompleta la revelación de Dios”[10].

Se puede conceder que ningún conocimiento creado (¡ni siquiera el de los bienaventurados!) comprende a Dios. Pero la revelación no tiene en modo alguno el objetivo de agotar el misterio de Dios. Su finalidad, en el orden del conocimiento, consiste en comunicar a los hombres todas las verdades necesarias para la salvación. Ahora bien, estos comunicados divinos no son infinitos en su número; pueden por lo tanto ser mediatizados por la conciencia humana de Jesús. En modo alguno es contradictorio sostener que todo lo que Dios ha querido comunicarnos en materia de revelación, nos lo ha comunicado por Jesucristo[11]. Lúcidamente lo percibió S. Juan de la Cruz, comentando, justamente, el “muchas veces y de muchas maneras” de Hebr 1,1: “Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora, a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez . En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos al Todo, que es su Hijo”[12].

No se pretende con lo dicho excluir la posibilidad de otras “revelaciones”, con tal que se las considere sólo como una participación de la plenitud de lo comunicado por Dios en Jesucristo; nunca noticias paralelas y complementarias.

Lo detalla con precisión la “Editoriale” de La Civiltá Cattolica[13]: “«Dios quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad» (I Tim 2, 4); por eso suscita en medio de todos los pueblos mensajeros y profetas, a través de los cuales EL expande las «semillas del verbo». En realidad, el carisma profético no está limitado al pueblo hebreo. Así la misma Biblia, en los capítulos 22 – 24 de Números habla de Balaam de Petur, «que está sobre el río (Eufrates)» (Num 22, 5); por lo tanto un no – israelita, en cuya boca YHWH pone palabras de bendición para el pueblo de Israel. A su vez, algunos Padres de la Iglesia han hablado, si no de profecía entre los paganos, sí, por cierto, de una intervención del Verbo de Dios entre ellos. Así, según S. Justino, el Logos ha «sembrado sus gérmenes (spérmata)» en las tradiciones precristianas y se manifestó a ellas aunque «parcialmente» (II Apol., 6, 3; 8, 1; 10, 1 – 3) y por lo tanto hubo una manifestación del Logos aunque «incompleta» (II Apol., 13, 2 – 3; 10, 9; 13, 4 – 6)...Clemente alejandrino no recuerda sólo a los filósofos griegos. Cita expresamente a «los filósofos hindúes y otros filósofos no griegos», entre los cuales a los brahmanes y los discípulos de Buda (“Sunt autem etiam ex Indis, qui Butae (=Buda) parent praeceptis, quem propter insignem virtutem uti deum honorarunt”) (Strom. , 1, 15 – PG 8, 779)”[14].


2 – Consecuencias para el diálogo interreligioso

Esta divergencia en cuanto a la naturaleza de la revelación hecha en Jesucristo, redunda de modo decisivo en la concepción que podemos hacernos sobre las finalidades de las relaciones cristianas con otras religiones.

Admitimos perfectamente que la Iglesia, depositaria de la revelación, va tomando conciencia de los tesoros que posee sólo progresivamente y hasta que pueda ser ayudada por la atención a los elementos de verdad que pueden encontrarse en otras religiones[15].También es posible que los libros venerados en otras tradiciones “pueden contener aspectos del Misterio divino que la Biblia, incluido el Nuevo Testamento, no destaca en la misma medida”[16]. Tal es por otro lado, desde el punto de vista eclesial, uno de los beneficios mayores del diálogo interreligioso. Pero no es posible sostener que la complementariedad que se pueda esperar de diferentes tradiciones religiosas pueda consistir en “formas de revelación que la propia tradición no expresa”, según admite J. Dupuis, citando a K. Ward[17], como si las religiones gozaran de verdades sobrenaturales que la Iglesia no poseería ni siquiera virtualmente en el depósito que le ha sido confiado.

Entonces no es acertado hablar de complementariedad de las tradiciones religiosas[18] y, por lo tanto, de un pluralismo de derecho, como si, a la manera de un rompecabezas, cada tradición religiosa poseyera una parte de la verdad total, que únicamente una puesta en común permitiría reconstruir.

Expresamente se opone a este modo de presentar estas relaciones la Dominus Iesus, 6: “Es por lo tanto, contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las otras religiones. La razón que está a la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el hecho de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo.

Esta posición contradice radicalmente las precedentes afirmaciones de fe [19], según las cuales en Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico de Dios. Por lo tanto, las palabras, las obras y la totalidad del evento histórico de Jesús, aún siendo limitados en cuanto a realidades humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina del Verbo encarnado, «verdadero Dios y verdadero hombre», y por eso llevan en sí la definitividad y plenitud de la revelación de las vías salvíficas de Dios, aunque la profundidad del misterio divino en sí mismo siga siendo trascendente e inagotable. La verdad sobre Dios no es abolida o reducida, porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa, porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado. Por esto la fe exige que se profese que el Verbo hecho carne, en todo su misterio, que va desde la encarnación a la glorificación, es la fuente participada más real y el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a la humanidad[20] y que el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, enseña a los Apóstoles y por medio de ellos a toda la Iglesia de todos los tiempos, «la verdad completa» (Jn 16, 13)”.


3 - Discernimiento en el uso del concepto “revelación”[21]


A) Revelación natural

La innegable capacidad del hombre y de la mujer para percibir y comunicar hondos valores y sublimes visiones de orden religioso no implica necesariamente revelación, como tampoco lo son siempre los contenidos de sabiduría acerca de las cuestiones últimas de la existencia humana.

Sab 13, 1 – 9, Hech 14, 16 – 17; 17, 16- 31 y Rom 1, 8 – 32 son los pasajes clásicos, según los cuales, la Sgda. Escritura nos asegura de las capacidades de la humanidad para vislumbrar su relación con Dios, “aunque sea a tientas” (Hech 17, 27), valiéndose de su reflexión sobre el mundo, como vestigio de su creador.

En lo referente a nuestro tema, nos preguntamos si no bastarán estas luces naturales para explicar las elevadas contemplaciones sobre el hombre, los pueblos y Dios con sus obligadas referencias mutuas, que se encuentran en tradiciones y escritos religiosos extrabíblicos.

En este sentido, no se han de perder de vista estas reflexiones de B. Forte: “La distinción entre las dos formas de la comunicación divina no es menos fuerte que su correspondencia: la novedad de la revelación sobrenatural, no sólo respecto a su modalidad, sino también en cuanto al contenido, es irreductible a lo que el hombre podría alcanzar con sus solas fuerzas. Si así no fuera, se menoscabaría justamente el primado de la iniciativa divina, sobre el que tanto insiste el testimonio bíblico respecto a la palabra de revelación. Se podría concluir entonces que entre revelación natural y revelación histórica hay una relación de continuidad en la infinita superación: si la revelación histórica confirma los contenidos de verdad de la revelación natural, haciéndolos de hecho accesibles y ciertos, no menos niega los límites de ambigüedad y de error y los trasciende inmensamente en la apertura y la comunicación de las profundidades del misterio divino. También en la relación entre las capacidades humanas y la revelación divina la gracia presupone la naturaleza, no la elimina ni la destruye”[22].


B) ¿En qué medida las principales religiones se consideran “reveladas”?


a - Hinduísmo

En toda revelación entra en acción un poder superior al hombre, que se da a conocer a éste.

En concreto, para la fe cristiana, esta comunicación sobrenatural al hombre tuvo su culminación en Cristo, quedando para después solamente la posibilidad de revelaciones privadas, que nada añaden de sustancial al cuerpo de historia, doctrina de fe y moral, consignado en la Biblia y la tradición de la Iglesia.

Para el Hinduismo, en cambio, no se necesita un Dios que sea autor de comunicaciones superiores, proceso que no es solamente algo ocurrido en el pasado sino una constante posibilidad presente. Así es como poseen un cuerpo de escritos inmutables, que son los Vedas, pero también se da una fluidez y aceptación de nuevos textos.

Para los hindúes la religión en general no es tanto una revelación a la que se accede mediante algún tipo de fe subjetiva, cuanto, más bien, un esfuerzo por desvelar los estratos y niveles más profundos del ser humano, y entrar en contacto permanente con ellos. El alma solitaria y activa es aquí el lugar donde nace la religión.

Creencias y conducta, ritos y ceremonias, dogma y autoridad: todo recibe un lugar subordinado al arte del autodescubrimiento personal y de relación, logrados autónomamente, con lo divino. Lo que llamamos momento revelatorio en una religión ha sido tradicionalmente considerado algo muy débil, por no decir inexistente, en el Hinduismo. Éste es básicamente una búsqueda del Absoluto Dios, no en una idea intelectual, ni en un principio moral, sino la más honda conciencia de la que derivan ideas y normas morales. Es ésta una visión humanista, que concibe la religión como el desarrollo natural, aunque esforzado, de una vida auténticamente humana.

El principio eterno de todo ser es idéntico con el yo o el alma del hombre, de quien constituye la genuina y verdadera esencia. Es algo que, según el Hinduismo, podemos reconocer cuando vemos las cosas correctamente. En esta exploración individualista radica el sentido de la religión.
Se ha dicho que uno de los más importantes dilemas de Mahatma Gandhi consistía en preguntarse dónde residía la verdad última, que debe seguirse para realizar la existencia y lograr la liberación final. ¿Estaba en el corazón o en las enseñanzas proclamadas por los brahmanes? La conciencia interior y la mente parecían imponérsele como la fuente radical de su ser. “Mi creencia en las escrituras hindúes – escribía Gandhi – no me exige aceptar todas sus palabras y versículos como divinamente inspirados... Pero afirmo conocer y creer las verdades de la enseñanza esencial de esas escrituras”[23]. Ninguna letra escriturística y ninguna interpretación eran vinculantes para el Mahatma, si las consideraba contrarias a su razón o a su sentido moral.

Acerca de la dimensión de revelación discernible en el Hinduismo, el profesor Ananda Coomaraswamy afirma lo siguiente:”Cuando consideramos el modo indio de concebir los Vedas como un todo, encontramos implícita en la palabra «shruti» (oír) una doctrina muy importante: que los Vedas son eternos y que los libros sagrados son su expresión temporal. Esto no es una teoría de revelación en sentido ordinario, dado que la audición de la que se habla depende de la cualificación del oyente, y no de la voluntad y activa manifestación de un dios”[24].

Los orientalistas – creyentes o no – no han atribuido a los Vedas un origen sobrehumano. No lo hizo Max Müller, llevado en gran medida por su agnosticismo, que le movía también a negar el carácter revelado de la religión judía[25]. Pero los estudiosos del pensamiento religioso de la India han insistido habitualmente en su alto nivel especulativo y metafísico, asociado siempre con cuestiones últimas, que conectan necesariamente con la religión. Esta especulación ha alcanzado auténticas cimas en la comprensión de la realidad y podría asemejarse en algunos aspectos a un pensamiento inspirado, que ha hecho pensar a muchos lo mismo que sugerían a los cristianos de los primeros siglos las obras de Platón.

El teólogo indio Sebastián Karotemprel ha podido escribir: “Si se excluye el Cristianismo, la realidad es que el hinduismo ha alcanzado el más rico y complejo concepto de Dios que la humanidad ha podido descubrir sin la ayuda de la revelación histórica”[26].


b – Budismo

El Budismo significa históricamente un desarrollo más bien heterodoxo del Hinduismo, aunque comparte con éste algunas ideas fundamentales acerca de la reencarnación, la ley del Karma[27], etc. Pone, sin embargo, gran énfasis en la iniciativa religiosa individual. El impulso religioso se origina totalmente en el espíritu del hombre, y éste deriva de sí mismo los elementos que necesita para su desarrollo anímico y su liberación. Ésta es una de las enseñanzas nucleares del Buda, que nunca pretendió haber recibido de divinidad alguna un mensaje que hubiera de comunicar y transmitir a sus discípulos. Cuando se habla de doctrinas secretas en algunas corrientes del Budismo, los autores se refieren a un saber esotérico y reservado, que no recibe ese nombre por proceder de revelación sino por ser transmitido oralmente de maestro a discípulo.

El Budismo no se basa, pues, en una revelación, sino en el esfuerzo de introspección personal y en la sabiduría de Sidarta Gautama, que consiguió la iluminación al comienzo de su carrera religiosa. Podría plantearse la cuestión de si esa iluminación experimentada por el Buda no equivale de algún modo a una revelación, o si no desempeña en el Budismo una función análoga a la revelación de otras religiones.

Fieles a sus planteamientos fenomenológicos, los especialistas occidentales en Budismo le suelen atribuir, sin embargo, un carácter de revelación, tanto si la noción se entiende como algo derivado del sujeto, como si se considera venida desde fuera.

En el primer caso, lo que se “revela” es el descubrimiento, por quienes no se habían aventurado aún más allá del mundo y de la epistemología ordinaria, de la no existencia de sujeto y objeto como dos realidades distintas e independientes[28].

Es claro que en esta hipótesis, dicha “revelación” equivale más bien a un “hallazgo”, ya que en la noción clásica de una comunicación divina, el supuesto básico consiste en la diferenciación del sujeto receptor, subordinado al ser divino que se manifiesta.

En el caso de admitir que, en el budismo, la revelación le llega al sujeto desde el exterior, se trataría del impulso necesario para el autodesarrollo espiritual, que permita en su momento el despertar a la condición de Buda. Esta revelación exterior consistiría en una sugerencia de temas, categorías, proposiciones y símbolos que deben ser meditados y aplicados. Pero en la medida en que uno se dedica a hablar de revelación dentro del Budismo, ésta ha de ser entendida fundamentalmente como un proceso endógeno de autorrevelación, es decir, una serie de actos de autocomprensión del propio sujeto, que sería el revelante, lo revelado y el término de la revelación.

En consecuencia, aplicado al Budismo en sus diversas formas, el término revelación está fuera de lugar, tanto si lo consideramos en su valor específicamente teológico, como si lo usamos en un sentido más amplio y ambiguo.

Se ha dicho que “ningún budismo se comprendería sin apelar a una revelación, por medio de Buda, de verdades escondidas a las que los fieles prestan su fe”[29].

Semejante afirmación no corresponde a la realidad de las cosas. Poco tiene que ver con la definición que el budismo suele dar de sí mismo y con la percepción histórica y culta que sus buenos conocedores han alcanzado de esa religión. El budismo es, contrariamente a lo que escribe el autor citado, la religión universal que mejor puede comprenderse sin apelar a una revelación. Su fundador la plantea como el resultado de una exploración autogestionada de las profundidades del espíritu humano. Solamente si entendemos por revelación la emergencia de posibilidades de la mente, o la correcta interpretación de la realidad con ayuda de la observación y de una mirada sabia, podría hablarse de revelación en el budismo, de modo análogo a lo que podría decirse en el terreno de la filosofía o de la ciencia.


c - Islam

El Islam se considera a sí mismo como una religión de revelación y se equipara como tal al Judaísmo y al Evangelio de Jesús. La fe musulmana establece solemnemente que el Corán es la voz de Dios, escrita en sus ejemplares impresos, conservada en la memoria de los creyentes, recitada oralmente, revelada al profeta. Pronunciar, escribir, recitar el Corán es algo creado, mientras que el Corán mismo es increado.

Urgidos por estas tajantes afirmaciones, los musulmanes se refieren a los versículos del Corán con la expresión dijo Dios, y lo hacen de un modo todavía más directo y literal de como lo afirman judíos y cristianos[30].

La revelación ha sido dada a los profetas anteriores y finalmente a Mahoma, que la habría recibido en su forma definitiva, mediante sueños, visiones y audiciones.

Sostienen algunos que, si bien no es posible considerar la totalidad del Corán como una revelación divina auténtica, se puede reconocer que hay en él verdades - aunque entreveradas con graves errores – capaces de alimentar y sostener la fe y la vida religiosa y moral de millones de hombres. Se estima, por lo tanto, que aunque no es correcto decir que el entero Corán contenga revelación divina, puede afirmarse que la posee parcialmente.

Si esto fuera así, habría que dilucidar a nivel teológico cómo puede hablarse de una Palabra formal de Dios, que pierde parte de sus virtualidades veritativas, al encerrarse en un mensaje, que es precisamente concebido por el Islam como una recitación literal de la voz divina. Surgiría entonces el problema de que nos encontraríamos ante una revelación divina decreciente.

Además, no se puede perder de vista que el monoteísmo judeocristiano se había insinuado con notables efectos religiosos entre los habitantes de Arabia[31]. Mahoma conocía las religiones judía y cristiana[32]. Entonces, ¿por qué no podrían explicarse sus aciertos religiosos, como frutos de una meditación sobre datos verdaderamente revelados, pero no a él, sino a Israel y por medio de Jesucristo?

Su actividad puede ser considerada de algún modo como fruto de una iniciativa divina providente, encaminada a recordar unas verdades fundamentales que habían sido olvidadas y a elevar el nivel de religiosidad de pueblos enteros, sin que esto signifique una revelación formal.

A lo dicho podría objetarse que Mahoma, de cuya sinceridad no puede dudarse, negó explícitamente haber obrado otro milagro que no fuera el signo mismo del Corán, al que califica de inimitable en su lenguaje. Esta inimitabilidad suele basarse en su éxito, su contenido (recogería información que no puede obtenerse por procesos normales de conocimiento) y su estilo artístico.

En el debate histórico y teológico provocado por estas afirmaciones se hace observar, por parte de las voces críticas, que no existen razones suficientes para negar que un genio creativo sin letras (si es cierto que Mahoma no sabía leer ni escribir) pueda llegar a verdades que sólo alcanza normalmente una persona culta, o que sea, capaz de producir un nuevo estilo literario de gran nivel, o que pueda generar un movimiento de empuje arrollador.

A todo lo cual se puede replicar, por parte de la fe católica, que, admitiendo estas desproporciones entre el “profeta” árabe y la elevada visión religiosa que por su medio se conoce, nos encontraríamos, a lo más, en el orden de “revelaciones privadas”.

En efecto también Sta. Juana de Arco fue una pastora iletrada que, guiada indudablemente por las “voces”, que escuchaba de parte de Dios y sus santos, llevó a cabo una gesta sobrehumana de justa liberación para el reino de Francia. Lo mismo dígase de Bernadette Soubirous. Su ínfimo cultivo intelectual para nada fue obstáculo a la irradiación sin par obtenido por las “revelaciones” que la Virgen María le encomendó en Lourdes[33]. Pero, jamás se le ocurriría a ningún fiel católico pensar que se trata de nuevos aportes, que no estuvieran ya presentes en la revelación “pública”, definitivamente concluida con el fin de la era apostólica[34].

La comisión teológica internacional acepta en su documento sobre Cristianismo y religiones (1996), que “ciertos elementos de la revelación bíblica han sido recogidos por el Islam, que los ha interpretado en un contexto distinto”[35].

Por otra parte, como ya se insinuó, se hallan en el libro sagrado musulmán numerosos elementos de la tradición bíblica, como nombres de lugares y personas (Abraham, Moisés, Jesús, María...) y evocación de determinados acontecimientos.

Sin embargo, la manera de presentar estos personajes y hechos difiere considerablemente del estilo y modo de proceder bíblicos y suele hacerlos difíciles de reconocer por lectores familiarizados con la Biblia. La persona de Jesús, por ejemplo, apenas se asemeja en su vida y en su misión a la que aparece en los Evangelios[36]. Los musulmanes juzgan la Biblia desde el Corán y tal como la utilizan e interpretan judíos y cristianos la consideran errónea y falsificada, producto de escritos originales que se habrían perdido. La Biblia se halla, para los creyentes islámicos demasiado impregnada de humanidad o de elementos mundanos para ser Palabra divina. Mahoma no es el más reciente de los profetas, sino el último y el llamado a enderezar las vías de Dios en el mundo.


C – Compendiando

Las ideas y formulaciones del Cristianismo sobre la Revelación de la que vive y sobre la divina Palabra de la que continuamente se nutre, nunca se han desarrollado como si el resto de los mundos religiosos no existiera. Al contrario, han dejado traslucir siempre, en mayor o menor medida, la innata dimensión universalista de la religión cristiana y la conciencia de una multiforme sabiduría divina en sus vías de manifestación a la humanidad.

La Comisión teológica internacional, en su documento recién mencionado, ha señalado que “la especificidad e irrepetibilidad de la revelación divina en Jesucristo se funda en que sólo en su persona tiene lugar la autocomunicación del Dios Trino. De ahí por tanto que, en sentido estricto, no se puede hablar de revelación de Dios más que cuando Dios se da a sí mismo. Cristo es así a la vez el mediador y la plenitud de toda revelación”[37].

Previene también contra el peligro de confundir la noción específica de revelación, que es propia de la teología cristiana, con una apreciación fenomenológica de lo que se consideran situaciones revelatorias en la historia comparada de las religiones. Habla asimismo de que, si bien no puede excluirse una iluminación divina específica a hombres y mujeres fuera de lo que suele considerarse historia salutis, “nunca tenemos garantías de la recta acogida e interpretación de esas luces por quienes las reciben”[38].

La religión revelada – dice Newman – “viene de Dios en un sentido en el que ninguna otra puede considerarse venida de EL. No obstante, si queremos hablar correctamente hemos de admitir, por la autoridad de la misma Biblia, que todo conocimiento religioso procede de Dios, y no sólo el que la Biblia nos transmite.

Porque nunca ha habido un tiempo en el que Dios no haya hablado a los hombres. Se nos dice expresamente en el Nuevo Testamento que en ningún momento ha estado Dios sin testigos en el mundo y que de toda nación y pueblo acepta a quienes le temen y obedecen. Parece por tanto que hay algo de verdadero y de divinamente revelado en toda religión de la tierra, sobrecargado y a veces sofocado, tal vez, por las impiedades con que la voluntad y el intelecto corrompido lo han contaminado. Pero propiamente hablando, la revelación es un don universal, no local...No hay nada absurdo en la idea de poetas y sabios paganos, o sibilas, divinamente iluminados en cierta medida, como canales y órganos por los que ha llegado a sus gentes la verdad moral y religiosa”[39].

Si por revelación divina entendemos una influencia sobrenatural en los intermediarios y en determinados contenidos religiosos, no puede excluirse algún tipo de influjo divino revelatorio de ellos.

Hemos de decir que la revelación judeocristiana trasciende y finaliza esas otras instancias revelatorias, a la vez que, purificadas, la Iglesia las retiene e incorpora, realizándolas en sus más profundos anhelos de verdad y salvación.

Los elementos revelados presentes en otras religiones – ya se entiendan como lo verdadero naturalmente conocido, o como algo derivado de iluminaciones especiales – guardan además una relación en cierto modo dialéctica con la revelación cristiana. Esta influye críticamente sobre aquéllas. Pero dado también que el don divino es infinitamente superior a la capacidad humana para acogerlo y se recibe en forma finita, la revelación cristiana podría enriquecerse con percepciones de otros ámbitos religiosos, se consideren o no a sí mismos como depositarios de revelación.

Algo así como el asombro de Jesús ante la fe de un pagano, que superaba la del propio pueblo depositario de la manifestación oficial de Dios hasta ese momento, adhiriéndose a Jesucristo, objetivo final de aquella misma revelación (Mt 8, 10).

No menos ha de quedar en pie que entre la revelación judeocristiana y los otros hechos, que pudieran ser considerados como provenientes de manifestaciones divinas, existe un desnivel, que afecta tanto al plano formal (cualidad del acontecimiento) como al de los contenidos. No debe hablarse de convergencia, suma o complementariedad de revelaciones, aunque pueda admitirse el carácter mutuamente esclarecedor de los mundos culturales donde viven y se desarrollan las diversas tradiciones religiosas.

En fin, nunca podrá alguien abarcar a Dios. Pero esta verdad no es excusa para relativizar las disposiciones que Él mismo ha establecido como últimas e insuperables[40].


_____


[1] La “Revelación” consiste fundamentalmente en la comunicación de verdades, leyes, intervenciones de Dios en la historia (“Palabras y gestos”: DV, 2), que la mente humana jamás alcanzaría, librada a sus solas fuerzas. Así: que Dios tiene un Hijo, la encarnación del mismo en el seno de María, etc.
La “Inspiración” de los escritores sagrados de la Biblia es el proceso, por el cual Dios ilumina la inteligencia, mueve la voluntad y demás facultades requeridas para llegar a ser compositor de un escrito, en un autor humano, que así se convierte en instrumento personal y libre en manos del autor principal, que es siempre Dios. Los contenidos de las obras así compuestas y debidas al trabajo mancomunado de Dios y el hagiógrafo no siempre proceden de una “revelación divina”. Pueden provenir de la misma experiencia del hombre que escribe. Por ejemplo, los viajes que narra Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, en los que él mismo participó. No necesitó para tal fin alguna comunicación especial de Dios. Le bastaba su capacidad de observación. Sólo que sus facultades se ven peculiarmente elevadas por Dios para crear su escrito bajo el influjo de la “inspiración”.
[2] Tales como: S. Smartha, “The Cross and the Rainbow. Christ in a Multireligious Culture” en: J. Hick – P. Knitter (eds.) The Myth of Christian Uniqueness. Toward a Pluralistic Theology of Religions, New York (1987) 69 – 88. Es significativo el título dado a otra obra por uno de los editores del libro recién mencionado: P. Knitter, Nessun altro nome?, Brescia (1991). Esa interrogante (que en el curso de la exposición se cambia en resuelta negación de la unicidad de Cristo) se enfrenta a la apodíctica afirmación de Pedro ante el Sanedrín: “En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el que podamos ser salvos” (Hech 4, 12).
[3] Recordar en igual sentido Dt 4, 6 – 8: “Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: «¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!» ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?”
[4] Dominus Jesus, 5, citando a Juan Pablo II, Redemptoris missio 5 y 14.
[5] Jesuita belga, que trabajó en la India desde 1948 a 1984, llegando después al decanato de la Facultad de Teología en la romana Pontificia Universitá Gregoriana, desarrolló una vasta y profunda labor sobre esta tan importante como espinosa temática.
Además de encarar tales problemas en numerosos artículos, esbozaba una síntesis de sus posiciones ya en 1991: Jesucristo al encuentro de las religiones (Madrid). Su obra posterior y más discutida: Toward a Christian Theology of Religious Pluralism, New York (1997,traducida al francés y al italiano el mismo año) ha sido también presentada en español: Hacia una teología del pluralismo religioso, Santander (2000).
Ha recibido serias críticas de otro jesuita, G. De Rosa : “Una teologia problematica del pluralismo religioso” en: La Civiltá Cattolica , CXLIX (1998) 129 – 143.
Igualmente crítico ha sido el comentario del Comité de Redacción de la Revue Thomiste : “Tout récapituler dans le Christ – A propos de l’ouvrage de Jacques Dupuis, Vers une Théologie Chrétienne du Pluralisme religieux” (Revue Thomiste, XCVIII – 1998 – 591 - 630).
Que la “Dominus Iesus” se dirigía muy concretamente a tesis sostenidas por Dupuis, consta por la “Notificazione a P. Dupuis”, enviada por la misma Congregación de la Doctrina de la fe al teólogo en cuestión (24 / I / 01). Ver: Il Regno. XLVI (2001) 143 – 145. La carta se mueve en el horizonte de la declaración “Dominus Jesus”, con la preocupación de “refutar opiniones erróneas o peligrosas, a las que, independientemente de las intenciones del autor, puede llegar el lector a causa de formulaciones ambiguas o explicaciones insuficientes” (“Preámbulo”). El P. Dupuis aceptó los puntos de esta “notificación”.
El mismo Prepósito General de la Compañía de Jesús, H. Kolvenbach, resaltando la obra pionera realizada por Dupuis, no deja de acotar: “Retomando las grandes orientaciones de la Dominus Jesus, la Notificación fija con plena claridad las líneas de esta enseñanza, a las cuales el autor en su libro pretendió adherirse, sin acertar siempre” (“Dichiarazione di P. Kolvenbach” en: Il Regno XLVI – 2001 – 144. Cursiva nuestra).
[6] J. Dupuis, Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso, Santander (2000) 349.
[7] J. Dupuis, Hacia una teología... 475 ss.
Comentando esta pauta de discernimiento la RT (en la que nos venimos inspirando), advierte: “Pero no siempre hace intervenir a este criterio. Así, se puede juzgar como del todo arbitrario afirmar que Mahoma es un profeta a causa de los «acentos proféticos indudables del Corán» (ed. esp. de Dupuis: p.364), ¡cosa que tiene todo el aspecto de un círculo vicioso!” (RT, ibid., 624, n.51)
[8] Téngase en cuenta hasta qué punto actos comúnmente tenidos como solidarios y heroicos, sin embargo, pueden estar desligados del amor: “Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada” (I Cor 13, 3).
[9] “Hacia una teología ...” 369 – 370.
[10] Ya desde el planteamiento de esta cuestión, había preguntado: “Si, además, Jesucristo representa la «plenitud» de la revelación divina, ¿ha llegado ésta con él a su conclusión definitiva? O, por el contrario, ¿puede ser concebida, de algún modo, como un «proceso que aún continúa», tanto dentro como fuera del cristianismo?” (ibid. , 349).
Faltando en el autor las necesarias matizaciones, su concepto permanece en una nebulosa. Así, por ejemplo, no diferenciando la “revelación pública” de las “revelaciones privadas” (distinción esencial e irrenunciable para la fe católica), se puede caer en la nivelación de “revelaciones” ocurridas “después de la edad apostólica”, con la única, que es normativa para la fe ortodoxa de la Iglesia y del mundo entero.
En consecuencia, el párrafo que citamos a continuación, aparece sembrado de equívocos: “La plenitud cualitativa , o , digamos, la intensidad – de la revelación en Jesucristo - no es un obstáculo, ni siquiera después del acontecimiento histórico, para una autorrevelación divina permanente a través de los profetas y los sabios de otras tradiciones religiosas, como, por ejemplo, a través del profeta Mahoma. Esa revelación sucedió, y continúa sucediendo, en la historia. Pero ninguna revelación puede superar o igualar, antes o después de Cristo, la que se nos concedió en él, el Hijo divino encarnado” (Hacia una teología..., 370).
Se ha de observar que lo “definitivo”, ofrecido por Dios en Cristo no equivale sólo a una exquisitez cualitativa en comparación con otras tradiciones religiosas, sino que incluye asimismo la “plenitud” de lo necesario para la salvación: “Les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,14). Y, según Hebr 11, 13 y 40: “Todos ellos (desde Abel, no hebreo y anterior aún al “pacto noáquico”: ibid., vv. 4 – 7) murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas...Porque, aunque su fe los hizo merecedores de un testimonio tan valioso, ninguno de ellos entró en posesión de la promesa. Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la perfección sin nosotros”.
Según Dupuis en Mahoma (acotamos: seis siglos después de Cristo, “plenitud de los tiempos”: Gal 4, 4) se da genuina revelación y “continúa sucediendo en la historia”. Se lo afirma sin el menor asomo de aclaración. ¿Revelación obligatoria para la salvación . “pública” o restringida a los musulmanes? ¿En qué relación se encuentra con la de Jesús, que, pese a ser anterior, la llevaría a su cumplimiento, al menos para la fe católica? Pero, se sabe que para los musulmanes, los comunicados celestiales contenidos en el Corán, superan al mismo Cristo, que no es más que “un” profeta, inferior al reformador árabe.
[11] Ver: DV , 4.
[12] S. Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo, II, 22, 4. Léanse los números siguientes, observando hasta qué punto insiste el santo en expresiones que significan lo definitivo, que no es posible “completar”: ”totalmente”, “todo”...Considera como un “agravio” pedir nuevas revelaciones, porque en el Hijo de Dios “están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios” (Col 2, 3).
[13] “Si puó parlare di «rivelazione» nelle religioni non cristiane?”, La Civiltá Cattolica , CXLVI (1995) 115 – 116.
[14] “Clemente de Alejandría es el primer escritor cristiano que menciona a Buda” (A. Marino, “Jesucristo, mediador único y universal de salvación – La Cristología del Documento El Cristianismo y las religiones” en: Teología, XXXV – 1998 - N° 71, 130).
[15] La Iglesia puede crecer en la profundización de la verdad. El Espíritu Santo, prometido por Jesús, “nos guiará hacia toda la verdad” (Jn 16, 13). No aportando nuevos contenidos revelados, sino haciendo asimilar cada vez mejor al cuerpo de la Iglesia, a través de las edades, “las insondables riquezas de Cristo” (Ef 3, 8). “Y en esto puede ser auxiliada por otras religiones, en cuanto pueden ayudarla a ver aspectos de la verdad no profundizados suficientemente por ella. Las mismas críticas que ellas pueden dirigir al cristianismo pueden ayudar a los cristianos a ver las propias lagunas y las propias incrustaciones históricas. Así, por ejemplo, cuando las religiones orientales reprochan al cristianismo su carácter «occidental»” (Editoriale, “Il Cristianesimo e le altre religioni” en: La Civiltá Católica , CXLVII – 1996 - 115 – 116).
Por su parte, anota A. Sayés: “Puede ser que el cristianismo, en su praxis, haya perdido valores que puede reconocer en otras religiones. Por ejemplo, cuando uno ve en el Islam el sentido que tienen de la adoración a Dios, un cristiano tiene que preguntarse si ese sentido no se ha perdido un tanto en el cristianismo actual por las influencias secularizantes que han entrado en él y que están lejos de influir en el Islam” (Cristianismo y religiones – La salvación fuera de la Iglesia , Madrid – 2001 – 240 – 241). Ese lastimoso descuido se patentiza en nuestras parroquias, sobre todo con ocasión de la celebración de bautismos y matrimonios. El clima de feria de vanidades, de charloteo y casi total ausencia de devoción por la presencia de Cristo en el Sagrario, es cada vez más difundido.
Asimismo, sobre todo el “homo technicus” occidental, también el cristiano, tendría mucho que aprender de las tradiciones religiosas indígenas en América Latina. Como recuerda A. R. M. Motto: “En las regiones aborígenes de América existía un gran sentido de sacralidad hacia la naturaleza en general. Las grandes intuiciones sobre la divinidad se encuentran estrechamente vinculadas al concepto de creación. En la región andina se deificó a la tierra, a la cual se la denominaba Pacha Mama. La traducción castellana de este nombre sería Madre sagrada. Expresión que, por otra parte, redundó en la exaltación de la mujer y de la femineidad. Para los aborígenes precolombinos los bienes de la creación suponían una especie de donación materno – divina” (“Moral ecológica” en: Teología , XXXVII -1999 – 96).
[16] J. Dupuis, ibid. , 373. Sin embargo, “los ejemplos propuestos por el autor para ilustrar su tesis están lejos de ser convincentes. «¿El sentido de la majestad y de la trascendencia divinas, así como la sumisión del ser humano a la santidad de los decretos eternos de Dios», que – según Dupuis .- caracterizan al Corán, tienen el mismo sentido que en el cristianismo? Se puede dudar de ello. Ahora bien – y no será un exegeta quien nos contradirá – una verdad toma su sentido sólo en su contexto global” (Revue Thomiste, “Tout récapituler...”, 627, n. 56). Si bien antes señalamos en las muestras de adoración musulmana un ejemplo a no descuidar por parte de los cristianos “secularizados”, no quiere decir que la totalidad de la actitud mahometana ante Dios, sea compatible con la fe cristiana. Así el sentido de “fatalismo” con que se refieren a los designios de Dios, no puede componerse con nuestra fe en la Providencia divina.
[17] J. Dupuis, ibid. y n. 47, K. Ward, Religion and Revelation , Clarendon Press, Oxford (1994), 339 – 340.
[18] J. Dupuis, ibid.
[19] Precisadas previamente en el N° 5: “Para poner remedio a esta mentalidad relativista , cada vez más difundida, es necesario reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el cual es «el camino, la verdad y la vida» (Cf. Jn 14, 6), se da la revelación de la plenitud de la verdad divina: «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27).«A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» (Jn 1, 18); «porque en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente (Col 2, 9 – 10).”. Corrobora después los datos bíblicos con DV, 2 y 4, así como en referencia a Redemptoris missio, 5.
[20] Hace aquí referencia a DV 4.
[21] Condimentando con comentarios personales o de otros autores, nos valemos en lo que sigue de los datos proporcionados por J. Morales, “Revelación y religiones” en su obra: Teología de las religiones , Madrid (2001) 172 – 203.
[22] B. Forte,”La Parola di Dio nella Sacra Scrittura e nei Libri Sacri delle altre Religioni” en: L’ Interpretazione della Bibbia nella Chiesa – Atti del Simposio promosso dalla Congregazione per la Dottrina della Fede – Roma settembre 1999, Cittá del Vaticano (2001) 113 – 114.
[23] Citado por R. C. Zaehner, Hinduism, Oxford (1962) 171.
[24] The dance of Shiva , London (1958) 23 . 24.
Sin embargo. I. Vempeny, S. J. (cuya postura examinaremos hacia el final), escribe:”Los hindúes consideran la literatura Védica nytia (eterna) y apaureshaya (no producida por sabiduría humana)” ( “Non – Biblical Scriptures” en: Scrittura Ispirata –Atti del Simposio internazionale sull‘ispirazione promosso dall‘Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” , Cittá del Vaticano, - 2002 – 217).
Sólo resta comprobar los puntos de vista opuestos de diferentes expertos sobre este cuerpo de literatura religiosa.
En caso de admitir algún tipo de “iluminación religiosa especial”, se ha de juzgar al respecto con parámetros semejantes a los usados para enfocar al Islam, que sin duda alguna se presenta como “revelación”
[25] Dice Müller: “Por interesantes que sean los Vedas para nosotros... ninguno en su sano juicio reclamaría, ni siquiera por un momento, su origen sobrehumano” (Chips from a German workshop, London, - 1985 – vol. II, 40). Ver: L. Rocher, “Max Müller and the Veda” en: Mélanges Armand Abel , Leiden (1978), vol. III, 221 – 235.
[26] “La evolución del concepto de Dios en el Hinduismo” en: 20° Simposio Internacional de Teología, Pamplona (1999).Ver: J. Gonda, “The Concept of a personal God in ancient Indian religious thought” en: Studia Missionalia , XVII (1968), 111 – 136.
[27] “Karma (del sánscrito kar – mano – y derivadamente, acción) consiste en un principio de retribución: quien la hace, la paga, especie de ley del Talión. En el curso de la inmensidad del tiempo todo cabe, tanto elevarse al rango de los dioses, como volver a caer en la miseria y el anonimato” (C. Díaz, Manual de historia de las religiones, Bilbao - 1999, 3ª. ed.- 120).
[29] J. Masson, “Révelation et foi dans le Bouddhisme?” en: Studia Missionalia , XX (1971) 214.
[30] Efectivamente, el Corán no es una obra divino – humana, resultante de la colaboración de Dios y el hombre (cada uno en su nivel), sino que todo él es solamente “divino”, revelación pura, sin la mediación de un proceso de”inspiración”. Mahoma es el mero receptor de esta comunicación celestial, no “coautor” de la misma.
[31] W. M. Watt, Mahomet a la Mecque, Paris (1977), 32.
[32] Aunque ésta última a través de versiones heréticas de la misma.
[33] Abundan otros ejemplos: S. José de Cupertino, el Sto. Cura de Ars, San Giovanni Calabria...
[34] Concilio Vaticano I, “Pastor Aeternus”, cap. 4. DH, 3070
[35] N° 89.
[36] Así el Corán 4, 171 – 172 exhorta: “¡O, gente del Libro! ¡No quebrantéis el límite de vuestra religión! ¡En cuanto a Dios, decid sólo la verdad! El Mesías, Jesús hijo de María, no es el Mensajero de Dios, su Verbo que él depositó en María es un Espíritu que proviene de él. Creed por lo tanto en Dios y en sus mensajeros y no digáis «Tres» (= La Sma. Trinidad cristiana). ¡Basta! Esto será mejor para vosotros. En verdad, Dios es uno solo: ¡es demasiado glorioso como para tener un hijo! ¡A él pertenece lo que hay en los cielos y en la tierra y como protector basta Dios! No desdice del Mesías que sea un siervo de Dios”.
En 5, 72 – 73: “Por cierto que son ateos los que dicen: «El Mesías, hijo de María, es Dios»” (Citas tomadas de: Piergiorgio Gianazza, “Mistero Trinitario e Islam” en: A cura di Angelo Amato, Trinitá in contesto , Roma (1994) 237.
[37] N° 88.
[38] N° 92. Ya, en esta consideración, nos adelantamos respecto a uno de los rasgos que caracterizarán al otro tema, que intentaremos abordar: la inspiración divina de las escrituras sacras en otras religiones.
En efecto, el carisma de la inspiración, asegura como “palabra de Dios”, no sólo los contenidos “revelados”, que se encuentran en la Biblia judeocristiana, sino que también reviste de ese carácter hasta a detalles, que pueden ser recogidos por la simple experiencia y observación del hagiógrafo. El manto olvidado por Pablo en Tróade (II Tim 4, 13) no es un dato que precise de una manifestación divina, para ser conocido por el Apóstol. Sin embargo, igualmente está sostenido por la iluminación especial del juicio, por parte del Espíritu Santo.
De esta garantía, carecen las posibles revelaciones que hayan recibido profetas o poetas de los escritos sagrados extracristianos. También, como se indicará, auténticas revelaciones privadas dentro de la Iglesia, pueden ser después transmitidas defectuosamente, por no gozar del carisma de la inspiración en su presentación última.
[39] J. H. Newman, The Arians of the Fourth Century, London (1871), 81 ss.
[40] Autores católicos avezados en el estudio de las religiones comparadas suelen mostrarse prudentes en su vocabulario. Así J. López – Gay: “Hemos querido evitar el término «revelación» al hablar de la acción de Dios en las otras religiones. En esto sigo la terminología de P. Rossano (que –aclaramos – formó parte desde sus comienzos del Secretariado vaticano para las religiones no cristianas). Véanse sus estudios: Il problema teologico delle religioni, Catania – 1975 -, 32, n. 18; “Fede e rivelazione nei non cristiani” , en: Studi Francescani , LXVIIII - 1971 – 337 – 350. Otros hablan de «revelación cósmica», concepto profundo expuesto por J. Daniélou, Les saints païens de l‘Ancien Testament , Paris – 1956 – 26.” (“Misterio Trinitario e Buddismo” en: A cura di Angelo Amato, Trinitá in contesto , Roma – 1994 – 222, n. 23).



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