lunes, 30 de mayo de 2011

Libertad religiosa ¿La Iglesia estaba en lo correcto también cuando la condenaba? - Sandro Magister

Libertad religiosa ¿La Iglesia estaba en lo correcto también cuando la condenaba?
Sandro Magister


En el debate sobre el Concilio Vaticano II interviene el teólogo benedictino Basile Valuet. Contra los tradicionalistas Gherardini y de Mattei. Pero también contra el "ratzingeriano" Rhonheimer. 


ROMA, 26 de mayo del 2011.– La instrucción "Universæ Ecclesiæ" del pasado 30 de abril, fiesta de san Pío V, no ha aplacado el enfrentamiento entre los más ardorosos defensores de la misa en rito antiguo y en rito moderno, tentados unos y otros de considerar válido y legítimo solamente el propio rito.

Pero el enfrentamiento es más amplio. Atañe el criterio general con el que el actual pontífice quiere guiar la Iglesia fuera de la actual crisis.

Es el criterio de la "reforma en continuidad" afirmado por Benedicto XVI en el memorable discurso a la curia romana del 22 de diciembre del 2005, sobre la interpretación del Concilio Vaticano II.

En estas últimas semanas, www.chiesa ha dado voz a una discusión muy viva sobre la acogida o no a este criterio. Una discusión nacida de la "desilusión" de algunos pensadores tradicionalistas por el modo como Benedicto XVI insiste en defender en bloque el Concilio Vaticano II, que a juicio de ellos debería ser corregido allí donde ha "roto" con la Tradición de la Iglesia.

A continuación hay una nueva intervención en la discusión. Es del padre Basile Valuet, teólogo benedictino de la abadía de Le Barroux, en Francia, entre la Provenza y los Alpes.

Valuet critica a dos tradicionalistas de primera línea "desilusionados": el teólogo Brunero Gherardini y el historiador Roberto de Mattei.

Pero critica también al filósofo Martin Rhonheimer, según el cual la hermenéutica ratzingeriana de la "reforma en continuidad" explica perfectamente no sólo el Concilio en conjunto, sino también lo que ha sido quizá su vuelco más notorio: la afirmación de la libertad religiosa hecha por la "Dignitatis humanae", en evidente contraste con la enseñanza de los Papas anteriores pero no por esto desligada de la Tradición de la Iglesia, más aún, en sólido acuerdo con el "patrimonio profundo" de la Tradición misma.

Valuet no está de acuerdo con esta interpretación. A su juicio, no hay contraste sino continuidad entre la enseñanza del Vaticano II sobre la libertad religiosa y la anterior condena de la misma hecha por Pío IX y por otros Papas. Y lo explica.

O mejor dicho, lo vuelve a explicar, sintetizando en pocas frases los seis monumentales volúmenes que ha publicado precisamente sobre dicho tema.

Antes de dar la palabra a Valuet, es útil releer las críticas de Rhonheimer a las tesis "concordistas" del teólogo benedictino y de otros dos autores: el filósofo alemán Robert Speamann y el teólogo francés Bertrand de Margerie.

Este pasaje de Rhonheimer ha sido extraído de un artículo suyo aparecido en "Nova et Vetera" en el 2010 que fue relanzado por www.chiesa el pasado 28 de abril, seguido de un amplio apéndice.

La armonización que Rhonheimer considera equivocada - en las primeras palabras del pasaje que reproducimos aquí - es aquella entre la afirmación de la libertad religiosa hecha por el Vaticano II y su condena por obra de los Papas anteriores. Entre una y otra, escribe, "no hay punto en común, ni continuidad".

miércoles, 18 de mayo de 2011

Card. Koch: “El motu proprio es sólo el comienzo de este nuevo movimiento litúrgico”

Card. Koch: “El motu proprio es sólo el comienzo de este nuevo movimiento litúrgico”


Presentamos nuestra traducción de la relación del Cardenal Kurt Koch en el congreso sobre el motu proprio Summorum Pontificum que se ha celebrado en los pasados días en Roma.


“La reforma de la liturgia no puede ser una revolución. Ella debe intentar tomar el verdadero sentido y la estructura fundamental de los ritos transmitidos por la tradición y, valorizando prudentemente lo que está ya presente, los debe desarrollar ulteriormente de manera orgánica, yendo al encuentro de las exigencias pastorales de una liturgia vital”. Con estas iluminadas palabras, el gran liturgista Josef Andreas Jungmann comentó el artículo 23 de la constitución sobre la sagrada liturgia del concilio Vaticano II, donde son indicados los ideales que “deben servir de criterio para toda reforma litúrgica” y de los que Jungmann dijo: “Son los mismos que han sido seguidos por todos aquellos que con perspicacia han pedido la renovación litúrgica”. Diversamente, el liturgista Emil Lengeling ha afirmado que la constitución del concilio Vaticano II marcó “el fin del medioevo en la liturgia” y llevó a cabo una revolución copernicana en la comprensión y en la praxis litúrgica.

He aquí mencionados los dos polos interpretativas opuestos, que constituyen el punto crucial de la controversia desarrollada en torno a la liturgia después del concilio Vaticano II: ¿la reforma litúrgica postconciliar debe ser tomada a la letra y entendida como “re-forma” en el sentido de una restauración de la forma originaria y, luego, como una ulterior fase dentro de un desarrollo orgánico de la liturgia, o bien esta reforma debe ser leída como una ruptura con la entera tradición de la liturgia católica e incluso la ruptura más evidente que el Concilio haya realizado, es decir, como la creación de una nueva forma?. El hecho de que los padres conciliares entendieran la reforma sólo en el sentido de la primera afirmación ha sido profundamente mostrado sobre todo por Alcuin Reid. Sin embargo, en amplios círculos dentro de la Iglesia católica se ha impuesto cada vez más la segunda interpretación, que ve en la reforma litúrgica una ruptura radical con la tradición e intenta incluso promoverla. Este desarrollo condujo, en la comprensión y en la praxis litúrgica, a nuevos dualismos.

Es cierto que el motu proprio podrá hacer realizar pasos adelante en el ecumenismo sólo si las dos formas del único rito romano en él mencionadas, es decir, la ordinaria de 1970 y la extraordinaria de 1962, no sean consideradas como una antítesis sino como un mutuo enriquecimiento. Ya que el problema ecuménico se encuentra en esta fundamental cuestión hermenéutica.

Un primer dualismo afirma que antes del Concilio la Santa Misa era entendida sobre todo como sacrificio y que después del Concilio ha sido redescubierta como cena común. En el pasado se ha hablado naturalmente de la Eucaristía como de un “sacrificio de la misa”. Hoy, sin embargo, este aspecto no sólo es menos conocido sino que ha sido incluso dejado de lado o sencillamente olvidado. Ninguna dimensión del misterio eucarístico se ha vuelto tan discutida después del concilio Vaticano II como la definición de la Eucaristía como sacrificio, sea como sacrificio de Jesucristo, sea como sacrifico de la Iglesia, al punto de que existe el peligro de que un contenido fundamental de la fe eucarística católica pueda terminar completamente en el olvido. Contra tal dualismo, el Catecismo de la Iglesia Católica mantiene unido lo que es inseparable: “La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor”.

Un ulterior dualismo en torno al cual tiende a polarizarse la visión de una liturgia preconciliar y de una liturgia postconciliar sostiene que, antes del Concilio, era sólo el sacerdote el sujeto de la liturgia mientras que, después del Concilio, la asamblea ha sido elevada al rol de honor de sujeto de la celebración litúrgica. Ciertamente, es indiscutible que, en el curso de la historia, el rol originario de todos los fieles como co-sujetos de la liturgia ha ido poco a poco menguando y que el oficio divino comunitario de la Iglesia primitiva, en el sentido de una liturgia que veía partícipe a toda la comunidad, ha asumido cada vez más el carácter de una misa privada del clero. La existencia de una continuidad de fondo entre la antigua liturgia y la reforma litúrgica puesta en marcha por el concilio Vaticano II brilla por la visión amplia y profundizada por la constitución litúrgica, según la cual el culto público integral es ejercido “por el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, por la cabeza y por sus miembros” y toda celebración litúrgica debe ser considerada, por tanto, como “obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia”. El Catecismo agrega luego: “algunos fieles son ordenados mediante el sacramento del Orden para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo”.


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