El gobierno fue incapaz de percibir el atropello al derecho natural
Monseñor Carmelo Juan Giaquinta
Monseñor Carmelo Juan Giaquinta
Buenos Aires, 19 Jul. 10 (AICA).- “El derecho natural a unirse en matrimonio entre varón y mujer es previo a toda religión revelada y a toda jurisprudencia. Es uno de los derechos humanos fundamentales, que no los otorga ninguna autoridad, sino la misma naturaleza humana. Y la defensa de estos es la finalidad de la autoridad. Lamentablemente este gobierno, que de la defensa de los derechos humanos ha hecho su bandera, ha sido incapaz de percibir que la ley de matrimonio civil entre personas homosexuales atropella inútilmente este derecho fundamental. Lo ha hecho con el pretexto de defender el derecho de la minoría homosexual, de no discriminarla, y de promover la igualdad ante la ley”, dijo monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, en su reflexión del fin de semana al referirse a la reciente aprobación de la ley que equipara la unión homosexual con el matrimonio.
Por otro lado, lamento que “se ha dicho, torpemente, que la discusión en el Senado era entre Néstor Kirchner y el cardenal Bergoglio”, porque “lo que ha sucedido es, más bien, la derrota del sentido común por la torpeza de los hombres” y agregó que “ya fue penoso que al Senado hubiese llevado un proyecto de ley sobre el matrimonio entre homosexuales en vez de un proyecto sobre la defensa de los derechos de los mismos, sin ofender los derechos exclusivos del matrimonio que, por naturaleza, sólo existe entre el varón y la mujer. Y esto, previo a todo derecho positivo y a todo dogma religioso”.
“Las cosas que son por naturaleza, son como son. Por eso las llamamos con una determinada palabra para diferenciarlas de otras que tienen otra natura específica. Aplicar una palabra que es propia de un ser a otro que no le corresponde, y reconocerle a éste derechos que no le corresponden y que son propios del primero, es un avasallamiento a los derechos humanos de éste. Y, por concomitancia, a los derechos humanos de todos, pues todos formamos una sola familia humana. De esta manera no se promueve la concordia social”, advirtió.
En ese sentido y a raíz de lo ocurrido en el Senado, monseñor Giaquinta planteó algunos interrogantes. El primero se refiere a la “fragmentación cultural” y concretamente se preguntó si “tenemos conciencia los católicos argentinos de la transformación cultural del mundo en que vivimos”, en el que “ya no existe un lenguaje básico común” sino que “la humanidad pareciera marchar cada vez más hacia la fragmentación”.
En segundo término se refirió a los “endebles del catolicismo argentino”, debido a que durante el debate “fueron varios los senadores que se profesaron ‘católicos, apostólicos, romanos’, o aludieron a su formación religiosa, que se pronunciaron totalmente en contra del magisterio de la Iglesia, sin atisbo alguno de haberse interesado por conocerlo en serio”. Y presentó esta situación como “un desafío a revisar nuestra tarea evangelizadora, en especial la catequesis y la predicación que impartimos, incluyendo la formación que para ello imparten los Seminarios”. También es “una invitación a hacer una revisión de la piedad popular y de la consecuente pastoral popular”, de la cual llamó a reflexionar si “esta última considera siempre a la primera como un punto de partida, o se conforma con poco y la considera como un punto de llegada”.
En tercer lugar reflexionó sobre la condición del “cristiano como ciudadano” al señalar que “el desarrollo de los medios de comunicación, que son capaces de condicionar la mente humana, en algunos casos tanto o más que los regímenes totalitarios, están exigiendo que el cristiano, además de ser miembro activo de la Iglesia, crezca como ciudadano responsable de la patria terrena”. Y consideró “conveniente que cada institución laical hiciese una revisión de vida de cómo se ha comportado en esta circunstancia de la ley del matrimonio homosexual”, al tiempo que felicitó “a muchos de nuestros hermanos evangélicos que han mostrado una notable conciencia de ser ciudadanos responsables”.
Por otro lado destacó la necesidad que tiene la Iglesia de apoyarse “sólo en Dios, creyendo más firmemente en él y amándolo de veras, y amando de corazón a un mundo cada vez más hostil a ella”, frente a lo cual llamó a la reflexión acerca de si “no es tiempo de que cada clérigo, al momento de las elecciones, haga, como ciudadano, su personal opción partidaria, sin confundirla con una supuesta opción de la Iglesia, ni pretenda prender a ella a los fieles”. Lo mismo dijo para los laicos, que deberán aprender a hacer “su propia elección en medio de la maraña de circunstancias en que se han de mover”.
Para finalizar, sostuvo que “la Iglesia, en esta hora, a través de muchos sufrimientos, externos e internos, está llamada por Dios a un redescubrimiento más profundo del Evangelio de Jesucristo. Y ello, tanto en la vivencia personal, cuanto en la vivencia de la comunidad eclesial. Sólo así la Iglesia puede emprender la Nueva Evangelización”. Subrayó que “ser discípulo de Cristo y misionero van juntos” y que los católicos nos equivocaríamos “si pensásemos que ya somos discípulos, y que sólo nos falta ser más misioneros”. Y tras afirmar que “hemos desaprovechado, en gran medida, la gracia excepcional que fue el Concilio Vaticano II, como se vio en la gran crisis sacerdotal y de la vida religiosa que sucedió inmediatamente al mismo”, advirtió que “sería penoso que esta hora de la Iglesia, en el mundo y en la Argentina, pasase sin que supiésemos escuchar la voz de Dios que nos llama a una renovación profunda, personal y comunitaria, conforme al Evangelio de Jesús”.
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