Los adúlteros, Pousa, Masiá y la falta de autoridad eclesial
Luis Fernando Pérez Bustamante
El Tribunal Constitucional acaba de sentenciar que la Iglesia no tiene derecho a no renovar el contrato de una profesora de religión si la causa es que se haya casado con un divorciado. Según el TC, el hecho de que un profesor de religión católica viva públicamente en pecado “no afecta a sus conocimientos dogmáticos o a sus actitudes pedagógicas“. Es decir, si alguien vive en adulterio pero a sus alumnos les enseña que el adulterio es pecado, no hay mayor problema. Eso es, más o menos, lo que viene a decir el tribunal.
La doctrina católica sobre la situación de aquellos cristianos que se divorcian y se vuelven a casar nace de las palabras de Cristo. Nuestro Señor fue claro. Quien hace tal cosa es un adúltero. Y si Cristo llama adúlteros a esos cristianos, la Iglesia no puede hacer otra cosa que confirmar las palabras del Maestro. Podrá gustar más o menos, podrá ser políticamente incorrecto en un mundo donde el adulterio es presentado como el pan nuestro de cada día, pero los evangelios dicen lo que dicen y a ellos nos debemos.
Ahora bien, independientemente de lo que dictamine un tribunal, es evidente que hoy hay una problema grave de credibilidad en la autoridad moral de la Iglesia. Efectivamente, en estos momentos existe una autoridad eclesial que se dedica a permitir que los heterodoxos campen a sus anchas, que admite que haya sacerdotes, como Masiá, que agreden a la memoria de Papas santos, que a un cura que paga abortos y bendice uniones homosexuales le agradece su labor social y le da una palmadita en la espalda diciéndole: “querido, a ver si haces las cosas conforme a la doctrina católica".