“La batalla cultural está ganada”: sobre la Ley del Matrimonio Homosexual
Dr. Carlos Daniel Lasa
Horacio Verbitsky, el día 11 de julio de 2010, en un artículo publicado en Página 12 titulado «La Inquisición» –artículo que descalifica absolutamente a la Iglesia Católica– refiere que: «el obispo de La Plata, Héctor Aguer, dijo el viernes que se trataba de una guerra cultural contra el catolicismo»[1]. La postura del Arzobispo de La Plata fue confirmada por María Rachid, presidenta de la FALGBT, quien manifestó, en el mismo diario de Verbitsky, que «este debate nacional por la igualdad es “una batalla cultural ganada, en la que no hay retroceso…”»[2].
El lenguaje utilizado por Rachid nos remite directamente, a Antonio Gramsci. Para Gramsci, la conquista de una sociedad no se ejecuta por la lucha armada sino por vía de la cultura. En una palabra: en lugar de «cambiar la cabeza» (el poder político), lo que primero hay que conquistar es lo que está en las cabezas de los ciudadanos (la concepción global de la realidad que tienen). Ciertamente que, una vez conquistadas las cabezas por medio de la revolución cultural, la conquista del poder político es un mero trámite.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver «legislar a favor del matrimonio gay» con la revolución cultural?
Debemos determinar, ante todo, en qué consiste la tan mentada revolución. La misma equivale al corte definitivo con toda forma de trascendencia. Revolución e inmanencia radical son una misma cosa. Sucede que esta revolución ejecutada a nivel socio–político por el marxismo no alcanzó a abrazar, según Wilhelm Reich, al hombre entero porque no llegó a lo más profundo de su ser. Para que la revolución sea total, a juicio de Reich, la misma debe tomar la forma de revolución sexual. Su propósito fue claramente expuesto en un libro publicado en 1944, titulado La revolución sexual. Para Reich, el hombre es pura energía vital y, por eso, el núcleo de su felicidad es la vida sexual[3].
Pues bien, lo que sucede es que la legislación no responde a esta idea de hombre sino, por el contrario, a una concepción de hombre que nos viene de la tradición judeo–cristiana, la cual piensa la felicidad del hombre no en términos de actualización permanente de la energía vital sino en relación a Dios. Reich diría: si ponemos la legislación al servicio del desarrollo pleno de la energía vital, entonces los hombres estarán sólo ocupados de actualizarla y, en consecuencia, ya no tendrán tiempo para ocuparse de cuestiones ligadas con «el más allá». La revolución, pensada en estos términos, penetra al mismísimo corazón del hombre. Refiere Reich que el movimiento revolucionario crea «una ideología favorable a la sexualidad» a la cual pone en práctica «por medio de una legislación y un nuevo orden de la vida sexual». En otras palabras, si «… el orden social autoritario y la represión social de la sexualidad se dan de la mano, la “moralidad” revolucionaria y la satisfacción de las necesidades sexuales deben ir juntas»[4]. Y, como a su juicio de Reich, lo que paraliza toda reforma sexual es la institución del matrimonio detrás de la cual se esconde una «interpretación» de la necesidad sexual como función biológica, esencial o exclusivamente al servicio de la procreación, entonces resulta claro cuál es el objetivo a destruir. Esa idea de matrimonio depende de una «… teoría finalista, es decir, una (teoría) idealista porque presupone un fin que, por necesidad, debe ser sobrenatural. Toda esta concepción adolece de lógica insensatez: reincorpora un principio metafísico y por lo tanto delata el prejuicio religioso o místico»[5].
Por medio de la revolución sexual, pues, todas las cabezas habrán de descentrarse de la tradición y, en consecuencia, no pensarán más a partir de valores absolutos sino que sostendrán qué valor resulta más apropiado para acrecentar la energía vital del hombre fin.
Pero entonces, ¿está ganada la batalla cultural?. Es muy posible que esta batalla acerca de la ley del matrimonio homosexual esté ganada… pero no la guerra. Esta última continuará hasta el fin del mundo. La Ciudad de Dios siempre estará en guerra con la Ciudad de Satán. Y cuidado: no estamos diciendo con esto que tal o cual sea de Dios o de Satán. Recordemos que son «reinos interiores» y que, por lo tanto, sólo Dios sabe a qué ciudad cada hombre pertenece. De allí que jamás Agustín identifique a la Iglesia militante con la Ciudad de Dios. Deseamos agregar algo más: no deja de sorprendernos que un grupo de sacerdotes de Argentina se haya mostrado partidario de la ley del matrimonio homosexual. Si analizamos la cuestión un poco más profundamente, esto no puede sorprendernos tanto. Hace ya bastante tiempo que las cabezas de no pocos católicos, incluidos obispos, sacerdotes y fieles en general, han sido ganadas por el historicismo más descarnado. Éstos, huérfanos de una metafísica, se encuentran imposibilitados de operar a partir de una inteligencia del misterio cristiano. El grupo de sacerdotes de Córdoba y Quilmes que se manifestó a favor de esta ley es sólo la punta de un iceberg detrás de la cual se esconden, por motivos secretos del corazón humano, otros muchos. En tal sentido, ¿cómo puede un Obispo de la Iglesia Católica sostener, como lo hizo Jorge Casaretto, que el tema del matrimonio homosexual no resultaba importante para ser debatido en este momento, en lugar de expresar, con total claridad, la posición de un Pastor frente al tema en cuestión? Habría que preguntarle, entonces, a los que tienen mayores responsabilidades en la Iglesia: ¿qué está pasando con la formación que dan a sus propias cabezas y a las de sus fieles?.
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Notas
[1] Lo destacado nos corresponde.
[2] Página 12, Informe Rocío llama, martes 13 de julio de 2010.
[3] Wilhelm Reich. La revolución sexual. Para una estructura de carácter autónoma del hombre. Barcelona, Planeta–Agostini, 1993, p. 23.
[4] Ibidem, pp. 23–24.
[5] Ibidem, p. 75.
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