¿El consenso o la verdad? P. Fernando Pascual, LC
Contrarios a la verdad son el error y la mentira. Contrarios al consenso son el disenso y, en ocasiones, la actitud violenta ante quienes tienen un punto de vista diferente del propio.
Parecería, entonces, que consenso y verdad no podrían oponerse, porque se colocan en ámbitos distintos.
Sin embargo, existe una tendencia a buscar el consenso por encima de la verdad o al margen de la verdad. Como si la verdad, la idea de poseer la verdad, fuese enemiga del consenso. Y como si el consenso fuese alcanzable con más facilidad si cada uno renunciase a ver su punto de vista como “verdadero”, para relativizarlo en el contexto de un mundo pluralista.
En realidad, el consenso más profundo y completo entre las personas se logra precisamente cuando encuentran la verdad. Es hermoso, en ese sentido, constatar cómo hombres y mujeres llegan a sentirse unidos entre sí precisamente desde el descubrimiento y la aceptación de una verdad que reúne, que crea comunidad.
También, hay que decirlo con dolor, a veces una mentira vestida con ropajes de verdad se convierte en fuente de consenso, de cohesión, de armonía. Pero la mentira, tarde o temprano, revela su debilidad y su engaño. Vivir en la mentira lleva al desengaño y al fracaso, aunque a veces ofrezca ilusiones pasajeras y un cierto sentido de seguridad frágil.
Por eso, en las discusiones sobre los grandes temas humanos, el consenso sólo merece ser alcanzado desde el compromiso sincero por buscar la verdad.
Al hablar sobre el cambio climático, la pena de muerte, el aborto, la dignidad humana, la existencia de otra vida, las distintas ideas religiosas, hay que dejar de lado compromisos fáciles o relativismos engañosos para ir a fondo: ¿quién tiene la verdad? ¿Quién está en el error?
No tiene sentido, por lo mismo, buscar el consenso por el consenso como si fuese la meta, pues la meta es la verdad, no el consenso. Igualmente, no es correcto criticar a quienes tienen un punto de vista firme y decidido simplemente porque así “van contra el consenso”. Lo que importa es saber confrontar las opiniones con la verdad, y descubrir cuál posición sea más verdadera y cuál, en cambio, sea más engañosa o errónea.
El relativismo no lleva a ningún consenso sano. Porque parte de una premisa falsa (aceptada, incluso impuesta, como “verdadera”), según la cual todos los puntos de vista valen lo mismo.
Así sólo se consiguen acuerdos y consensos vacíos y pobres, capaces de llevar a dramas humanos como el del aborto legalizado en muchos países, o al uso y destrucción de embriones humanos en los laboratorios, o a la política de cierre de fronteras que impide un justo intercambio de productos y que mantiene en su pobreza a millones de seres humanos.
Más allá del relativismo está el deseo sincero por buscar la verdad sobre el hombre, sobre el mundo, sobre Dios. Desde ese deseo será posible avanzar, poco a poco, hacia un consenso profundo y pleno. Un consenso que debe arrancar de una verdad indiscutible: todos los seres humanos tienen la misma dignidad y merecen respeto, desde su concepción hasta su muerte.
La búsqueda de la verdad es el mejor camino para conquistar consensos capaces de construir un mundo más justo y más fraterno, para unir a millones de seres humanos por encima de diferencias raciales, culturales o lingüísticas.