lunes, 2 de agosto de 2021

Reseña de Álvarez Primo sobre un Libro de E. Michael Jones recientemente publicado en Español

Una categoría de realidad: el espíritu revolucionario judío
Luis Alvarez Primo


Esta Reseña fue escrita por Álvarez Primo para los amigos de la Revista Gladius. ¡Agradecemos al Autor su permiso para publicarla en nuestro Blog!


El Espíritu Revolucionario de los judíos y su impacto en la historia mundial de E. Michael Jones. Fidelity Press-Buenos Aires. 2021. (Tomo I: 740 págs y Tomo II: 646 págs)



Parte I

     En abril de 2021 con el sello editorial de Fidelity Press - Buenos Aires se publicó en la Argentina en una cuidada edición la extraordinaria y apasionante obra El Espíritu Revolucionario de los judíos y su impacto en la historia mundial del Dr. E. Michael Jones (1948), historiador, publicista y polímata católico de South Bend, Indiana, Estados Unidos. Esta edición en español en dos tomos (Tomo I: 740 páginas y Tomo II: 646 páginas) contiene dos nuevos capítulos con respecto a la primera edición original en inglés del año 2008 (el capítulo 2 del Tomo I: “Los judíos contra el Logos. La crisis arriana del siglo IV”; y en el Tomo II el capítulo 1: “¿Quién mató a los armenios?”, escrito con motivo de una invitación al Dr. Jones a Armenia para entrevistarse con representantes del patriarcado y del estado armenios).

  Tal como dice el autor en el Prefacio, la obra se sigue vendiendo en todo el mundo, lo cual muestra la vigencia del tema y la importancia de la tesis que prueba a lo largo de 34 capítulos de fascinante lectura: el espíritu revolucionario judío es una categoría de realidad esencial sine qua non existe la comprensión de 2.000 años de historia hasta el presente. Es decir, no se puede entender la historia política, social, económica y cultural de la civilización cristiana y pos cristiana sin esta “categoría de naturaleza”. Porque los judíos, es decir, aquellos que rechazaron –y rechazan– a Cristo, el Logos Encarnado y lo crucificaron, eligieron desde entonces hasta hoy la revolución y la subversión de la ley moral dentro de las sociedades de raigambre cristiana. El mundo moderno, la modernidad, es un producto judío.

  E. Michael Jones edita puntualmente Culture Wars, potente revista mensual –la revista contrarrevolucionaria más importante hoy en el mundo– con calificados suscriptores en los cuatro continentes (en atractiva presentación en papel y en forma digital) hace 38 años, después que debió renunciar al Saint Mary’s College de la Universidad de Notre Dame, cuando se enfrentó a un medio universitario católico que había dejado de ser tal al aceptar la agenda de la cultura de la muerte (aborto, homosexualismo y feminismo ) bajo la conducción de su malhadado presidente, el sacerdote Theodore Hesberg, también devenido presidente de la Fundación Rockefeller.

       
       El Dr. Jones dirige además la editorial Fidelity Press que cuenta con un rico acervo de más de 30 títulos propios entre los que se destacan, además del que nos ocupa en esta reseña, Barren Metal: historia del capitalismo como conflicto entre la usura y el trabajo (1.456 páginas), Libido dominandi: liberación sexual y control político (656 páginas), Slaughter of Cities: reingeniería urbana y limpieza étnica (666 páginas); Dionysos Rising: el origen de la revolución cultural en el espíritu de la música (181 páginas), Living Machines: la arquitectura moderna y la racionalización de la inconducta sexual (186 páginas) y el más reciente Logos rising. ¿Quién define la realidad última? (2020), una asombrosa investigación filosófica por la historia del Logos y el logos de la historia (783 páginas) que es, en cierto sentido, la contracara y continuación filosófica de El Espíritu Revolucionario de los Judíos y su impacto en la historia mundial.

  Tal como alguien dijo, Jones es demasiado radicalizado para ser conservador y demasiado conservador para ser radical. En realidad, lo que lo define es su catolicismo. Por eso es polémico en un mundo dominado por la corrección política que impide el acceso a la realidad con su secuestro del lenguaje y su censura de todo lo que ponga en cuestión el relato de la oligarquía global dominante. 

  El libelo de Daniel Goldhagen contra Pío XII publicado en la revista The New Republic en enero del 2002 fue el disparador de la obra que reseñamos aquí. La presión y el cabildeo extorsivo judío para torcer la doctrina de la Iglesia en relación a los judíos comenzó con Jules Isaac antes del Concilio Vaticano II y continuó a lo largo de todas sus sesiones a través de americanistas/modernistas como John Courtney Murray y agentes del American Jewish Committee como el sacerdote jesuita Malachi Martin, periti y asistente del cardenal Bea. Jones era testigo de cómo la sesgada interpretación (judía) de Nostra Aetate se repetía con creciente vehemencia y efectos distorsivos en cada aniversario de su publicación aplicándola al llamado diálogo católico-judío, poniendo a los católicos de rodillas “con pedidos sistemáticos de perdón por todo, desde el Evangelio de San Juan hasta el Holocausto y ataques a la Iglesia como fuente de todo antisemitismo”. En vista de esto, Jones emprendió su magna obra para poner las cosas en su lugar. 

  Así, nuestro autor comenzó a hacer frente con valentía a preguntas como ¿por qué en el mundo moderno es aceptable hablar con encomio de los judíos, pero está prohibido criticarlos, política o moralmente, so pena de ser calificados de antisemitas o de convertirse en un “muerto civil”?, o ¿por qué cuando un judío asume que los judíos se encuentran mayoritariamente vinculados –en posiciones de liderazgo– a la promoción contemporánea del aborto, del “matrimonio” homosexual, de la pornografía o de la ideología del género, la corrección política dominante calla, o, en el mejor de los casos, considera al crítico un “judío que se odia a sí mismo”? o ¿por qué el tabú histórico que niega la participación judía en los grandes procesos revolucionarios, verbigracia, las grandes herejías cristianas, el protestantismo, la masonería, el iluminismo, el comunismo, la instrumentación racista revolucionaria de los negros en los Estados Unidos, el fenómeno contemporáneo del neoconservadurismo sionista estadounidense y sus guerras genocidas en Medio Oriente, etc.?, o ¿por qué, en definitiva, tan presentes los judíos en la subversión del orden social cristiano y aun en la misma Iglesia Católica?

     Estas y otras cuestiones el Dr. Jones las aborda en el marco de la sempiterna cuestión judía –el judío en el misterio de la historia, según el sugestivo título del famoso libro del padre Julio Meinvielle– para brindarnos una respuesta erudita y fundada, con estilo llano, claro y de elevada calidad literaria. 

  El Dr. Jones explora, rastrea y encuentra el espíritu revolucionario judío en los hechos de la historia y los confirma en las propias fuentes historiográficas de reconocidos autores judíos atando todos los cabos del pasado y del presente en un tapiz histórico formidable. Desde el principio apela al Evangelio según San Juan, quien, al emplear el término Logos para referirse a Jesucristo iluminó toda la cuestión: Cristo es el Logos encarnado. El Logos, con toda su riqueza semántica griega, remite al orden del universo y de la historia. Los judíos al rechazar el Logos y al elegir a Barrabás (prefigura del Anticristo) se convirtieron en revolucionarios y subversivos de la ley moral. El judío adquirió una identidad negativa: judío es el que rechaza a Cristo, es decir, el que niega y rechaza el Logos, subvirtiendo la ley moral. Después de la destrucción del Templo de Jerusalén, ya sin culto, sin sacerdocio y sin sacrificio, las sinagogas se convirtieron en sociedades de debate y el Talmud devino una nueva religión e instrumento del control rabínico de los judíos para impedir su conversión al cristianismo. El talmudismo fue la justificación en su búsqueda sempiterna ciega, frustrada y frustrante de un falso mesías detrás de otro durante dos mil años, a fin de sanar el mundo e instaurar el Cielo en la Tierra (tikkun olan) bajo su dominio: desde el revolucionario Simón bar Kokhba (130 d.C) o Shabbetai Zevi (1666) a Moisés Hess , o el deletéreo “funny jew” Woody Allen o Philip Roth y su Queja de Portnoy al socialismo mesiánico o el neoconservadurismo sionista estadounidense y su apologética del globalismo, del capitalismo laissez faire y el imperialismo cultural, cuya manifestación última más disparatada y siniestra, agregamos nosotros, es el Gran Reseteo del Foro Económico Mundial de Davos so capa de la falsa pandemia Covid 19. 

  El autor rechaza de plano el antisemitismo por ser un equivocado concepto racista, es decir, un determinismo racial inaceptable. Más aún para un católico que, además, impide la identificación del enemigo en la guerra cultural, cuestión decisiva, ya que como enseñó el estratega chino Sun Tzu, “si no te conoces a ti mismo y no conoces a tu enemigo, perderás todas las batallas”. En este sentido Jones hace una distinción interesante entre el judaísmo y el islam en relación al orden cristiano cuando dice: el islam es a-logos, tienen una imperfecta comprensión de Cristo y su ataque a la sociedad cristiana es desde fuera; en cambio el judaísmo es anti-logos, su odio a Cristo es explícito y su ataque es desde dentro de la sociedad cristiana. Por lo cual el Dr. Jones pone la cuestión judía donde debe estar: en el plano teológico, y reivindica la milenaria doctrina Sicut Iudeis non del magisterio católico –hoy olvidada–, conforme la cual no se debe hacer daño a los judíos, pero tampoco se les debe permitir que hagan daño al orden social cristiano. Esta obra es un aporte decisivo sobre un asunto cuya comprensión –por parte de cristianos, judíos y musulmanes– es condición para la paz en el mundo.



Parte II 
 
  En la “Introducción” y en la primera parte del capítulo 1: “La Sinagoga de Satánás”, el autor define el término judío. En el Evangelio según San Juan, el concepto los judíos, “hoi Ioudaio”, remite al grupo que rechazó a Cristo. Jones explora y relata las primeras y ardientes manifestaciones del espíritu revolucionario judío en el contexto de las expectativas mesiánicas judías (la búsqueda, bajo un caudillo militar, del Cielo en la Tierra) y sus formidables revueltas contra Roma por el control del mundo (Aut munda aut nihil) en los primeros siglos de la era cristiana (el corto y violento reinado de Simón bar Kokhba y su ejército de 400.000 soldados en el año 131 d.C.). Al rechazar el Logos… la persona de Cristo y el orden del universo, incluido el orden moral que surge de la mente divina del Creador, el “judío” se halló inexorablemente arrastrado a la revolución y a una catástrofe detrás de otra: “Cuán grande fue la desdicha que provocó aquella ejecución única”, escribirá Heinrich Graetz, el padre de la historiografía judía en su Historia de los Judíos. Calamidad auto infligida, por cierto, y manifestación de las fantasías mesiánicas de omnipotencia originadas en un espíritu revolucionario que procede de su rechazo del Cristo sufriente, es decir, de un Mesías que no cumplía con los criterios políticos establecidos por el judaísmo rabínico-farisaico. Al día de hoy, “los judíos en la diáspora que no apoyan los objetivos del partido Likud en Israel” son “desterrados de la comunidad judía”. Jones da cuenta de la historia fascinante de las revueltas judías contra Roma y las sucesivas derrotas hasta la destrucción del Templo y la huida del pequeño resto a la Diáspora en Arabia, Egipto, Cirene y Roma en donde se inventará una nueva religión con los comentarios rabínicos de la Torah que constituyen el Talmud.

  Con posterioridad a la derrota de bar Kokhba, los debates de la escuela de Shammai y de la escuela de Hillel definirán una de las características de la raza judía: el gusto por los subterfugios, las triquiñuelas, los fraudes piadosos, las vías de escape y la búsqueda de los “atajos” en la Ley. 

  Roma se someterá al bautismo con la conversión de Constantino en el 312. Así, el “último hilo” que “conectaba el cristianismo con su matriz originaria” se cortó en el Concilio de Nicea en el 325. No obstante, Constantino permaneció catecúmeno y no recibió el bautismo hasta su lecho de muerte, lo cual se convirtió en uno de los asuntos más espinosos en la historia de la Iglesia.
 

       En el capítulo 2 encontramos el desarrollo de la herejía arriana en el siglo IV, expresión de la influencia gnóstica judía y del neoplatonismo pagano desde la ciudad de Antioquía, “donde los judíos eran fuertes” y “estaban interesados en negar el honor debido a Cristo como Hijo de Dios“ y “subvirtiendo la incipiente comprensión de la Trinidad que ellos consideraban una ofensa al monoteísmo”, pues “debilitaba su control sobre la mentalidad de los cristianos judaizantes” a quienes trataban de seducir mediante la sensualidad de sus ritos y el obsoleto mobiliario de su ceremonial. . . “. Vemos, entonces, el desarrollo de una lucha teológica y política por conciliar la relación entre el viejo laberinto filosófico de trascendencia e inmanencia mediante el uso de los términos “Logos” e “Hijo”. 

      La crisis arriana fue una historia de dos ciudades, nos recuerda Jones: Alejandría y Antioquía. Para luego desplegar el drama apasionante de las ideas en juego, las instituciones y los personajes involucrados, desde el sofista alborotador Arrio al gran Atanasio hasta el emperador Constantius y el Concilio de Constantinopla en el 360, luego del cual san Jerónimo debió hacer su famosa declaración: “El mundo entero gimió y se maravilló al descubrirse arriano”.

  Juliano, luego llamado el Apóstata, primo del emperador Constancio, llamado Cercops por el populacho, (“perteneciente a la raza que Júpiter transformara en monos” por su baja estatura, su espalda ancha y su modo de caminar) promovería la reintroducción del paganismo como religión oficial del Imperio cuando fue elegido emperador. Juliano, hombre inteligente e instruido en las tradiciones filosóficas griegas y cristianas, valiente soldado y eficaz administrador, reconocido como tal por san Ambrosio y por san Gregorio Nacianceno quien lo conoció, llevado por su resentimiento –su familia fue asesinada– odiaba a la Iglesia, se dejó arrastrar a la teúrgia (magia griega) y se relacionó con los judíos –en un quid pro quo mesiánico– con promesas de restaurar el templo en Jerusalén. Su reconstrucción, una vez empezada, fracasó misteriosa y estrepitosamente una y otra vez. De la misma manera, Juliano fue derrotado en el campo de batalla y, herido antes de morir a la edad de 32 años, cayó pronunciando la famosa frase “¡Venciste Galileo!”. Jones envió al padre de Mel Gibson un guión sobre Juliano el Apóstata y la Condena del Templo para que lo considerara para una película, pero al parecer nunca llegó a manos del director de La Pasión de Cristo. Una pena. 

  A lo largo del libro, el Dr. Jones va exponiendo y documentando un patrón de conducta judío que todos podemos detectar en nuestro medio con sólo observar, reflexionar y registrar el fenómeno. Un capítulo tras otro el autor esclarece aspectos ocultos o no explicados de la historia, al tiempo que deleita por la calidad literaria de su estilo y de su método expositivo que podríamos llamar “novelesco y cinematográfico” si no fuera historia real seriamente documentada. Es decir, estamos frente a una trama donde la realidad histórica supera en dramatismo a la ficción. 

  “Roma descubre el Talmud” muestra cómo la Iglesia abrió los ojos sobre este asunto fundamental a partir de lo cual pudo desarrollar una política que tuvo vigencia durante mil quinientos años hasta el Concilio Vaticano II. “Las conversiones falsas y la Inquisición” muestra cómo los reyes católicos españoles supieron manejar el difícil problema de las conversiones fingidas en España. Con la expulsión de los judíos, España solucionó un problema, pero paradójicamente, lo trasladó al centro de Europa –Holanda se convirtió en el gran centro revolucionario de subversión judía– desde donde los judíos extendieron sus redes comerciales y de inteligencia hasta pasar a Inglaterra y desde allí al continente americano, en particular a los Estados Unidos. El mundo anglosajón no sólo quedó “protestantizado” sino “judaizado” hasta el día de hoy con todos sus delirios mesiánicos de dominación y control. 

  Los delirios mesiánicos judaizantes, inspirados siempre en el recurso a equivocadas interpretaciones de figuras y relatos vetero-testamentarios, quedan expuestos de manera insuperable en “La Revolución llega a Europa” donde la doctrinas de Wycliffe y, más aún, las deducciones lógicas de Jan Hus y el celo de Thomas Müntzer llevaron al fanatismo milenarista de las guerras husitas y taboritas, así como a los nudistas adamitas, a la rebelión campesina y a la brutal rebelión anabaptista, de cuyo recuerdo son expresión las jaulas de hierro que todavía hoy cuelgan en la torre de la Catedral de San Lamberto en Münster. 

      La tradición cabalística-ocultista-talmúdica queda expuesta en el capítulo “Reuchlin versus Pfefferkorn” (en realidad, queda expuesta a lo largo de todo el libro, aunque con más detalle en algunos capítulos). La apasionante controversia de principios del siglo XVI en torno a la confiscación del Talmud enfrentó a dos personajes: Josef Pfefferkorn, judío de Moravia convertido al catolicismo, quien con el apoyo de los dominicos, que tres siglos antes también habían apoyado los esfuerzos de Nicolás Donin para convertir a los judíos, se enfrentó con el filósofo y sacerdote judaizante Johannes Reuchlin, astuto e interesado defensor de la Cábala y el Talmud, quien concitó el apoyo de los rabinos y de los humanistas europeos como Pico y Erasmo y luego la intervención del emperador, del papa, la inquisición de Maguncia y las universidades de Colonia y Lovaina. Jones da una “vuelta de tuerca” al asunto de la relación entre la magia, el ocultismo y la alta política en la brillante y plástica representación del capítulo 11, “John Dee, la Magia y la Transformación de Inglaterra”. Hace unos días comentaba este capítulo con el hijo de un amigo quien no comprendía que la cábala es magia y que no hay real distinción entre magia blanca y magia negra, sino que una conduce a la otra. La magia de John Dee, el matemático, alquimista, astrólogo y magus de la reina Isabel de Inglaterra en el siglo XVI, estuvo en el núcleo de las operaciones de inteligencia de Walshingham y del proyecto imperial isabelino de una cruzada protestante anticatólica. Finalmente, mi joven amigo pudo ver que la cábala es magia, que no tiene fundamento in re, que es un poderoso recurso de manipulación gnóstico y que efectivamente lleva a peligrosos trastornos psicológicos, morales y espirituales. Los “ángeles” de Dee, así como los espíritus que salían de sus retortas (“un espíritu llamado Ben” le dijo a Dee “que debía intercambiar esposas” con su asistente) no estaban demasiado alejados de las consultas a brujos y brujas tarotistas que realizan sus compañeras de trabajo. En el mismo capítulo, la figura trágica del gran dramaturgo y ex espía Christopher Marlowe, autor de El Judío de Malta, de Tamerlan y de Dr. Faustus no tiene desperdicio y pone de manifiesto el poder y la influencia de los judíos en la Inglaterra de su época cuya “cábala había hechizado” y “corrompido al país”. Barrabás, el protagonista de El Judío de Malta dirá:

Así, sin afecto por ninguno, viviré de ambos,
El lucro mi política será,
Y de aquel de quien más ventajas saque
Mi amigo será.
Este es el modo de vivir nosotros los judíos,
Y, la razón, también del proceder cristiano.

       El capítulo “Menasseh Ben Israel y el frustrado Apocalipsis” nos ayuda a profundizar en la tradición cabalística judía y la duplicidad típicamente judía del espíritu talmúdico en su juego político. Asimismo, comprobamos la estrecha relación entre puritanismo y judaísmo (Oliver Cromwel, John Milton). Menasseh ben Israel era un católico bautizado en 1604 con el nombre de Manuel Díaz Soeiro, antes de recaer en el judaísmo. Devoto ferviente del Zoar (“el libro de las mentiras” según el historiador judío H. Graetz, Menasseh) asumió la misión de procurar que los ingleses bajo el reinado de Jacobo I aceptaran nuevamente a los judíos en Inglaterra, mientras que el rabinato, en la Holanda calvinista y revolucionaria, conspiraba y financiaba la restauración de Carlos II, la cual tuvo lugar el 29 de mayo de 1660. En el mismo apasionante capítulo asistimos a la historia del famoso falso mesías y doble agente, Shabbetai Zevi, quien desde Constantinopla atraería a los judíos de toda Europa para participar de sus actos mesiánicos de tiqqun olam (sanación del mundo) entre los cuales se contaba un régimen de licencia sexual, ya que Zevi había llegado no para cumplir la Ley sino para violarla sistemáticamente. Puesto frente a los arqueros del Sultán, Shabbetai Zevi optó por la apostasía y la conversión al islam, que luego él dijo haber fingido. Sus descendientes, maestros del engaño, y del casuismo sofístico, son los dönnets de Salónica a quienes veremos reaparecer entre los revolucionarios jóvenes turcos durante la matanza de los armenios de principios del siglo XX. Para entonces el pueblo judío había decidido que debía convertirse en su propio mesías.

  El fascinante capítulo “El surgimiento de la Masonería” parte de sus antecedentes rosacrucianos, tal como se desprenden de La Nueva Atlántida de Francis Bacon y expone la “operación negra whig” –fuera de control en 1789 cuando estalló la Revolución francesa– para destronar a la monarquía francesa, irrevocablemente unida a la Iglesia católica, lo cual Jones demuestra más allá de los esfuerzos historiográficos del abate jesuita Barruel, quien por agradecimiento al establishment inglés y a la masonería whig que le dio asilo, desvió su mirada de la responsabilidad whig en la siniestra y sangrienta operación subversiva cultural, política y militar que fue la revolución jacobina.

  El capítulo “La revolución de 1848” con el que concluye el Tomo I en torno a diversas figuras judías como Heine, Marx, Moisés Hess y Moisés Mensdelsson, desentraña el iluminismo judío como nexo fundamental con el socialismo, el bolchevismo y el terrorismo bolchevique, y narra la fascinación judía con el masón Napoleón Bonaparte, en quien la judería europea de la época reconoció a su nuevo mesías y puso todas sus esperanzas para la restauración del templo en Jerusalén.

  El capítulo 1 del Tomo II, “Quién mató a los armenios” es una aplicación práctica de la tesis del autor –el espíritu revolucionario judío y su impacto en la historia– que arroja luz y da una respuesta lúcida y convincente al problema hasta ahora no resuelto –ni por la historiografía armenia ni por la historiografía turca–, de los responsables últimos de la tragedia armenia. 

  En el Tomo II hay un conjunto de interesantísimos capítulos vinculados a la incidencia del espíritu revolucionario judío en realidades propias de la historia y de la cultura estadounidense, es decir, operantes en y desde su matriz iluminista y puritana judaizante, una de cuyas manifestaciones más violentas fue la Guerra Civil entre el Norte y el Sur.

  Siete de esos capítulos se vinculan a la instrumentación revolucionaria judía de los negros en diversas circunstancias de la historia estadounidense. “Ottilie Assing y la Guerra Civil en los Estados Unidos de América” cuenta la fascinante historia de la feminista judía alemana Ottilie Assing, quien, imbuida del iluminismo alemán del siglo XVIII, asumió como propias la ilustración y la liberación de los negros en los Estados Unidos, involucrándose desde un punto de vista afectivo, ideológico y militante hasta su trágico final. Luego, siguen los famosos y reveladores casos de los capítulos dedicados a “La redención del Sur y la Asociación Americana de Gente de Color”, a “El juicio de Leo Frank”, a “Marcus Garvey”, a “Los chicos de Scotsboro” y a la dramaturga negra “Lorraine Hansberry” y a “Las panteras negras”. 

  El capítulo “De la Emancipación al asesinato político” muestra la trayectoria de una falsa liberación iluminista judía de la Zona de Asentamiento en Rusia que llevó al desarraigo de la propia tradición judía, es decir, el derrotero que va de la hashkala al nihilismo en el siglo XIX a la revolución y a la práctica del terror en Rusia, todo lo cual culmina en el extraordinario y rotundo capítulo “La expansión del bolchevismo”. Como siempre el Dr. Jones aporta todos los datos y une todos los puntos sin dejar cabos sueltos. De los capítulos ”El nacimiento del conservadorismo estadounidense” a “La Era neoconservadora” hay otra gran línea maestra que nos ayuda a entender la política exterior estadounidense contemporánea dominada por el lobby de Israel, deparando sorpresas a quienes no comprendieron o no quisieron ver ese decisivo factor judío en la política neoconservadora estadounidense y su impacto interno y externo global. 

  Los capítulos “La música folk y el Movimiento de los Derechos Civiles”, “El cartel en la ventana de Sidney Brunstein”, “El Mesías judío llega una vez más”, “y “Los judíos y el aborto”, culminan en el impactante y revelador capítulo “La conquista judía de la cultura estadounidense” en el cual todos podemos reconocer iconos de la misma y vernos reflejados, en tanto y en cuanto los judíos, dueños de la modernidad, establecen, dominan y controlan todos los lugares comunes de la cultura global.

  El punto de inflexión que marca el clímax de esta larga historia yo lo ubicaría en los capítulos dedicados al Concilio Vaticano II (Tomo II, capítulos 12 y 15) cuando la Iglesia hace abandono, de hecho, de una doctrina vigente durante 1.500 años con la que supo poner un límite al espíritu revolucionario de los judíos –y aún rescatar a muchos por la conversión– hasta llegar hoy a la patética cobardía de decretar el inaudito cierre de la Iglesia de Cristo y la clausura de la vida sacramental en todo el mundo so pretexto de la falsa pandemia Covid 19, lo cual no puede ser sino expresión de la apostasía modernista triunfante hasta que el Logos Encarnado vuelva en su segunda Venida a dar feliz cumplimiento a las revelaciones del Apocalipsis de San Juan.


  La obra que reseñamos concluye con un epílogo sustancioso y agudo, “La conversión del judío revolucionario”, que aporta más material para la comprensión de este asunto teológico y político fundamental. Para concluir citaré un párrafo del autor que introduce una cita reveladora. Dice Jones:

     “El Talmud ha conducido a la revolución. No es necesario ser religioso para ser talmudista. Karl Marx era ateo, pero de acuerdo a Bernard Lazare, también era ‘un claro y lúcido talmudista’, y, por lo tanto, ‘lleno de ese viejo materialismo hebreo que siempre sueña con un paraíso en la Tierra y siempre rechaza la lejana y problemática esperanza de un paraíso luego de la muerte’. Marx fue el arquetipo del talmudista y el arquetipo del judío revolucionario, y como tal propuso uno de los más prominentes falsos mesías en la historia judía: el comunismo mundial. Baruch Levy, allegado epistolar de Marx, propuso otro falso mesías igualmente potente, la Raza Judía. De acuerdo a Levy,

«el pueblo judío tomado colectivamente será su propio Mesías… En esta nueva organización de la humanidad, los hijos de Israel hoy desparramados en toda la superficie del globo… se convertirán en la clase dominante sin ninguna oposición… Los gobiernos de las naciones que conforman la república mundial o universal pasarán, sin ningún esfuerzo, a las manos judías gracias a la victoria del proletariado… Así es como la promesa del Talmud será cumplida, cuando la era mesiánica llegue, los judíos controlarán la riqueza de todas las naciones de la Tierra».

  [Y sigue Jones]: “Desde que Levy escribió a Marx, ‘la judería ha llegado a una posición de poder inquietante en el mundo’, los judíos no pueden liberarse de la idea de que fueron el pueblo elegido de Dios ni siquiera después de que dejaron de creer en Dios. Al rechazar a Cristo se condenaron a adorar a un falso mesías detrás de otro, más recientemente, al comunismo y al sionismo”. 

  Hasta aquí nosotros. El resto del Epílogo y todo el libro queda a disposición del lector.







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