Llamamiento al Papa contra el ecumenismo sincretista de Asís
Santo Padre Benedicto XVI, algunos católicos estamos muy agradecidos por la labor realizada por usted como pastor de la Iglesia universal en los últimos años, reconocidos por su gran valoración de la razón humana, por la concesión del motu proprio "Summorum Pontificum", por el fructífero retorno a la unidad de los anglicanos, y mucho más.
Por eso nos atrevemos a escribirle después de haber oído, en los días de la masacre de los cristianos coptos en Egipto, su intención de convocar en Asís, en el mes de octubre, a una gran reunión inter-confesional, veinticinco años después de "Asís 1986".
Todos recordamos ese acontecimiento de hace tantos años. También como un evento mediático como pocos, que, independientemente de las intenciones y las declaraciones de los que lo convocaban, tuvo un efecto fortísimo e innegable, relanzó en el mundo católico, el indiferentismo y el relativismo religiosos.
Es a partir de ese hecho que tomó peso en el pueblo cristiano la idea de que la enseñanza secular de la Iglesia, "una, santa, católica y apostólica", la exclusividad del Salvador, había sido, de alguna manera, archivada.
Todos recordamos a los representantes de todas las religiones en un templo católico, la iglesia de Santa Maria degli Angeli, alineados, con una rama de olivo en la mano: como para significar que la paz no pasa por Cristo, sino también, igualmente, por todos los fundadores de algún Credo, sea el que fuere (Mahoma, Buda, Confucio, Kali, Cristo...).
Recordamos la oración de los musulmanes en Asís, la ciudad de un santo que había hecho de la conversión de los musulmanes uno de sus objetivos. Recordamos la oración de los animistas, su invocación a los espíritus elementales, y las de otros representantes de los creyentes religiosos o ateos, como el jainismo.
Lo de rezar "juntos", sea cual sea el propósito, nos guste o no, tuvo el efecto de hacer creer a muchos que todas las oraciones se dirigen “al mismo Dios", sólo que con diferentes nombres. En cambio, las Escrituras son claras: "No tendrás dioses ajenos delante de mí" (los mandamientos), "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14, 6).
Quienes esto escribimos ciertamente no negamos el diálogo con toda persona, sea cual fuere su religión. Vivimos en el mundo, y cada día hablamos, discutimos, amamos, incluso a aquellos que no son cristianos, como ateos, agnósticos, o miembros de otras religiones. Pero esto no impide que creamos que Dios ha venido a la tierra, y se ha dejado matar para enseñar el Camino y la Verdad, no meramente uno de los muchos posibles caminos y verdades. Cristo es para nosotros, los cristianos, el Salvador, el Salvador del mundo.
Recordamos con pesar, por lo tanto, volviendo a este hecho de hace más de veinticinco años, los pollos sacrificados en el altar de Santa Clara conforme a los rituales tribales, y el santuario con una estatua de Buda colocada en el altar de la iglesia de San Pedro, sobre las reliquias del mártir Vittorino, muerto 400 años después de Cristo para dar testimonio de su fe.
Recordamos a los sacerdotes católicos que fueron sometidos a los ritos de iniciación de otras religiones: una escena horrible, puesto que, si bautizar en la fe católica a un adulto que no cree fuese "una tontería", tan absurdo resultaría el hecho de que un sacerdote católico se someta a un ritual al que no reconoce validez o utilidad. Haciendo esto terminan fortaleciendo una idea: que los rituales, todos, no son más que gestos humanos vacíos. Que todas las concepciones de lo divino son lo mismo. Que todas las morales que emanan de todas las religiones, son intercambiables.
Así pues, el "espíritu de Asís", que los medios de comunicación y sectores de la Iglesia más relativistas, reclaman desde hace tiempo, ha traído la confusión. Algo ajeno al Evangelio y a la Iglesia de Cristo, que nunca, en dos mil años, había optado por hacer algo así. Quisiéramos transcribir estas observaciones irónicas de un periodista francés: "En presencia de tantas religiones, creemos con más facilidad o que son todas válidas o que todas son indiferentes. Viendo tantos dioses muchos de nosotros nos preguntamos si todos ellos no serán equivalentes o si hay una sola verdad. El parisino beffardo (escéptico y ateo, n. de la r.) imitará a aquel coleccionista escéptico cuyo amigo acababa de dejar caer un ídolo de una mesa: “¡Ah! desgraciado, este podría ser el Dios verdadero”.
Encontramos consuelo en nuestra perplejidad en muchas declaraciones de los papas que siempre han condenado un "diálogo" así realizado. De hecho, congresos de todas las religiones ya se habían organizado en Chicago en 1893, y en París en 1900. Pero el Papa León XIII había intervenido para prohibir la participación católica.
La misma actitud sostuvo Pío XI, el Papa que condenó el ateísmo nazi y comunista, pero también deploró el intento de unir a los hombres en nombre de una vaga y confusa religión sin Cristo. Escribirá aquel Papa en su "Mortalium animos" (Epifanía de 1928), previniendo contra las conferencias ecuménicas: "Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes, invitar a discutir allí promiscuamente todos, a infieles de todo género, a cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.
Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio. Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo…".
En retrospectiva, podemos decir que el Papa Pío XI estaba en lo cierto, aún en el plano de la mera oportunidad: ¿ha sido este, de hecho, el efecto de "Asís 1986", a pesar de las declaraciones adecuadas del Papa Juan Pablo II, a fin de impedir tal interpretación?
¿Cuál es el mensaje que los organizadores han lanzado en estas ocasiones, junto con los medios de comunicación, y aún no pocos eclesiásticos modernistas, dispuestos a revertir la tradición de la Iglesia?
Esto que ha sobrevenido, incluso a muchísimos cristianos, por influencia de las imágenes, que son siempre las más evocativas, y por influencia de los periódicos y la televisión, es muy claro: el relativismo religioso, equivalente del ateísmo.
Si todos podemos rezar "juntos", muchos han concluido a continuación, todas las religiones son "iguales", pero si esto es así, significa que ninguna de ellas es verdadera.
En ese momento, Usted, como cardenal y prefecto de la Congregación de la Fe; el cardenal Giacomo Biffi, y muchos otros, expresaron fuertes dudas.
Por esta razón, en los años sucesivos, Usted no ha participado en la repetición propuesta anualmente por la Comunidad de San Egidio. De hecho, como escribió en "Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo" (Cantagalli, 2005), criticando propiamente el ecumenismo indiferentista: al católico “se le debe mostrar claramente que no hay "religión" en general, que no hay una idea común de Dios, que la diferencia no afecta meramente las imágenes y formas conceptuales mutables, sino las propias opciones últimas”.
Usted concuerda a la perfección, entonces, con León XIII y Pío XI sobre el peligro de contribuir, a través de gestos como los de “Asís 1986”, al sincretismo y a la indiferencia religiosa.
Riesgo también puesto en relieve por los Padres del Concilio del Vaticano II, que en Unitatis Redintegratio, a propósito del ecumenismo, no con otras religiones, sino con otros "cristianos", invitan a la prudencia: "Sin embargo, la comunicación en las cosas sagradas no debe considerarse como un medio a ser usado indiscriminadamente para la restauración de la unidad de los cristianos ... ".
Ud. ha enseñado en los últimos años, aunque no siempre ha sido entendido, incluso por los católicos, que el diálogo puede ocurrir y ocurre no entre teologías diferentes, sino entre culturas diferentes; no entre religiones, sino entre los hombres, a la luz de lo que a todos nos diferencia : la razón humana.
Sin recrear el antiguo panteón pagano, sin socavar la integridad de la Fe por amor al compromiso teológico, sin que la revelación, que no es nuestra, sea alterada por los hombres ni por los teólogos en un intento para reconciliar lo irreconciliable, sin que Cristo, "signo de contradicción" se deba equiparar a Buda o Confucio que, entre otras cosas, nunca dijeron ser Dios.
Por esta razón estamos aquí para exponer nuestra preocupación. Tememos que, sea lo que sea que usted diga, la televisión, los periódicos y muchos católicos lo interpretarán a la luz del pasado y del indiferentismo vigente; que cualquier cosa que se diga, el caso se entenderá como una continuación de la manipulación de la figura de Francisco, transformada por el ecumenismo de hoy, en un irenista y en un sincretista sin Fe. Como ya está sucediendo...
Tenemos miedo de que sea cual fuere lo que Ud. diga, para llevar claridad, los simples fieles, como nosotros, en todo el mundo no van a ver (ya se hizo notar, por ejemplo, en la televisión) otra cosa que un hecho: al Vicario de Cristo no que habla, discute, dialoga con los representantes de otras religiones, sino orando con ellos. Como si la forma y propósito de la oración fuesen indiferentes.
Muchos piensan erróneamente que la Iglesia ya ha capitulado, y reconocido, en consonancia con el pensamiento new age, que rezar a Cristo, Alá, Buda, o Manitú es la misma cosa. Que la poligamia animista y musulmana, las castas hindúes o el espiritismo animista politeísta… pueden estar juntos a la monogamia cristiana, la ley del amor y el perdón, y al Dios uno y trino.
Pero como ha escrito Usted en el libro citado: "Con la indiferenciación de las religiones y con la idea de que todas ellas son distintas, y sin embargo, exactamente lo mismo, no se avanza". Santo Padre, nosotros creemos que con un nuevo "Asís 1986" ningún cristiano en el Oriente estará a salvo, ya sea en la China comunista o Corea del Norte, en Pakistán o en Irak ... tantos fieles, por el contrario, no van a entender más por qué en esos países aún hoy existen quienes van a morir mártires por no renegar, no ya de una religión, sino de Cristo. Como murieron los Apóstoles.
Frente a la persecución hay caminos políticos, diálogos diplomáticos, personales y de Estado: todos se siguen, de la mejor manera posible. Con su amor y su deseo de paz para todos los hombres.
Pero sin que sea necesario ofrecer a aquellos que quieren enturbiar las aguas y aumentar el relativismo religioso, antesala de todo relativismo, incluso a los medios de comunicación, una oportunidad tan provechosa para su propósito como el relanzamiento de "Asís 1986".
Con devoción filial
Francesco Agnoli,
Lorenzo Bertocchi,
Roberto de Mattei,
Gnerre Corrado,
Alessandro Gnocchi,
Langone de Camilo,
Palmaro Mario,
Scrosati Luis,
Katharina Stolz.
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