“Necesitamos un nuevo Syllabus”: conferencia de Mons. Schneider (I)
Como se sabe, Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Karaganda, pronunció una histórica conferencia en Roma el 17 de diciembre de 2010, en la que mencionó la necesidad de un nuevo Syllabus de los errores en la interpretación del Concilio Vaticano II. Por su extensión, presentaremos nuestra traducción de dicha conferencia en tres partes. En esta primera parte, que a continuación ofrecemos, Mons. Schneider, luego de una breve introducción, comienza a enumerar y desarrollar un “vademecum pastoral” partiendo de algunas enseñanzas del último Concilio, leídas en una hermenéutica de continuidad.
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Propuestas para una correcta lectura del Concilio Vaticano II
I. El fundamento teológico de la pastoral
Para hablar correctamente de la teoría y de la praxis pastoral es necesario primero ser conscientes de su fundamento y de su fin teológico. El fin de la Iglesia es el mismo fin de la Encarnación: “propter nostram salutem”. Así la fe y la oración de la Iglesia se expresa: “Qui propter nos homines, et propter nostram salutem, descendit de caelis et incarnatus est et homo factus est”. Esta salvación significa la salvación del alma para la vida eterna. En esto consiste también la finalidad de toda la ordenación jurídica y pastoral de la Iglesia, como nos dice el último canon del Código de Derecho Canónico: “prae oculis habita salute animarum, quae in Ecclesia suprema semper lex esse debet” (can. 1752).
El contenido de la salvación del alma humana consiste en la santidad, en la renovación y en la perfección de la originaria dignidad humana en Cristo. Dios ha creado al hombre según Su imagen y Su semejanza (cfr. Gen 1, 26) y esta obra es admirable, como dice la Iglesia en la liturgia: “Deus, qui humanae substantiae dignitatem mirabiliter condidisti”. Pero todavía más admirable es la renovación y la perfección de esta imagen, realizada por la obra de la redención: “mirabilius reformasti”. La renovación, la perfección nueva, la santidad, consiste en la inimaginable gracia de la participación del hombre en la misma naturaleza Divina: “Divinitatis esse consortes”. Esta participación en la naturaleza divina significa ser hijos adoptivos de Dios, ser hijos en el Único Hijo, Jesucristo.
Jesucristo, el único Hijo de Dios según la naturaleza, se ha hecho por Su verdadera Encarnación el primogénito entre muchos hermanos: “primogenitus in multis fratribus” (Rm 8, 29). Por medio de Su sacrificio redentor, Cristo ofrece al hombre la gracia de la vida Divina. La misma vida Divina en el misterio de la Santísima Trinidad está presente en la humanidad del Hijo de Dios: “in Ipso inhabitat omnis plenitudo divinitatis corporaliter”, en Él toda la divinidad habita corporalmente (Col 2, 9). Cristo encarnado está lleno de gracia y de verdad (cfr. Gv 1, 14). El Espíritu Santo distribuye desde esta fuente de vida Divina por medio de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo, en la liturgia de los sacramentos, la gracia de la filiación Divina y todas las otras gracias de santidad necesarias. Así se puede entender mejor lo que enseñó el Concilio Vaticano II: “Liturgia est culmen ad quod actio Ecclesiae tendit et simul fons unde omnis eius virtus emanat” (Sacrosanctum Concilium, n. 10). “La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor” (Sacrosanctum Concilium, n. 10).