lunes, 23 de febrero de 2009

Dar la vida por el Papa - San Luis Orione



Dar la vida por el Papa
San Luis Orione


Carta del 5 de enero de 1928 a sus religiosos polacos, en la que les recomienda vivamente la devoción, el amor y la obediencia al Papa.


La finalidad principal de nuestra Congregación es vivir del amor al Papa y difundir, especialmente entre los pequeños, los humildes y el pueblo, el más dulce amor al Papa, y la obediencia plena y filial a su palabra y sus deseos.


Sobre nuestras frentes tenemos que llevar escrito con orgullo el nombre del Papa; sobre nuestros corazones tiene que estar grabado el nombre bendito del Papa; nuestra vida tiene que estar consagrada al Papa y a la Iglesia Santa de Jesucristo.


El respeto, la obediencia y el amor a los Obispos que el Espíritu Santo ha puesto para regir la Iglesia de Dios tienen que ser ilimitadamente grandes, devotos y filiales. Pero más que a todos los Obispos debemos un respeto, una obediencia y un amor inextinguible, en la vida y en la muerte, al Papa, Cabeza de los Obispos y de la Iglesia.


Nuestro Credo es el Papa, nuestra moral es el Papa; nuestro amor, nuestro corazón, la razón de nuestra vida es el Papa. Para nosotros el Papa es Jesucristo: amar al Papa y amar a Jesucristo es la misma cosa; escuchar y seguir al Papa es escuchar y seguir a Jesucristo; servir al Papa es servir a Jesucristo; dar la vida por el Papa es dar la vida por Jesucristo!


La Congregación no podrá vivir, no deberá vivir más que para El; tiene que ser como un estropajo a sus pies, bajo sus pies; basta amarlo, basta vivir y morir por El! Vivir, trabajar y morir de amor por el Papa: ésta, y sólo ésta, es la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Ella vive para difundir su nombre, su gloria y su amor; para sostener y defender su autoridad y libertad; para caminar en su luz.


No queremos ni conocemos otro maestro ni otra luz..., no conocemos ni queremos otro Pastor; no conocemos ni queremos otro Padre, otro Cristo público y visible en la tierra.


En nuestras conversaciones no dejemos pasar ni una sola palabra ‑ no digo algunas, sino ni una sola palabra ‑ que no sea respetuosa de la persona o autoridad del Papa, de las Sagradas Congregaciones Romanas, de los Nuncios Pontificios o Legados Papales, o que no muestre deferencia hacia las disposiciones de la Santa Sede.


Que el practicar aún las más pequeñas recomendaciones del Papa sea siempre un importante y grato deber para nosotros. En una palabra, sean siempre y en todas partes hijos fidelísimos del Papa; dediquen sus energías, su corazón, su mente y su vida al sostenimiento de la Iglesia de Roma, Madre y Cabeza de todas y cada una de las Iglesias del mundo; al sostenimiento del Papa, de su autoridad y libertad, y a la propagación de Su amor.


Y Jesucristo, Pastor Divino y Eterno, no dejará de bendecirlos, mis queridos hijos de Polonia, y de bendecir a su Patria, cuya fidelidad al Papa es uno de sus títulos y una de sus glorias más bellas.




lunes, 16 de febrero de 2009

Creo en las Escrituras por la autoridad de la Iglesia Católica - San Agustín de Hipona


CREO EN LAS ESCRITURAS POR LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA CATOLICA
San Agustín de Hipona



"En la Iglesia Católica, sin hablar de la sabiduría más pura, al conocimiento de la cual pocos hombres espirituales llegan en esta vida, de manera que la sepan, de la manera mas extensa, efectivamente, porque son hombres, todavía con incertidumbre (ya que el resto de la multitud de gente deriva toda su seguridad no de la agudeza de intelecto, sino de la simpleza de la fe,) - sin hablar de esta sabiduría, la cual tu no crees que está en la Iglesia Católica, hay muchas otras cosas las cuales con mucha razón me mantienen en su seno. El consenso de la gente y las naciones me mantienen en la Iglesia; así también su autoridad, inaugurada por milagros, nutrida por esperanza, engrandecida por amor, establecida por edad. La sucesión de presbíteros me mantienen en ella, empezando por el mismísimo sillón del Apóstol Pedro, a quien el Señor, después de Su resurrección, le entregó a cargo que alimente Sus ovejas [Juan 21,15-17], en sucesión hasta el episcopado presente. Y así, finalmente, también el nombre mismo de Católica, el cual, no sin razón, en medio de tantas herejías, la Iglesia ha así retenido; de manera que, aunque todos los herejes deseen llamarse Católicos, sin embargo cuando un extraño les pregunta donde se reúne la Iglesia Católica, ningún hereje se atreverá a señalarles a su propia capilla o casa. Tales son, entonces, en número e importancia los lazos preciosos que pertenecen al nombre Cristiano los cuales mantienen a un creyente en la Iglesia Católica, como con mucha razón debería ser así, aunque por la lentitud de entendimiento, o por la escasa realización de nuestra vida, la verdad no se muestre completamente por si sola. Pero contigo, no hay ninguna de estas cosas que me atraigan o me mantengan, la promesa de verdad es lo único que es ofrecido. Ahora si la verdad puede ser tan claramente probada a tal punto de no dejar posibilidad de duda, debe ponerse ante todas las cosas que me mantienen en la Iglesia Católica; pero si solamente esta la promesa sin ninguna realización, nadie me va a mover de la fe que ata mi mente con tantos lazos tan fuertes a la religión Cristiana.

[...] Si tu te encuentras con una persona que no cree aun en las Escrituras, ¿Como le contestarías si esta te dice que no cree? Por mi parte, no creeré en las Escrituras a menos que la autoridad de la Iglesia Católica me mueva a ello. Así que cuando aquellos en cuya autoridad yo he aceptado creer en las Escrituras me dicen que no crea en Maniqueo, ¿Que mas puedo hacer sino aceptarlo?. Escoge. Si tu dices, cree a los Católicos: Su consejo para mi es que no ponga mi fe en lo que tu dices; así que, creyéndoles, soy prevenido de creerte; - Si tu dices, No creas a los Católicos: Tu no puedes con rectitud utilizar las Escrituras para traerme a la fe en Maniqueo; porque fue bajo el mandato de los Católicos que yo creí en las Escrituras. - Nuevamente, si tu me dices, estabas en lo correcto al creer a los Católicos cuando ellos te dijeron que creas en las Escrituras, pero estabas equivocado al creer sus vituperaciones en contra de Maniqueo: ¿Me crees tan tonto como para creer lo que a ti te da la gana y no te da la gana, sin ninguna razón? Así que es por eso más justo y más seguro, habiendo puesto a primera instancia mi fe en los Católicos, no ir a ti, hasta que, en ves de que me insistas que te crea, me hagas entender algo de la manera mas clara y abierta. Para convencerme, entonces, tienes que poner de lado las Escrituras. Si mantienes las escrituras, yo me apegaré a aquellos quienes me mandaron a creer en las Escrituras; y, en obediencia a ellos, no te creeré en lo absoluto. Pero si por casualidad tienes éxito en encontrar en las Escrituras un testimonio irrefutable del apostolado de Maniqueo, debilitarías mi consideración para con la autoridad de los Católicos quienes me dicen que no te crea; y el efecto de esto será, que yo no creeré mas en las Escrituras tampoco, porque fue a través de los Católicos que yo recibí mi fe en ellas; y así lo que sea que me traigas de las Escrituras no tendrá mas peso para conmigo. Así que, si no tienes una prueba clara apostolado de Maniqueo encontrada en las escrituras, yo creeré a los Católicos en ves de a ti. Pero si tu encuentras, de alguna manera, un pasaje claramente a favor de Maniqueo, no les creeré ni a ellos ni a ti: ni a ellos, porque ellos me mintieron con respecto a Maniqueo; ni a ti, porque me estas citando esas Escrituras en las cuales he creído bajo la autoridad de "esos mentirosos". Pero lejos de que yo no vaya a creer en las Escrituras; creyendo en ellas, no encuentro nada en ellas que me haga creerte a ti."


(Tomado de: En Contra de la Epistola de Mani Llamada "La Fundación" 4,5-6 [397 D.C.])

sábado, 14 de febrero de 2009

La transmisión de la Revelación Divina - Catecismo de la Iglesia Católica


Catecismo de la Iglesia Católica

PRIMERA PARTE LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA SECCIÓN «CREO»-«CREEMOS»
CAPÍTULO SEGUNDO DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE



Artículo 2 LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

74 Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todo s los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:

Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades (DV 7).



I La Tradición apostólica


75 "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su boca" (DV 7).


La predicación apostólica...

76 La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:


oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó";

por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).


… continuada en la sucesión apostólica

77 "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8).

78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV 8).

79 Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).


II La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura


Una fuente común...

80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).


… dos modos distintos de transmisión

81 "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo".

"La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación"

82 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).


Tradición apostólica y tradiciones eclesiales

83 La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.


III La interpretación del depósito de la fe


El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia

84 "El depósito sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DV 10).


El Magisterio de la Iglesia

85 "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.

86 "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído" (DV 10).

87 Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mi me escucha" (Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.


Los dogmas de la fe

88 El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.

89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).

90 Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: "nexus mysteriorum"; LG 25). "Existe un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (UR 11).


El sentido sobrenatural de la fe

91 Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13).

92 "La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos' muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral" (LG 12).

93 "El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio...se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida" (LG 12).


El crecimiento en la inteligencia de la fe

94 Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:

– "Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón" (DV 8); es en particular la investigación teológica quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada" (GS 62,7; cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4).

– Cuando los fieles "comprenden internamente los misterios que viven" (DV 8); "Divina eloquia cum legente crescunt" (S.Gregorio Magno, Homilía sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D).

– "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).

95 "La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10,3).


RESUMEN

96 Lo que Cristo confió a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.

97 "La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.

98 "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8).

99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.

100 El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él.


lunes, 9 de febrero de 2009

Dos Cánones: Escritura y Tradición ¿Cómo se define el canon bíblico? - James Akin


DOS CANONES: ESCRITURA Y TRADICIÓN
¿Como se define el canon biblico?
James Akin


Tradujo el Pbro. Marcelo Navarro, misionero del Instituto del Verbo Encarnado en Guyana



Muchos protestantes dirían: "Las tradiciones apostólicas nos obligarían si pudiéramos identificar cuáles tradiciones son apostólicas y cuáles no. Obviamente queremos obedecer y aceptar todo lo que los apóstoles mandaron y enseñaron en nombre de Dios."

Eso está bien. Los protestantes que dicen esto reconocen la autoridad de la enseñanza de los apóstoles, entonces simplemente necesitan ver el mecanismo por el cual nosotros reconocemos las enseñanzas de los apóstoles.


1. EL PRINCIPIO CANÓNICO

¿Cómo lo hacemos? La respuesta es que nosotros reconocemos la tradición apostólica de la misma manera que reconocemos la escritura apostólica. Hoy nos enfrentamos a una gran variedad de tradiciones, algunas apostólicas y otras meramente humanas. Del mismo modo la iglesia primitiva se encontró con un cuerpo de escritos, algunos apostólicos y otros meramente humanos.

La iglesia primitiva tuvo que clasificar estos documentos y descubrir cuáles eran auténticamente escritos apostólicos -aquellos escritos por un apóstol o un compañero suyo- y cuáles eran simplemente escritos humanos -aquellos que sólo decían proceder de un apóstol. El modo en que lo hicieron fue mediante la aplicación de ciertas pruebas.


2. ¿LA PALABRA DE DIOS DA TESTIMONIO DE SI MISMA?

A algunos anticatólicos como James White les gusta decir que el autor del salmo 119 sabía lo que era la palabra de Dios aunque la iglesia católica no estaba cerca de él para decírselo. Pero a menos que él fuera un profeta o tuviera acceso a un profeta, el salmista no tuvo un canon infaliblemente conocido en su tiempo. El canon no estaba aún terminado, mucho menos establecido.

Anticatólicos como White afirman que la palabra de Dios se autentifica por sí misma, que no necesita testigos. Este reclamo es sencillamente no bíblico. En la escritura las personas tenían regularmente que examinar la revelación para ver si comunicaba la palabra de Dios. Ésta no era siempre obvia, aún para las personas que recibían la revelación.

Por ejemplo, en 1 Samuel 3, cuando Dios habló por primera vez a Samuel, el joven profeta no reconoció la palabra de Dios. Pensó que era el anciano sacerdote Elí quien lo llamaba, entonces se levantó, fue al lugar donde descansaba Elí y le dijo: "¡Aquí estoy porque me has llamado!" Pero Elí le dijo: "Yo no te he llamado, vuélvete a acostar." Esto sucede tres veces: Dios llama a Samuel y el joven profeta, pensando que es Elí, salta (de la cama) y se apresura para ver qué quiere. Finalmente el anciano y experimentado sacerdote cae en la cuenta que Dios está llamando al muchacho y le dice qué hacer la próxima vez que escuche la voz. Resulta que el joven profeta no fue capaz de reconocer la voz de Dios y el experimentado sacerdote Elí tuvo que ayudarlo a reconocer la palabra de Dios. ¡Obviamente, la palabra de Dios no dio testimonio de sí misma delante de Samuel!

De modo semejante, en 1 Reyes 13, un hombre de Dios es enviado desde Judá a Bethel para profetizar. Dios le dice que no coma o beba hasta regresar. Pero a su regreso, un anciano profeta de Dios le dice que el Señor ha revocado el mandato de comer y beber. El hombre de Dios va entonces a su casa con el anciano para cenar. Pero cuando están comiendo, tiene la revelación que la orden de no comer ni beber tiene todavía efecto; el anciano profeta había mentido. Esto muestra otro caso donde un profeta no es inmediatamente capaz de discernir entre la voz de Dios y la voz del error. El hombre que Dios envió a Bethel no detectó el hecho de que lo que le dijo el anciano profeta no era palabra de Dios. Esta pretendida revelación no dio testimonio de sí misma como falsa palabra de Dios.

En Deuteronomio 13 y 18, Dios concede dos pruebas para saber si un profeta profiere la palabra de Dios. Si el profeta hace una predicción falsa o aconseja adorar otros dioses, no habla por boca del Señor. El hecho de que Dios conceda estas pruebas muestra que las revelaciones deben ser examinadas porque no siempre es obvio qué es y qué no es palabra de Dios.

Es por esto que Pablo dice en 1 Tesalonicenses 5, 20-21: "¡No despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedáos con lo bueno!" La Biblia nos dice así explícitamente que debemos examinar lo que es palabra de Dios y lo que no lo es, como en 1 Juan 4, 1: "examinad los espíritus para saber si proceden de Dios."

Entonces la palabra de Dios no da testimonio de sí misma en el modo en que alegan algunos protestantes. Dios nos invita y manda examinar cualquier revelación que pretende provenir de él. Esto incluye la escritura. Si alguien ofrece un libro que pretende ser (parte de) la escritura, tiene que ser examinado para ver si es un escrito apostólico o un escrito meramente humano.


3. LA CLAVE PARA LA CANONICIDAD

¿Cómo sabemos cuáles libros pertenecen a la Biblia? La respuesta de la iglesia primitiva era: aquellos libros que son apostólicos pertenecen al canon de la escritura. Si un libro ha sido transmitido por los apóstoles como escritura (como los libros del Antiguo Testamento) o si fue escrito por uno de los apóstoles o sus compañeros (como los libros del Nuevo Testamento), pertenece a la Biblia. La apostolicidad fue así la prueba para la canonicidad.

El protestante J.N.D. Kelly, historiador de la iglesia primitiva, escribe:

"A menos que se pudiera mostrar que un libro procedía de la pluma de un apóstol, o al menos que tuviera la autoridad de un apóstol detrás de él, era imperiosamente rechazado, no importa cuán edificante o popular pudiera ser para los fieles" (Early Christian Doctrines, 60).

Pero, ¿cómo se podía saber cuáles libros eran apostólicos? Ciertamente que no por medio de un libro que pretendiese ser apostólico, pues había muchos evangelios y epístolas falsos que circulaban con el nombre de los apóstoles. Tampoco el Espíritu Santo prometió a cada cristiano una revelación de los libros que pertenecían a la Biblia.

¿Cómo era, entonces, la prueba de apostolicidad llevada a cabo en la iglesia primitiva? Básicamente, había dos pruebas, ambas incluían la tradición.

Primero, eran reconocidos como apostólicos aquellos libros que estaban de acuerdo con las enseñanzas de los apóstoles transmitidas a la iglesia. Los escritos gnósticos y otros escritos que no coincidían con la tradición apostólica eran dejados de lado. Esto es algo que los escrituristas evangélicos admiten.

El exegeta protestante F.F. Bruce escribe que:

"[Los Padres de la iglesia primitiva] recurrieron al criterio de la ortodoxia... Este recurso al testimonio de las iglesias fundadas por los apóstoles fue desarrollado especialmente por Ireneo... Cuando previamente comenzaron a circular Evangelios o Hechos desconocidos... la pregunta más importante acerca de ellos era: ¿Qué enseña acerca de la persona y obra de Cristo? ¿Conserva el testimonio apostólico...? (The Canon of Scripture, 260).

Segundo, eran considerados como apostólicos aquellos libros que eran predicados en varias iglesias como venidos de la pluma de un apóstol o de uno de sus compañeros -no sólo sus doctrinas, sino el libro mismo-. Si una obra determinada no era considerada apostólica y no se predicaba como tal en las iglesias, entonces era rechazada. Esto era también un recurso a la tradición porque miraba a la tradición de las iglesias como una guía para la apostolicidad. Si la tradición de las iglesias no reconocía un libro como apostólico, éste no era incluido en el canon.

El hecho de que esto también era usado en la iglesia primitiva para establecer la apostolicidad es también admitido por los escrituristas protestantes. F.F. Bruce escribe:

"Es digno de notar cuando uno piensa en ello, que los cuatro evangelios canónicos son anónimos, mientras que los evangelios que proliferaban a fines del siglo segundo y más tarde, reclaman haber sido escritos por apóstoles y otros testigos oculares. Eclesiásticos católicos vieron entonces que era necesario defender la autenticidad apostólica de los evangelios... La autoría apostólica de Mateo y Juan estaba bien establecida en la tradición. Pero ¿qué sucedía con Marcos y Lucas? Su autoría estaba también bien establecida en la tradición" (ibid., 257).

Por supuesto, no todas las iglesias estaban de acuerdo. Algunos apologetas protestantes se apegan a la afirmación que el fragmento Muratoriano, una antigua lista del canon del 170 d.C. aproximadamente, incluye casi todo el Nuevo Testamento. Pero no señalan que el fragmento Muratoriano también omitía algunas obras de su canon. No incluía Hebreos, 1 y 2 Pedro y 3 Juan. Además incluía algunas obras que los apologetas protestantes no considerarían como canónicas: el Apocalipsis de Pedro y la Sabiduría de Salomón. Había, pues, manifiesto desacuerdo en la extensión del canon.

Finalmente, el canon del Nuevo Testamento fue establecido por el Concilio de Roma en el año 382 durante el papado de Dámaso I. Hasta este momento, sus libros específicos no estaban firmemente establecidos.

Ahora, un apologeta protestante tendrá que estar de acuerdo en que los presentes en el Concilio de Roma incluyeron en el canon todos los libros verdaderos y sólo los verdaderos, o estar en desacuerdo. Si está en desacuerdo, lo estará también con el canon del Nuevo Testamento de la misma Biblia que él usa, porque fue el Concilio de Roma el que estableció dicho canon.

Pero si acepta que el Concilio de Roma incluyó todos los libros verdaderos y sólo los libros verdaderos en el canon del Nuevo Testamento, entonces tendrá que admitir que la iglesia primitiva realizó una decisión infalible (infalible porque incluyó todos los libros verdaderos y sólo ellos, tomando así una decisión inequívoca bajo la guía providencial de Dios, la cual es infalible). Esta decisión infalible se tomó trescientos años después de la muerte del último apóstol. Pero si los concilios de la iglesia son capaces de llegar a decisiones infalibles trescientos años después de la muerte del último apóstol, el apologeta protestante no tendrá motivos para afirmar que (los concilios) son incapaces de hacer lo mismo más tarde en la historia de la iglesia.


4. EL CANON DE LA TRADICIÓN

El hecho de que la iglesia haya decidido sobre esto trescientos años después de la muerte del último apóstol es significativo, pero no menos significativo es el hecho de que cuando tomó esta decisión lo haya hecho sobre la base de la tradición.

Como ya dijimos, la iglesia tenía frente a sí tradiciones opuestas acerca de los libros que debían ser incluidos en la escritura. Algunas tradiciones, por ejemplo, decían que Hebreos estaba incluido en el canon; otros decían que no. Una de estas tradiciones (la que indicaba su inclusión en el canon) era apostólica, la otra (partidaria de la exclusión) era meramente humana. Para decidir si la carta a los Hebreos pertenecía a la escritura, la iglesia tuvo que decidir en favor de una tradición sobre la otra. Así, para establecer la apostolicidad de un escrito, tuvo que establecer la apostolicidad de la tradición.

Como resultado, la iglesia no sólo puede establecer reglas sobre qué es apostólico y qué no cientos de años después de la muerte del último apóstol, sino que también puede reglamentar cuáles tradiciones son apostólicas y cuáles no, y hacerlo en cualquier época de la historia de la iglesia.

Entonces, la iglesia puede establecer reglas sobre el canon de la tradición del mismo modo que lo hace con el canon de la escritura. La iglesia es la esposa viva de Cristo y ella reconoce la voz de su esposo. Ella es capaz de señalar determinados escritos y decir: "Aquél es apostólico, aquél no lo es." Y es capaz de señalar determinadas tradiciones y decir: "Aquella es apostólica, aquella otra no. En esta reconozco la voz de mi esposo, en aquella no."

El mecanismo mediante el cual establecemos el canon de la tradición es entonces el mismo por el cual establecimos el canon de la escritura. El mismo principio vale para ambos contextos. La iglesia es testigo de ambos cánones.


5. PRUEBAS PARA EL CANON DE LA TRADICIÓN

Obviamente la iglesia tiene pruebas que usa para reconocer cuáles tradiciones son apostólicas, así como tenía pruebas para establecer qué escrituras eran apostólicas.

Una de las pruebas consiste en ver si una determinada tradición contradice lo que ha sido previamente revelado. Como señalan a menudo los anticatólicos, tales tradiciones deben ser probadas a la luz de la escritura. Si una determinada tradición contradice algo que Dios ha dicho en la escritura (o algo dicho en una ya conocida tradición apostólica) eso muestra que es simplemente una tradición humana y debe ser descartada. La iglesia se alegra de poder probar tales tradiciones a la luz de la escritura.

Por supuesto la iglesia también aplica el lado secundario de esta prueba: en la iglesia primitiva cualquiera escrito presentado que no coincidiera con la tradición apostólica era rechazado del canon de la escritura. Así, cuando en los siglos segundo y tercero, los escritos de los gnósticos enseñaban que Jesús no era Dios o que el Dios del Antiguo Testamento no era el Dios de Jesucristo, esos libros fueron sumariamente rechazados sobre la base de que no coincidían con la tradición apostólica.

Naturalmente una vez que un escrito ha sido puesto a prueba y encontrado canónico no es más sujeto de prueba. Una vez que se ha demostrado que un escrito pertenece al canon de la escritura, no queda más abierto al debate. De modo semejante, una vez que una tradición ha sido puesta a prueba y encontrada canónica tampoco es sujeto de nuevos debates. Una vez que se ha demostrado que una tradición pertenece al canon de la tradición, no es más sujeto de pruebas.

Un apologeta protestante no podría cuestionar que un libro determinado del Nuevo Testamento pertenece al canon, basado en que (el libro) afirma algo que es difícil de reconciliar con lo dicho en otro libro. Una vez que se ha visto que es canónico, podemos confiar en que es palabra infalible de Dios y cualquier dificultad aparente que surja entre él y lo que Dios haya dicho en otra parte, puede ser resuelta. De la misma manera, una vez que una tradición ha sido probada y se ha hallado que es canónica, podemos confiar en que es palabra inequívoca de Dios y que cualquier dificultad que surja entre ella y cualquier cosa que Dios haya dicho en otra parte, tiene una solución. Si podemos tener confianza en la pequeñas desarmonías del canon de la escritura, podemos hacer lo mismo con el canon de la tradición.

Sabemos que cuando Dios habla en la escritura surgen algunas dificultades aparentes. Los liberales las usan para atacar la inerrancia de la escritura, entonces los conservadores escriben libros para mostrar por qué estas supuestas discrepancias no son tales. Pero si Dios habla en la escritura de tal modo que surgen aparentes discrepancias entonces deberíamos esperar que suceda lo mismo también cuando Dios habla en otra parte. Esto no es motivo de alarma.


6. EL PROBLEMA CANÓNICO

Pero el apologeta protestante tiene un problema todavía más fundamental pues para justificar su principio de la sola escritura o la teoría así llamada "sólo la Biblia", tendría que afirmar que nosotros sabemos cuáles libros pertenecen a la Biblia sin reconocer el rol autorizado de la tradición apostólica y de la iglesia en este asunto. Si, como en la teoría protestante, tuviéramos nosotros que probar todo a partir de la sola escritura, entonces tendríamos que ser capaces de mostrar lo que pertenece al canon de la escritura a partir de la sola escritura.

De hecho, no podemos ni siquiera comenzar a usar la sola escritura antes de haber identificado qué son las escrituras. Si alguno dice saber qué son las escrituras está haciendo entonces reclamo de un conocimiento posible, el cual sólo podría ser revelado por Dios ya que estamos hablando de un asunto sobrenatural, significando que está haciendo un reclamo a la revelación posible. Pero si toda revelación posible debe encontrarse en la Biblia, entonces la misma lista del canon debe encontrarse en las escrituras. El apologeta protestante debe mostrar entonces, a partir de la sola escritura, qué libros pertenecen a la Biblia.

Y esto es algo que no puede hacer. La lista del canon no se encuentra en la escritura. Muchos libros de la Biblia (de hecho, prácticamente todos los libros del Nuevo Testamento) no son citados por los otros libros de la Biblia, mucho menos citados explícitamente "como escritura" (algo que necesariamente es muy popular entre los apologetas protestantes). Y la Biblia no nos da una serie de pruebas por las cuales podemos probar infaliblemente qué libros en concreto pertenecen a ella. El hecho es que no existen "índices inspirados" dentro de la misma Biblia para decirnos qué pertenece a ella.

El apologeta protestante está en un aprieto. Para usar la sola escritura tiene que identificar qué son las escrituras, y ya que no puede hacerlo a partir de la sola escritura, tiene que recurrir a cosas exteriores a la escritura para presentar argumentos convincentes, significando que en el mismo momento de hacerlo, socava su razonamiento. No tiene modo de escapar al canon de la tradición.

La tradición apostólica era la clave para el canon en dos sentidos: diciéndonos qué doctrinas deben enseñar (o no enseñar) los libros apostólicos y diciéndonos qué libros fueron escritos por los apóstoles y sus compañeros.

Irónicamente los protestantes, que normalmente se burlan de la tradición en favor de la Biblia, ellos mismos están usando una Biblia basada en la tradición. De hecho, muchos protestantes honestos admitirían que ellos se atienen a algunos libros porque cuando ellos se hicieron cristianos alguien les transmitió (la palabra "trasmitir" viene del latín "tradere", es decir, "tradición") copias de la Biblia que contenían aquellos libros.


miércoles, 4 de febrero de 2009

Los católicos y la Virgen María - Aclaraciones para los hermanos separados


Los católicos y la Virgen María
Aclaraciones para los hermanos separados



¿Por qué los católicos adoran a María? Solamente se debe adorar a Dios.

Primero que nada, hay que decir que los católicos no adoramos a la Virgen María. El culto que le profesamos no es adoración, puesto que ésta corresponde únicamente a Dios. Los católicos veneramos a Santa María, porque Ella es la mujer a quien Dios escogió para que fuera la Madre de Cristo. Es decir, María no es una persona cualquiera, es la Madre del mismo Dios. Recordemos el pasaje de la visitación:

"Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno. »" (Lc 1, 41-42)

Isabel llama a María "Bendita tú entre las mujeres", y la llama de este modo por inspiración del Espíritu Santo, del cual se llena luego de escuchar el saludo de María. Y la Virgen misma dice en los siguientes versículos:

"Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada." (Lc 1, 46-48)

María es bienaventurada por el hecho de haber sido escogida por Dios para llevar al Salvador en su seno, y por ello los católicos la hemos llamado así durante "todas las generaciones". El respeto y veneración que le profesamos los católicos a la Santísima Virgen tiene, por lo tanto, bases bíblicas sólidas.

María no es madre de Dios, es solamente madre de Cristo. No puede ser madre de Dios porque Dios es infinito y eterno, y María no.

Isabel, en el pasaje de la visitación, llama a María "La madre de mi Señor" (Lc 1, 43). Ciertamente, el Señor es Jesús, quien es Dios mismo. Si aceptamos que María es verdadera y real madre del Señor Jesús, entonces Ella es, por tanto, verdadera y real Madre de Dios, puesto que el Señor Jesús es Dios mismo. Pretender que María es madre "solamente" del cuerpo físico del Señor es absurdo. El Señor Jesús es una persona completa. Pretender separar su divinidad y su humanidad es absurdo, y es una herejía conocida como nestorianismo, que dice que hay dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina (el hijo de Dios) y otra humana (el hijo de María). La herejía fue condenada y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso en el año 431.

Lógicamente, la divinidad del Señor Jesús no proviene de María, pero no por esto ella deja de ser verdaderamente Su Madre. Lo mismo sucede con nosotros: el alma inmortal que cada uno de nosotros posee proviene directamente de Dios, pero eso no significa que mi madre no sea verdadera madre mía. Hay que recordar que fue voluntad del Señor el haberse encarnado en una mujer, y que esa Mujer fuese su Madre. Dios no necesitaba una Madre, pero quiso actuar así en su plan de Salvación, y por su Voluntad María fue elegida como Madre de Dios "porque ninguna cosa es imposible para Dios" (Lc 1, 37)

A María se le llama "intercesora", lo cual es antibíblico, según 1 Tim 2, 5 que dice "Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús"

La Iglesia Católica nunca ha enseñado que María ocupe el lugar del Señor Jesús, todo lo contrario. La Iglesia ha proclamado siempre que Cristo es el único camino para llegar al Padre, y que sólo por Él es que somos reconciliados. Por ello, y en este sentido, Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, el único en el cual Dios y el hombre son reconciliados.

Sin embargo, hay otro sentido de la palabra "mediador". Por ejemplo, si le pides a alguien que ore por ti, entonces esa persona está "mediando" o "intercediendo" por ti ante Dios. En este sentido, cualquiera puede interceder ante Dios por otra persona, y esto en nada oscurece o disminuye la mediación y la reconciliación traída por Jesucristo, todo lo contrario. Y es en este sentido que decimos que Santa María es intercesora, y lo es por excelencia, ya que es la que más estuvo unida al Verbo Encarnado, siendo su propia Madre.

¿Hay algún ejemplo en el cual Santa María haya intercedido por alguien más en los Evangelios? La respuesta la encontramos en el pasaje de las bodas de Caná:

"Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos." (Jn 2, 1-11)

El pasaje no es una simple anécdota del Evangelio, es el primer milagro del Señor Jesús. Juan dice que fue ahí donde Él empezó sus señales y manifestó su gloria. María se dirige al Señor, expresándole su preocupación por los novios con las palabras "No tienen vino", y espera de Él una intervención que la resuelva. La aparente negativa de Jesús no es sino eso, aparente. María, que confía en su Hijo, le deja toda la iniciativa a Él, dirigiéndose a los sirvientes e invitándolos a hacer lo que Él les diga. Y su confianza es recompensada. El Señor obra el milagro, transformando el agua en vino. La intervención de Santa María en el primer milagro de su Hijo no es accidental. El pasaje de las bodas de Caná pone de relieve el papel cooperador de María en la misión del Señor Jesús.

María tuvo otros hijos. En la Biblia se habla claramente de los "hermanos de Jesús" (Mt 12, 46; Mt 13, 55; Mc 3, 31, etc.)

La palabra griega que se utiliza para designar a los hermanos de Jesús es "adelphos", y tiene distintos significados: hermano de sangre, compañeros, compatriotas, etc. Ninguno de los Evangelios menciona otros hijos de María como tales. Por otro lado, la respuesta de Santa María al ángel "«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»" (Lc 1, 34) cuando él le anuncia que va a concebir un hijo, no pueden entenderse si María no hubiera tenido la intención de permanecer virgen, pues en ese momento ya estaba desposada con José (Lc 1, 27). "Conocer" en este caso significa tener relaciones sexuales íntimas. Si María hubiese pensado en tener relaciones con José, el hecho de que el ángel le anuncie que va a tener un hijo le habría parecido consecuencia natural de su matrimonio, con lo cual no hubiera dado esa respuesta.

El Evangelio también dice que Jesús es el hijo primogénito de María (Lc 2, 7) y algunos pretenden ver en esto una prueba de que María tenía otros hijos. Sin embargo, la palabra "primogénito" solamente hace referencia al primer nacido, y no de si tiene o no tiene hermanos.

María no fue virgen después del parto. En Lc 1, 25 se lee "Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.", lo que implica que después de que María dio a luz a Jesús tuvo relaciones con José.

El verbo "hasta" en este caso, quiere resaltar el simple hecho de que José no tuvo relaciones con María antes de que ella diese a luz a Jesús. No implica de ningún modo que José tuviera relaciones con María luego del nacimiento de Cristo.






lunes, 2 de febrero de 2009

La necesidad del Magisterio - Joseph Ratzinger


La necesidad del magisterio
Joseph Ratzinger



Discurso de la ceremonia de su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, Pamplona, 31.I.98


(...) Quizá pudiera plantearse una objeción seria respecto de mi persona: ¿el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (...) no estará quizás en cierta contradicción con la esencia de la ciencia y, por tanto, también con la naturaleza de la teología? ¿No se excluirían quizás ciencia y autoridad externa? (...)


Preguntas como estas, que tocan a la esencia de la teología católica, (...) nos ponen ante la cuestión fundamental: ¿Qué es propiamente la teología? ¿Quedaría suficientemente caracterizada si la describiéramos como una reflexión metódica y sistemática sobre los interrogantes de la religión, de la relación del hombre con Dios? Mi respuesta sería: no, pues de ese modo sólo habríamos alcanzado a situarnos ante la llamada "ciencia de la religión". (...) Si la teología quiere y debe ser algo distinto de la ciencia de la religión, (...) entonces ha de basarse únicamente en el hecho de que surge de una respuesta que nosotros no hemos inventado. (...)


Lo peculiar de la Teología es ocuparse de algo que nosotros no nos hemos imaginado y que puede ser fundamento de nuestra vida precisamente porque nos precede y nos sostiene, es decir, porque es más grande que nuestro propio pensamiento. (...) Esto significa a su vez que la Teología presupone, por su propia naturaleza, una auctoritas. Sólo existe porque sabe que la esfera del propio pensamiento ha sido trascendida, porque sabe que -por decirlo así- ha sido tendida una mano en ayuda del pensamiento humano. (...)


Pero entonces cabe plantearse una nueva pregunta: ¿Cómo es este presupuesto que nos es dado, esa respuesta que encauza por completo nuestro pensar y le señala el camino? (...) El presupuesto que nos ha sido dado es la Palabra, la Escritura, deberíamos decir, y a continuación deberíamos seguir preguntándonos: junto a esa autoridad esencial para la Teología, ¿puede quizá existir otra? Parecería, a primera vista, que la respuesta debería ser: no. Este es un punto crítico de la controversia entre teología de la reforma y teología católica. Hoy en día también una gran parte de los teólogos evangélicos reconocen, de un modo u otro, que la sola Scriptura, es decir, la reducción de la Palabra al Libro, no es sostenible. (...)


Ciertamente, la Escritura es portadora del pensamiento de Dios. Esto hace que sea única y que se convierta en "autoridad". Pero viene mediada por una historia humana. Encierra el pensar y el vivir de una comunidad histórica, a la que llamamos "Pueblo de Dios" precisamente porque ha sido reunida y mantenida en la unidad por la irrupción de la Palabra divina. (...)


De lo dicho hasta aquí se deduce un segundo elemento, a través del cual queda relativizado el principio escriturístico. Lutero estaba convencido de la perspicuitas de la Escritura, de su univocidad, que haría superflua cualquier instancia oficial de explicación. (...) Pero, a raíz de la estructura de la Palabra y de las experiencias concretas de la exégesis bíblica, ha habido que renunciar a este postulado fundamental de la univocidad. (...)


La Escritura, la Palabra (...) no está aislada, por su misma naturaleza, ni es solamente un libro. Su sujeto humano, el Pueblo de Dios, está vivo y se mantiene idéntico consigo mismo a través de los tiempos. (...) Sin su sujeto vivo e imperecedero que es la Iglesia, le faltaría a la Escritura la contemporaneidad con nosotros. (...) Quedaría reducida a simple literatura que es interpretada, como se puede interpretar cualquier obra literaria. (...)


Pero el ámbito vital originario de la profesión de fe cristiana es la vida sacramental de la Iglesia. El canon bíblico se ha formado según este criterio, y es éste también el motivo por el que el Símbolo es la primera instancia de interpretación de la Biblia. (...) De esta manera, la autoridad de la Iglesia que habla, la autoridad de la sucesión apostólica, se encuentra inscrita, por medio del Símbolo mismo, en la Escritura, y no puede separarse de ella. El Magisterio de los sucesores de los Apóstoles no yuxtapone una segunda autoridad a la Escritura, sino que pertenece desde dentro a ella misma. Esta viva vox no está llamada a reducir la autoridad de la Escritura o a limitarla o incluso a sustituirla por otra. Antes al contrario, su misión es asegurar la indisponibilidad de la Escritura (...) Se da así una misteriosa interacción mutua. La Escritura señala la medida y el límite a la viva vox; y la Voz viva garantiza que la Escritura no venga a ser manipulada. (...)


Una autoridad eclesiástica podría llegar a ser arbitraria, si el Espíritu no la guardase. Pero, sin duda, la arbitrariedad de una exégesis dejada en manos de sus propios recursos constituiría, en sus múltiples manifestaciones, un peligro no menor, como demuestra la historia. Es más, el milagro que haría falta allí para mantener la unidad y hacer valer la Palabra en toda su grandiosa exigencia es mucho más improbable que ese otro milagro que se necesita para mantener dentro de sus límites y medidas el ministerio de los sucesores de los Apóstoles.