viernes, 30 de enero de 2009

Revelación e Inspiración (III) ¿Textos sagrados "inspirados por Dios" fuera de la Biblia? - Miguel Antonio Barriola

En torno a la “Revelación e Inspiración” en los libros sagrados de las diferentes religiones
Pbro. Dr. Miguel Antonio Barriola


Exposición realizada en el marco de las actividades de la VI Jornada Bíblica "Jesucristo, único Salvador", realizadas en el Seminario religioso María Madre del Verbo Encarnado en San Rafael, Mendoza (2003).


III - ¿Textos sagrados “inspirados por Dios” fuera de la Biblia?


1 - ¿De qué se trata?

No el único, pero sí el vehículo básico de esta revelación es la Escritura inspirada, que para el creyente es “Palabra de Dios” con las consiguientes propiedades de verdad y santidad, que fluyen de su autor principal, el mismo Espíritu Santo, “que habló por los profetas”.

Frente a este canal tan sobresaliente de la revelación cristiana han surgido igualmente conatos para justificar, dentro de la teología católica, la extensión del valor “inspiración” a otras literaturas religiosas, dado que también importantes religiones cuentan con sus escritos sagrados, como el Corán para el Islam o los Vedas para el Hinduismo[1].

En un reciente simposio internacional sobre la inspiración de la Sgda. Escritura, tenido en Roma entre el 18 y 2l de setiembre de 2001, se dio cabida a este concreto problema actual, destacándolo ya en la presentación, al publicarse sus Actas: “El tema de la inspiración bíblica es ...de gran actualidad...toca nuestra reflexión teológica y también el problema de la Iglesia actual y nuestra fe. En concreto es importante esclarecer bien este punto también a la luz de los problemas que enfrenta hoy la Iglesia, ya a nivel interno (el problema ecuménico), ya ad extra con las relaciones con otras religiones y con la ética laica”[2].


2 – Los puntos de vista de R. J. Raja, S. J. [3]

El autor, del que nos ocuparemos, ha sistematizado los motivos para extender la condición de “inspirados” también a otros escritos venerados en otros credos como provenientes de especiales intervenciones divinas[4].

Compara nuestro teólogo la relación de preparación del Antiguo Testamento respecto al Nuevo, proponiendo que se considere a los escritos sagrados de otras tradiciones realizando idéntica función. Basado en las “semillas del Verbo” a las que se refiere S. Justino[5] y puesto que muchas leyes o relatos paganos han sido incluidos en la Escritura judeocristiana, concibe que ya en ellos actuaba el Espíritu Santo, la revelación divina”. Y si bien es cauto en atribuir el carácter de “inspiración” a esos libros extrabíblicos, no deja de hacerlo hacia el final.

Previamente será útil aquí manejar los aportes de los análisis literarios de las últimas cinco décadas[6].


A) La extensión social de la inspiración

En efecto, el método histórico crítico (pese a sus notorias rigideces) dio conciencia a los exegetas de que los “autores” de los libros sagrados, compusieron con frecuencia sus obras, recogiendo tradiciones anteriores, que ya tenían un cuerpo independiente al de la obra en que después serían introducidas. Lo mismo dígase de los aportes válidos de la “Formgeschichte” en sus análisis de la prehistoria oral antecedente a la composición de nuestros Evangelios (ver: Lc 1, 1 – 4).

Ahora bien, ¿de qué modo se ejerció la acción divina inspiradora en esas etapas anteriores, cuando ya había cuerpos consistentes de memorias sagradas o anales escritos, que fueron después insertos en nuestra Biblia actual?

L. Alonso Schökel razonaba de este modo: “¿Tenemos que imaginar al Espíritu Santo cruzado de brazos contemplando todo el trabajo literario de los hombres hasta que decide intervenir, justo, justo en la etapa final? ¿Tendremos que considerar inspirado únicamente al colector, al editor que corrigió? ¿Tenemos que suponer que la inspiración amanece en tiempos posteriores, entre el destierro y Esdras?

Las preguntas se responden solas. Una visión tan pobre de la inspiración, que aleja al Espíritu Santo en los momentos más creativos, y le abre la puerta cuando no hay casi nada que hacer, al momento de cerrar la edición, me parece inaceptable. De un modo o de otro tenemos que aceptar la «inspiración sucesiva», como contribución literaria religiosa, allí ha actuado el Espíritu”[7].


B) Los préstamos extrabíblicos

Sin embargo, al referirse a sentencias sapienciales (consejos de Amen- Em – Opet muy similares a pasajes de los Proverbios bíblicos), salmos (muchos de ellos semejantes a himnos de la literatura ugarítica), o narraciones (como el Poema de Gilgamesh y su similitud narrativa, casi al pie de la letra entre Utnapishtim y Noé), Alonso Schökel afirma lo siguiente: “En la etapa profana y neutra, o no israelita, no es necesario postular la inspiración; en la etapa de simple colección, sin contribución litearia, tampoco. Los libros bíblicos han crecido orgánicamente con la vida del pueblo, y el Espíritu Santo no ha mirado indiferente este crecimiento, sino que El mismo lo ha movido con su soplo misterioso y eficaz”[8].

¿Por qué esta diferencia, que para la “etapa profana y neutra” no postula la inspiración? No lo explica el escriturista español y creo que esto da pie a Raja y otros, para extender también a las composiciones precedentes babilónicas, egipcias o de dónde provinieren[9], la colaboración inspiradora del Espíritu Santo.

Así y todo, como ya se apuntó en nota anterior, parece que había una intuición válida en la diferenciación insinuada por Schökel, entre elementos tradicionales del pueblo elegido incorporados por el autor bíblico en su obra y otros de procedencia profana o de religiones diferentes.

Lo explica con acierto P. Grech: “Si hay revelación que está documentada fuera de los libros sagrados también puede haber libros de la Escritura que contienen poco de revelación. Los libros de los Macabeos contienen historia que podía ser conocida por medio de indagaciones. Sin embargo llamamos a tales libros inspirados...Un Pablo recibe revelaciones y las escribe, como hace Isaías. En un profeta o apóstol escritor revelación e inspiración pueden coincidir. Pero, ¿qué inspiración necesita aquel o aquellos que componen revelaciones hechas a otros o que simplemente insertan una glosa o coleccionan escritos o sermones de un profeta? ¿Qué modelo de inspiración podemos atribuir a Qohelet? ¿J, E y P participan de la inspiración atribuida a los que han compuesto el Pentateuco? ¿Podemos comparar la sublime visión del autor del Apocalipsis con la obra de un Marcos, que recoge y redacta material preexistente? Tales preguntas nos hacen pensar que es difícil encontrar una noción de inspiración que pueda cubrir todos los casos arriba elencados. Tal vez podemos encontrar un denominador común, diciendo que la inspiración es el carisma de aquellos que tienen el cometido de componer o completar aquellos escritos que Dios quiere que acompañen a su pueblo en la historia para mantener una memoria viva y una recta interpretación de la revelación hasta la última y definitiva manifestación de Cristo[10].

Una tal descripción de la inspiración necesita una explicación. Todo libro, aunque sea una antología de escritos de otro autor, está guiado por una idea central que lo unifica. Se eligen criterios de composición conducentes a tal fin. Por consiguiente el carisma del autor inspirado, compositor de un libro comprende ante todo una intuición fundamental, después un juicio valorativo o un discernimiento de la validez y adecuación de los medios elegidos para lograr el objetivo prefijado. Tal vez el iudicium requerido por Sto. Tomás, como constitutivo formal de la inspiración se introduce en este contexto”[11].

En tal perspectiva, las citas asumidas por un autor bíblico (Enuma Elish en el Génesis–, Arato en el discurso del Areópago – Hech 17, 28 – etc.) no son “materialiter” obra del hagiógrafo. Su autoría se ejerce más bien en la concepción organizadora total. Así como las piedras, el mármol, los ladrillos o la argamasa no son productos del arquitecto, pero sí que lo es la combinación final de toda la obra de arte[12].

Ya unos treinta años antes de la exposición ofrecida por Artola (véase la nota anterior), G. Perrella aportó sugerencias iluminadoras sobre estos empréstitos, asumidos por un autor inspirado. Explicaba que sentencias de otro pueden llegar a ser palabra de Dios...si son aprobadas por el hagiógrafo explícitamente, o al menos de forma equivalente... Si el autor humano de un escrito inspirado por Dios afirma junto con los suyos dichos de otra persona, evidentemente les da el mismo valor que a sus propias tesis. En otros términos: la afirmación de otro se transforma en suya (del hagiógrafo)[13]. En consecuencia: la inspiración de alguna ley, himno, etc. de origen pagano, que los autores sagrados asumen en sus escritos, no se ha dado con anterioridad a la apropiación misma de dichos elementos por parte de los hagiógrafos. Son ellos quienes revisten tales préstamos con su autoridad, que en último término está inspirada por Dios.

Por lo tanto, dados los análisis de Grech, el compilador final, lejos de ser un mero zurcidor de retazos[14], tiene derecho a ser considerado como “autor”, con una visión propia, la más importante, que combina diferentes ingredientes en una obra unitaria definitiva.

Allí, en la causa final (prior in intentione et ultima in executione), reside el juicio organizativo del todo y sus partes componentes. También en ese punto culminante, con toda justicia, se puede ver concentrado el influjo inspirativo complexivo de parte del Espíritu Santo.


C) Analogías incorrectas

Insistimos en los párrafos precedentes sobre el cuño de “autor”, que imprime el escritor final a la obra que compone, aunque la misma conste de pasajes, más o menos extensos tomados a otros narradores, poetas o legisladores.

Pero no es lícito extender la comparación, cuando datos explícitos lo prohíben.

De ahí que nos parezca inapropiada esta afirmación de Raja: “Se debe recordar aquí que el Antiguo Testamento es un libro judío. En sí mismo no es autoritativo, pero llega a serlo en el contexto cristiano. En este nuevo contexto se convierte en inspirado, autoritativo y así en Palabra de Dios. Se convierte en palabra normativa para los cristianos sólo cuando es leído e interpretado a la luz de Cristo”[15].

Se ha de tener presente más bien que, si bien todo el Antiguo Testamento se encontraba en tensión hacia su culminación en Cristo y por lo tanto, a ser “obra acabada”, aún desde el punto de vista literario, sólo “a la luz de Cristo”, sin embargo, para el mismo Jesús y la Iglesia las obras de Moisés y los profetas eran ya “palabra de Dios”, a la que ellos mismos se remiten y someten. “Escrutad las Escrituras, ya que en ellas creéis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí” (Jn 5, 39). Ahí tenemos el estatuto completo a la vez que abierto del Antiguo Testamento. Lo primero, porque ya antes de Cristo, estaba en él la “vida eterna”, como rectamente creían los judíos, siendo en esto aprobados por Jesús. Lo segundo, porque la misma primera Alianza apuntaba a y esperaba su plenificación en Jesucristo.

Dios ya habló, aunque provisoriamente, como sostiene Jesús: “Dijo el Señor por medio del profeta” (Mt 21, 42). No es, pues, por la aprobación subsiguiente de los autores del Nuevo que el Antiguo Testamento adquiere valor inspirado o normativo para la fe.

L. H. Rivas, refiriéndose a Raja, trae también a colación Hebr 1, 1: “Dios habló en muchas ocasiones y de diversas maneras por medio de los Profetas”, haciendo notar, asimismo, que “la historia salvífica que se consigna en el Antiguo Testamento contiene una genealogía que conduce a Jesucristo, la Palabra hecha carne, y en este punto no se puede comparar con ninguna de las manifestaciones de la acción salvífica de Dios en las otras religiones”[16].

El mismo Rivas, cita muy oportunamente estas precisiones de V. Manucci:
“Reconocer la presencia activa del Espíritu de Dios en los fragmentos y destellos de verdad contenidos en las grandes religiones y en sus respectivos libros sagrados, no constituye una invitación al sincretismo o al relativismo, ni tampoco a la aceptación pasiva de dos tipos de verdad religiosa destinadas a caminar en dirección paralela sin jamás encontrarse. Mientras los cristianos están llamados a descubrir los vestigios de Verdad revelada en los libros de las otras religiones, los no cristianos están llamados a ver en Cristo y las Escrituras hebreas y cristianas el objetivo último a donde caminan sus libros sagrados y las experiencias religiosas genuinas que en ellas se reflejan”[17].

Según ya insinuamos, se ha de tener presente asimismo que una cosa es “revelación”, que el Espíritu puede conceder a profetas y hombres o mujeres elegidos de religiones diferentes, y otra el carisma muy específico de la “inspiración”. Porque, puede darse una auténtica revelación sobrenatural, que carezca, pese a ello, de la capacidad de interpretación y comunicación correctas, sostenidas por el mismo Dios, en quien la recibe. Tal sucedió con los sueños del faraón (Ex 41), sólo aclarados genuinamente por José (ibid. ,vv. 25 ss.) o con las visiones de Nabucodonosor, correctamente descifradas por Daniel (Dan 2, 29 ss.).

Tampoco podemos olvidar que puede suceder con esas revelaciones extracristianas, lo mismo que acontece, a veces, con manifestaciones “privadas” de Dios, aún a personas muy santas dentro de la Iglesia. El destinatario recibe esas comunicaciones, pero, no estando dotado igualmente del carisma de la “inspiración”, para su expresión oral o escrita, en la transmisión de sus visiones pueden deslizarse errores de puntos de vista, cosa imposible en el ejercicio de la “inspiración”. Así, por ejemplo, Sta. Catalina de Siena, creyó oír de labios de la Virgen María, que ella, la Madre de Dios, no había sido inmaculada en su concepción. Evidentemente influyó en el juicio de la santa (o de los amanuenses que transcribían sus trances) la escuela tomista de sus directores, que, siglos antes de la declaración dogmática de Pío IX, negaba la inmunidad de pecado en María Sma., a partir del primer instante de su existencia[18].

La historia muestra, pues, que bien puede darse una “revelación“auténtica, que no vaya acompañada del carisma de la “inspiración” divina para su comunicación.

Así lo evidencian también los aportes de la Revue Thomiste: “Los místicos cristianos ya han dicho qué sufrimientos les causaba la desproporción que ellos experimentaban entre la densidad de su experiencia y el soporte intelectual, sin embargo verdadero, por y en el cual ellos la vivían. ¡Con cuánta mayor razón será éste el caso de quienes tienen una experiencia de Dios en el cuadro de una tradición religiosa no cristiana! Esta experiencia, por auténtica que sea, será necesariamente torcida por las representaciones defectuosas que son su soporte. En consecuencia, una tal experiencia es muy imperfecta, y no es legítimo deducir de una experiencia de gracia la existencia de una revelación (por más que sea privada).

Más todavía, la expresión de esta experiencia religiosa – la única que tiene repercusiones sobre el contenido objetivo de la tradición religiosa – no tendría la garantía de la experiencia misma. Hay que distinguir una experiencia de gracia auténtica, no solamente de la conciencia que se toma de ella, sino también de poder expresarla de una manera inteligible con la seguridad de que eso es verdadero.

Este carisma, que no puede ser confundido con una simple «asistencia» del Espíritu, es otorgado de una manera única a los depositarios de la revelación (los autores de la Escritura). No se puede fundar la validez de una institución religiosa sobre una experiencia mística singular: esto no es posible ni siquiera en el cristianismo, para un fiel, místico auténticamente reconocido, aún doctor de la Iglesia; en cierta medida tampoco es esto posible ni siquiera para Cristo, en la medida en que la novedad de su revelación reposa sobre la preparación veterotestamentaria objetivamente apreciable, que forma con ella un todo[19]...

Se dudará, sin embargo, en calificar de «revelación» en el sentido fuerte de «Palabra de Dios» a escritos que contienen eventualmente elementos (revelados) de verdad, pero siempre al lado de representaciones puramente humanas y generalmente marcadas por el error.

Por una parte, estas «revelaciones», aún cuando tengan indirectamente repercusiones sociales, siguen siendo de orden privado, en la medida en que, a diferencia de la revelación bíblica, que tiene un carácter público y oficial, no están ordenadas de por sí a la constitución del pueblo de Dios.

Por otra parte, no se benefician de la garantía divina aplicada a la totalidad del texto, la única que legitima un acto de fe incondicional – precisamente el acto de fe que permite la constitución de la congregatio fidelium. A este propósito J. Dupuis usa el concepto de inspiración, pero de una manera vaga y demasiado disminuida. De hecho evacua su garantía de inerrancia (o ausencia total de error), recordada, sin embargo, explícitamente por Dei Verbum, 11.

Porque lo propio de la inspiración no es que se la pueda deducir por comprobación de la verdad de lo que se dice, o de que ésta pueda encontrarse, aunque sea de manera esparcida; al contrario: se puede decir que una palabra es muy seguramente verdadera, porque pertenece a un conjunto de libros histórica y concretamente conocidos como inspirados por Dios. Tal es, en efecto, el orden de causalidad que se lleva a cabo en la doctrina tradicional de la inspiración: no: «es verdad, por lo tanto es inspirado por el Espíritu Santo, sino: «es inspirado por Dios en la Biblia e inspirado por el Espíritu Santo, por lo tanto es verdadero»[20].

Gracias a la garantía de la inerrancia – para tomar una comparación bucólica -, el cristiano sabe que siguiendo las enseñanzas de la Sgda. Escritura, tal como son propuestas por la Iglesia católica, está seguro de los buenos pastos y no corre el riesgo de dar con una planta venenosa. Tal no es el caso en absoluto en los escritos de religiones no cristianas donde, al lado de elementos de gracia, el fiel - ¿y cómo podría discernir? – encuentra elementos que objetivamente lo cierran a la verdad.

El concepto preciso de inspiración que maneja la doctrina cristiana, para definir la palabra de Dios – que implica a la vez revelación por parte de Dios e inerrancia de escritos particulares reconocidos una vez por todas por la Iglesia – puede ser aplicado solamente a los escritos religiosos del canon bíblico. Ni siquiera los más santos Doctores de la Iglesia gozan de esa característica, mucho menos los de las tradiciones religiosas extrañas al cristianismo. He aquí, porqué se ha de concluir , sin negar la posibilidad de un profetismo imperfecto en ellas, que estas tradiciones religiosas están «fuera de la corriente de la revelación»”[21].


D) Consecuencias teológicas

Para no confundir y respetar el uso tradicional de los términos, no conviene tributar la categoría de “inspirados” a los escritos sagrados de otras religiones diferentes de la judeocristiana.

Así lo ve un teólogo de la India: “Hablando de inspiración, debemos distinguir entre inspiración numinosa o religiosa e inspiración bíblica. Desde el punto de vista fenomenológico, la inspiración numinosa es aquella experiencia advertida por una persona religiosa cuando está en contacto con lo sagrado o con lo divino y lo expresa, dado que lo considera verdadero, auténtico y significativo, mediante composiciones orales o escritas...Las composiciones orales o escritas de estos hombres religiosos se dicen con frecuencia inspiradas, porque contienen dichos inspirados; los hombres son sus únicos autores. Pero la inspiración bíblica implica que el Espíritu Santo está trabajando como impulso vital, como fuerza que todo lo anima en los acontecimientos y en las palabras contenidas en la Biblia y que las ha llevado a su puesta por escrito. La Biblia es la obra del Espíritu Santo en el sentido directo y real del término. La puesta por escrito de la Biblia hace parte de la estructura complexiva de los acontecimientos guiados por el Espíritu. El hombre y Dios son, a un mismo tiempo, autores de la Biblia. Las Escrituras hindúes (por ejemplo) pueden ser dichas inspiradas sólo en la acepción numinosa del término, en la medida en que contienen palabras de elevado valor religioso pronunciadas por hombres que estaban iluminados”[22].

Iguales perspectivas se pueden leer en B. Forte: “Bajo esta luz, se puede sostener que los libros sagrados de las religiones no cristianas contienen elementos auténticos de la autocomunicación divina, cuyo discernimiento, sin embargo, es posible a los discípulos de Cristo sólo a la luz del criterio que es la revelación cumplida en EL: considerarlos «palabra de Dios» en la misma medida que las Escrituras bíblicas no sería justificado, como por otra parte no resultaría legítimo ver en ellos sólo expresiones humanas signadas de insuficiencias y errores. Por lo cual, «aún cuando no se pueda excluir alguna iluminación divina en la composición de tales libros (en las religiones que los tienen), es más adecuado reservar la calificación de inspirados a los libros canónicos. La denominación ‘palabra de Dios’ ha sido reservada por la tradición a los escritos de los dos Testamentos». En consecuencia, «los libros sagrados de las varias religiones, aunque puedan hacer parte de una preparación evangélica, no pueden ser considerados equivalentes al Antiguo Testamento, que constituye la preparación inmediata a la venida de Cristo al mundo»”[23].

Entre sus “Cuatro Tesis de Síntesis”, la tercera enuncia lo siguiente: “La Palabra de Dios – entendida en el sentido indicado – se encuentra sólo en las Escrituras del canon bíblico: por tanto ninguna simple equiparación entre ellas y las Escrituras sagradas de las otras religiones es admisible. No sólo el Nuevo Testamento, sino que también el Antiguo son insustituibles lugares de la revelación divina, debido a la unidad de la economía salvífica y de la unicidad de la Palabra divina que la pone en acto, según la convicción expresada por la fórmula: «In Vetere Novum latet, in Novo Vetus patet»”[24].

Saliendo al encuentro de una valoración desmedida de los escritos sagrados diferentes de la Biblia, la Dominus Jesus puntualizará al año siguiente: “Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias a los cuales multitud de personas a través de los siglos, han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar su relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los modos de actuar como los preceptos y doctrinas de las otras religiones, el Concilio Vaticano II – como se ha recordado antes – afirma que «por más que discrepen en mucho de lo que ella (la Iglesia) profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[25].

La tradición de la Iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo”[26].


4 – Las tesis de I. Vempeny, S. J.

El primer trabajo que se presentó en la línea del Congreso de Bangalore[27], fue la tesis doctoral de I. Vempeny[28]. Su autor expuso un compendio de la misma en el Simposio Scrittura Sacra, tenido en Roma del 18 al 20 de setiembre de 2001:”Non – Biblical Criptures”[29].


A) Confusión entre revelación e inspiración

A nuestro entender, el autor no diferencia adecuadamente los conceptos y realidades correspondientes a “revelación” e “inspiración”. Porque no todo lo revelado ha sido comunicado con el auxilio del carisma de la inspiración, ni toda escritura inspirada ofrece datos revelados por Dios. Así, los 9 primeros capítulos del primer libro de Crónicas (un monótono sucederse de genealogías), están inspirados por el Espíritu Santo, sin transmitir manifestaciones celestiales.

Por eso, habría que examinar a la luz de este dato algunas afirmaciones de Vempeny.

Por ejemplo, basándose en Hebr 1, 1 (las “muchas maneras y muchas ocasiones”), sostiene: “Esta consideración vuelve obvio para nosotros que la causalidad de Dios o su intervención en ser autor («authoring») de la Biblia tiene diferentes niveles de intensidad. Esto es especialmente verdadero respecto al AT y el NT. De ahí que consideremos el concepto de «inspiración analógica», aún cuando hablamos de la inspiración bíblica, como no tan irrelevante”[30].

Opinamos al respecto que la “diversidad” y “diferentes niveles” de Hebr 1, 1 – 4 se refiere también a la “inspiración” (“habló Dios: 1, 1. 2), pero tiene en cuenta ante todo a los sucesos históricos y correspondientes contenidos de la revelación, a su calidad de provisoriedad y preparación en el AT respecto al NT y no tanto al hecho de la inspiración de una y otra alianza. La “analogía de la inspiración” tiene que ver más bien con los diferentes modos de expresión de la luz divina en los diversos autores (el juicio, la decisión de escribir, los géneros literarios empleados, los muchos autores incorporados en una misma obra, cada uno beneficiado por el carisma, en la medida en que colabora a la producción del resultado final).

El AT es tan inspirado como el NT. Sus diferencias residen en la diversidad de economías, una “in umbris” (Hebr 10, 1), la otra “en el pleno conocimiento de la verdad” (ibid. , v.26).

En forma análoga, refiriéndose el autor a la “excepcional naturaleza inspiradora”, la capacidad de encender los corazones que se encuentra en muchos escritos religiosos hinduistas, se pregunta: “Si esto es un concepto cristiano, ¿cómo puede ser aplicado a los libros sagrados de los No Cristianos? Como Cristianos hemos de mostrar respeto hacia sus sagradas escrituras. Naturalmente el término que nos viene a la mente ,como Cristianos, respecto a las escrituras No – cristianas es «inspiración». Esto no es muy diferente a los términos que usamos, aunque no muy felizmente, cristianos anónimos, bautismo de deseo, Iglesia desde Abel, etc.”[31].

Parece que debemos aclarar que todos esos ejemplos enumerados (“cristianos anónimos”,etc.) tratan de hechos sobrenaturales más o menos cercanos a la plenitud de la fe e incorporación a la Comunidad cristiana[32]. En cambio la Biblia no es inspirada a medias. Lo es hasta en sus más mínimas afirmaciones y detalles, aunque no se trate de revelaciones. Pongamos por caso: “Nos embarcamos y fuimos derechos a Cos” (Hech 21, 1), información que no enfervoriza especialmente el corazón y que, sin embargo, ha sido escrita bajo el carisma de la inspiración[33].


B) Comparaciones entre la Biblia y las Escrituras de otras religiones

Vempeny establece un cotejo entre Pasajes de gran elevación religiosa, contenidos en la literatura sagrada de la India con otros procedentes de las Escrituras judeocristianas.

Advierte antes con toda honestidad: “No porque un libro sea inspirador podemos llamarlo inspirado en el sentido técnico. El Libro de los Jubileos o la Imitación de Cristo es inspirador de veras aunque no es inspirado como las Escrituras. Así y todo los cristianos en la India empezaron a hablar sobre inspiración en las Escrituras - No bíblicas, principalmente porque los encuentran verdaderamente inspiradores”[34].

La pregunta que se levanta consiste en acertar si esa extensión del término es acertada y adecuada con la fe cristiana. Si no sigue un correctivo a esta práctica, no se ve por qué, en frase inmediatamente anterior, se adelantó que no es lo mismo “inspirador” que “inspirado”. Nadie negará el fuego espiritual que se desprende de las poesías y tratados de S. Juan de la Cruz y Sta. Teresa de Jesús. No obstante, todo fiel cristiano se cuidará de catalogarlas como “inspiradas”, a la par de la Sgda. Escritura.

Propone después casos en que hasta se vislumbra una “encarnación” de la justicia (= dharma) y una oración que hace pensar en Jn 14, 6[35].

Notifica también sobre un docto hindú, de casta elevada, que a través del Rig Veda (10: 90: 1 – 3, 8) se convirtió al cristianismo, porque vio una coincidencia entre el hombre primordial (Adi Purusha) y su sacrificio, preparado y ejecutado por los dioses antes de que formaran el universo, con el sacrificio de Cristo, “cordero inmolado antes de la fundación del mundo”[36].

Fuera de que los textos bíblicos se prestan a diferentes interpretaciones, como queda documentado en la nota, habría que calibrar también las diferencias: politeísmo y cierto panteísmo (“Purusha es todo eso, pero ha sido y será todo lo que será”).

Además, el sacrificio de Cristo, no sólo fue previsto por Dios con anterioridad a los siglos, sino que también fue llevado a cabo en el seno de la historia. De esto último nada se dice en el Rig Veda.

Continúa Vempeny comparando pasajes de los libros sagrados de la India con escritos, sobre todo sapienciales de la Biblia cristiana. Al respecto se sostuvo más arriba que no hay inconveniente en admitir reflejos de la luz divina en tales pensamientos. Pero de ahí a postular que también fueron escritos por influjo del muy específico carisma de la “inspiración”, no parece que sea límpida la conclusión.

Después, también correctamente, menciona las “piedras de escándalo en el AT”[37] y las dificultades que causaban a un hombre como Gandhi, que, sin embargo, admiraba al NT.

Explica con buen sentido que “viviendo, como nosotros lo hacemos, en la «Tradición bíblica», los cristianos naturalmente tomamos por garantidas muchas de la enseñanzas inaceptables del AT, sin serios cuestionamientos. Sabemos que semejantes doctrinas o actitudes han de ser comprendidas en el contexto de la situación histórica particular de Israel y que eso es parte de la pedagogía divina, que respeta la naturaleza humana, para revelar sus verdades progresivamente en una manera digerible para Su pueblo”[38]. Enseguida añade: “Pero los No – Cristianos no toman por garantidas tales doctrinas que son incompatibles con la conciencia religiosa del «hombre moderno»”[39].

Es innegable esta dificultad. Pero me temo que no haya otro camino para superarla, fuera del que propone la Tradición de Iglesia[40], basada a su vez, en la indicación de Jesús:”Moisés lo permitió por la dureza de vuestro corazón” (Mt 19, 8). Si tal argumento no convence a leales No – Cristianos, habrá que implorar que el Espíritu Santo les ilumine el corazón. Pero esta dura realidad no rebaja en nada la calidad de inspirados de los libros que trazan un camino ascensional en doctrina y costumbres desde el AT al NT. La inspiración asegura la “verdad y santidad” de la Biblia, pero en tensión, en una fatigosa “historia salutis”, no al modo de un meteoro exclusivamente divino caído del cielo. Por lo tanto, también aquí, no es menos inspirado el duro relato de Abraham polígamo, expulsando a Agar y su hijo pequeño, que el de la Transfiguración.


C ) El apoyo pedido a K. Rahner

Finalmente, buscando una nueva versión de las “analogías de la inspiración”, para cobijar en ellas la “inspiración” de las escrituras sacras de religiones distintas a la judeocristiana, acude Vempeny a la teoría con que Rahner explica la teología de la inspiración de la Sgda. Escritura.

“Algunos estudiosos modernos – escribe -, incluyendo a Karl Rahner, explican la inspiración de las escrituras no sólo en términos de influencia de Dios en los autores individuales, sino más bien en términos de la acción creadora de Dios, que hace nacer a la comunidad de la Iglesia. Según Rahner, «al crear con su voluntad absoluta a la Iglesia Apostólica y sus elementos constitutivos, Dios quiere y crea las escrituras de tal manera que EL llega a ser su originador inspirante, su autor. La autoría activa inspiradora de Dios es un elemento intrínseco de la formación de la Iglesia primitiva... La inspiración de las Escrituras es simplemente la causalidad de Dios respecto a la Iglesia, en cuanto se refiere a aquel elemento constitutivo de la Iglesia Apostólica que es la Biblia»”[41].

Siguiendo su reflexión, argumenta: “Esta teoría de Rahner explica la inspiración de los libros del NT. Si se puede mostrar que la religión del AT ha sido fundada por Dios a través de sus intervenciones históricas y que esta religión está ontológicamente relacionada con la Iglesia, de tal manera que ella puede reconocer sus comienzos en la religión del AT, nosotros podemos extender (al AT) los argumentos usados para la inspiración de los libros del NT (inspirados porque son elementos constitutivos de la Iglesia querida por Dios). Es decir, las escrituras de la religión del AT, que son componentes constitutivos de esta religión autorizada por Dios, son causados, tiene la autoría y así son inspirados por Dios en la misma y verdadera causalidad en que causa y es autor de esta religión .... Siguiendo la misma línea de argumentación, si se puede mostrar que las otras religiones son queridas por Dios en la historia con sus elementos constituyentes y que ellas están orientadas hacia Cristo y su Iglesia, podemos afirmar la inspiración, al menos de modo analógico para las escrituras que son elementos constitutivos de esas religiones. En otras palabras: la causalidad o autoría de Dios respecto a estas religiones puede también incluir su causalidad o autoría en lo tocante a sus libros sagrados”[42].


a - algunas precisiones

Ante todo, se ha de reiterar, que no es lo mismo “revelación” natural que “sobrenatural” y después, aún admitiendo alguna especie de genuina manifestación divina, tampoco una”revelación” va acompañada siempre y necesariamente por las gracias específicas que aseguran su expresión escrita y oral, como “Palabra de Dios”.

Así, sólo el hecho de que el AT haya sido previsto y querido por Dios como la etapa previa de la Iglesia en el NT, no comprueba todavía que sus ingredientes históricos y doctrinales hayan sido puestos por escrito bajo el don de la inspiración.

Fundamentalmente, en cuanto al “contenido” revelado, las “Odas de Salomón” coinciden del todo con las Escrituras canónicas del AT. No por eso, judíos y cristianos las aceptan como “escritos inspirados por Dios”.

Además, habría que atender a las siguientes observaciones de Y. Congar a este aspecto particular de las elucubraciones propuestas por K. Rahner[43]: “Hay una parte de verdad en la idea del P. Rahner (pp . 59 – 62), según la cual el Antiguo Testamento no está plenamente constituido como Escritura más que cuando se ha cerrado el Canon, en el momento en que Dios funda la Iglesia con una Escritura como forma de su fe. Los Padres, san Ireneo en particular, han afirmado que los Apóstoles han enseñado toda la Escritura, cuyo sentido cristológico explicaron. Pero esto concierne más bien a la inteligencia de la Escritura. El Antiguo Testamento era ya Escritura inspirada para los Apóstoles y para Jesús; lo era antes de Jesús. Hay un único pueblo de Dios; La Iglesia es este pueblo bajo la nueva y definitiva disposición, pero este pueblo comenzó antes que ella. El recibió sucesiva y progresivamente sus primeros principios constitutivos por la elección personal de Abraham, de Moisés, de David, de cada uno de los profetas”[44].

Una vez más, entonces, alcanza para aclarar la relación Antiguo – Nuevo Testamento, el orden de la “historia salutis” y la interrelación de sus contenidos revelados. Pero este hecho (de primera magnitud, quién lo duda) no es suficiente para explicar la inspiración de los libros que documentan esta conexión. También el argumento fundamental del Antiguo Testamento es transmitido por las Antiquitates Judaicae de Flavio Josefo, sin que el solo contenido (coincidente en lo fundamental con la Biblia hebrea) haya hecho pensar a nadie, que el historiador judío trabajó bajo el influjo de la inspiración divina. Por lo mismo, las correlaciones entre “preparación” y “culminación” (“reveladas” una y otra) no alcanzan para postular la “inspiración” de las anteriores aproximaciones a Cristo. Se requiere también la aceptación expresa del mismo Jesús, en cuanto a la “inspiración” de la ley y los profetas, que ya lo anunciaban.

Lo dicho ha de aplicarse “a fortiori” también a las “praeparationes evangelicae”, que puedan apreciarse en los escritos sagrados de religiones ajenas al judeocristianismo[45].

Con insistencia afirmará Vempeny, frases como ésta:”Siguiendo la misma línea de argumentación, si se puede mostrar que otras religiones son queridas por Dios en la historia con todos sus elementos constitutivos y que ellas están orientadas hacia Cristo y la Iglesia, podemos proponer la inspiración para sus escrituras, al menos de modo analógico, porque ellas son elementos constitutivos de estas religiones. En otras palabras, «la causalidad de Dios o su ser autor (authorship) de estas religiones debe también incluir su causalidad o autoría respecto a sus libros sagrados[46].

También se nos permitirá reiterar, que precisamente “esta causalidad” no es suficiente para hacer de Dios “autor de un libro”. A lo más se parece al “manager” de la empresa que lo produce, por medio de sus escritores individuales.

Por fin, redondea y enfatiza su postura en los siguientes razonamientos: “Muchos de los dichos de sabiduría en la Escrituras No – bíblicas son paralelos a los dichos bíblicos y muchos de los proverbios sapienciales bíblicos que son tomados de religiones de Egipto o del Medio Oriente, no pueden ser explicados, diciendo que el contexto bíblico cambia el texto. Dichos sapienciales, salmos, preceptos legales, etc. son de tal especie que su cambio de contexto no afecta radicalmente a los textos. Si esto es así, no podemos decir que estos dichos son causados o tienen a Dios por autor sólo cuando están en la Biblia y en cuanto están en las Escrituras No – bíblicas son seculares y sabiduría humana. Esto iría contra la enseñanza del NT de Dios como amor y su designio universal de salvación”[47].

Pareciera que se extrajera una conclusión más allá de lo que permiten las premisas, porque la voluntad universal de salvación no incluye necesariamente en su concepto el uso de escrituras inspiradas. También se ejerció en la misma India, cuando por siglos, vivió sólo de tradiciones orales. Ella sigue siendo eficaz, aún cuando ya están concluidas las Escrituras y cerrado su Canon, en gentes que, todavía hoy en día ignoran su existencia inculpadamente. Es suficiente para guiar ese nivel de salvación la calidad de ”revelación” en el orden natural[48].


B – Reacciones al tema en el Congreso “Scrittura ispirata”

Como conclusión a las diferencias ponencias, entre las que se incluyó la de Wempeny, que acabamos de comentar, siguieron debates por grupos, que no vieron con buenos ojos el intento de extender la categoría de “inspiración” a libros sagrados de otras religiones.

Se observó que el término “inspiración” no puede ser tan elástico, que indique sólo los resultados de “elevación espiritual”, que puede causar una determinada obra en sus lectores[49].

Así, muchos apuntaron a “la dualidad entre libros inspirados que muchos encuentran como una fuente de guía y estímulo para sus vidas (con referencia a obras no bíblicas) y libros inspirados de la Escritura (judeocristiana), donde la gente encuentra muy poco incentivo, como cuando leen el libro de los Números u otros similares[50].

Entonces, se ha de advertir una vez más cómo, en el concepto cristiano de la ”inspiración divina” bíblica, el criterio para dar con ella no reside en los “efectos saludables”, que pueda sugerir.

Más adelante en la discusión, uno de los miembros del mismo grupo (de habla inglesa) advirtió que “de hecho extender el término inspiración a muchas otras obras que tocan el corazón, no es muy útil. Deberíamos disciplinarnos a nosotros mismos, usando otro término en lugar de inspiración, que posee una calificación teológica precisa”[51].

Finalmente, habiéndose realizado este congreso en el 2001, llama la atención que ninguno de los expositores haya tenido en cuenta el Documento del año anterior, al que nos venimos refiriendo, la Declaración Dominus Jesus, que ya había iluminado el tema, saliendo al encuentro de esa valoración desmedida de los escritos sagrados diferentes de la Biblia. En efecto, reiterando lo ya citado casi al principio y a modo de “inclusio”, puntualizaba de esta forma: “Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias a los cuales multitud de personas, a través de los siglos, han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar sus r relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los modos de actuar como los preceptos y las doctrinas de otras religiones, el Concilio Vaticano II – como se ha recordado antes – afirma que «por más que discrepen en mucho de lo que ella (la Iglesia) profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.

La tradición de la iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu santo”[52].



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[1] El principal conjunto de estudios con esta orientación ha sido producido por un seminario sobre la Inspiración en las Escrituras no – bíblicas tenido en Bangalore en 1974, publicado bajo la dirección de D. S. Amalorpavadass , Research Seminar on
Non – Biblical Scriptures , Bangalore, NBCLC, 1974. En la “Declaración final” afirman: si el Espíritu de Dios está iluminando a estas religiones, es también “la actividad del Espíritu Santo la que hace que estos textos reflejen la experiencia de estas comunidades y, por lo tanto, los vuelva textos autoritativos para estas mismas comunidades”. Si se evitó el uso del término “inspiración”, fue no menos explícitamente reconocida la presencia del Espíritu Santo en la formación de tales textos sagrados, como un aspecto de la divina Providencia en relación a aquellos pueblos y para su crecimiento espiritual. Ninguna declaración cristiana como ésta de Bangalore se había atrevido a tanto.
En tiempos más recientes, como se indicará, ya se da el paso, explicitando el carácter de “inspirada” para la literatura sacra de dichas religiones.
[2] Paolo Scarapone, “Saluto”, en: Scrittura Ispirata – Atti del Simposio internazionale sull’ ispirazione promosso dall’Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” , a cura di A. Izquierdo, Cittá del Vaticano “ (2002) 10.
Hay una contribución específica sobre este asunto: Ishahand Vempeny, S. J., “Non –Biblical Scriptures”, ibid. , 211 – 232. Más adelante nos referiremos expresamente a ella.
[3] El autor fue miembro de la Pontificia Comisión Bíblica desde 1990 hasta 2001.
[4] R. J. Raja, “La Biblia y los Libros Sagrados de las religiones no – cristianas” en: Actualidad Pastoral, XXIX (1996) 140 – 144.
[5] S. Justino , Apología I, XLVI, 2 – 4; II Apología X, 1 – 8; XIII, 5 – 6.
[6] Cuya aceptación en el ámbito de la teología de la inspiración se debió en gran parte a los estudios de L. Alonso Schökel (La Palabra Inspirada – La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje , Barcelona –1996 -: hay ediciones posteriores mejoradas). Al respecto recuerda A. M. Artola: ”es de justicia señalar como principal representante y pionero del mismo (el fenómeno reciente de considerar a la Biblia como obra literaria) al P. Luis Alonso Schökel...En aquella ocasión (XVI SemanaBíblica Española – 1956 -) ofreció una especie de manifiesto programático para renovar la teología de la inspiración bíblica desde la literatura y las ciencias del lenguaje” (“Los nuevos métodos de exégesis y la comprensión de la Inspiración bíblica” en: Scrittura Ispirata,134).
[7] L. Alonso Schökel, La Palabra Inspirada, 176. Con todo, y salvada la reverencia y enorme distancia con mi venerado maestro de otrora en el “Biblicum”, la descripción de Alonso Schökel parece descalificar la tarea del “redactor final”. Esta no fue tenida en cuenta por los fautores de la “Formgeschichtliche Schule”, que consideraron a los evangelistas como meros “compiladores” o “coleccionistas” de tradiciones que ya andaban en circulación.
En una sucesiva oleada de análisis, los patrocinadores de la “Redaktionsgeschichte”, dieron su merecido relieve, en cuanto “autores” y “teólogos”, a Mateo, Marcos y Lucas, que recogieron los temas de la predicación oral en la primitiva Iglesia, imprimiéndoles, no menos, su sello personal. En consecuencia, el trabajo de redactor final es también por demás delicado y creativo. A ello se referirán las consideraciones de P. Grech, que pronto vamos a aportar. Ver: R. Latourelle, A Jesús el Cristo por los Evangelios, Salamanca (1982) 90; 149; 188. Pensamos que Alonso Schökel vislumbra esta importancia del “toque final”, cuando distingue la “etapa profana y neutra, no israelita”, de la definitiva incorporación, llevada a cabo por la fe del pueblo elegido y alguno de sus profetas o escritores inspirados, respecto a materiales de origen diverso a su propia tradición y revelación.
[8] Ibid.
[9] Que también fueron fruto del trabajo de autores, sólo que recogido más tarde por el recopilador bíblico.
[10] Explicitaríamos por nuestra cuenta: “que Dios quiere y contribuye a componer como autor principal, para que acompañen...”. Como intentaremos demostrar, no basta que Dios ”quiera” la Escritura, para ser considerado como su “autor”.
[11] P. Grech, “«Quid est veritas?» - Rivelazione e Ispirazione: nuove prospettive” en: Scrittura Ispirata, 307
[12] A. M. Artola, aporta otra comparación esclarecedora: “Esta incorporación es análoga a la nutrición, mediante la cual un organismo vivo asimila el material extraño a la propia sustancia. En el crecimiento de la tradición inspirada de Israel, todos los materiales extraños quedan sometidos a un proceso de consagración de la palabra igual al de la primer palabra inspirada... Por eso, todo personaje del pueblo de Dios que intervino con alguna aportación al resultado final de la Escritura inspirada puede ser tenido como un carismático colaborador del Espíritu Santo en la producción de la Biblia” (“El dogma de la inspiración” en: A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Introducción al estudio de la Biblia – 2. Biblia y Palabra de Dios, Estella – 1989 – 193).
En lo que se refiere a textos de origen extrabíblico insertos en las Escrituras judeocristianas, el mismo Artola explica la inspiración de los mismos por medio de la “apropiación”, que de ellos hace un autor inspirado, sin necesidad de postular una inspiración antecedente también para las fuentes paganas. “La teoría de la apropiación vale también para la inspiración por aprobación. Evidentemente, no se trata de la aprobación subsiguiente de la Iglesia, condenada por el Vaticano I, sino de la posibilidad de sacralizar un texto por vía de aprobación, llevada a cabo por un carismático de la palabra (profeta o apóstol) en el período constitutivo de la revelación. En tales condiciones y si por aprobación se entiende un fenómeno igual al de la apropiación literaria, tal inspiración no parece absolutamente imposible, ya que se integraría en la corriente de la tradición inspirada” (ibid. , 195).
[13] Ver: G. Perrella, Introduzione generale alla Sacra Bibbia , Torino – Roma (1958), 99.
[14] Como tampoco lo son los evangelistas respecto a las tradiciones, orales o escritas, que los precedieron, sino que tuvieron sus propias intuiciones de autores personales, según ya se adelantó.
[15] R. J. Raja, “La Biblia y los Libros sagrados...”, 141.
[16] L. H. Rivas, “La inspiración de los libros no – bíblicos” en: Actualidad pastoral, XXXIX (1996) 283.
[17] L. H. Rivas, ibid. , 283 (citando a: V. Manucci, Bibbia come Parola di Dio – Introduzione generale alla Sacra Scrittura , Brescia – 1981 – 185).
[18] De igual forma, pero en sentido contrario, las revelaciones de la Venerable María Agreda, franciscana, favorecen siempre la doctrina de Escoto. Ver: A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana , Madrid (1955) 823.
[19] Agregamos al texto que venimos citando: no por “la verdad” contenida en Las Confesiones de S. Agustín o en las Summae y demás escritos de Sto. Tomás, se puede decir que obras tan insignes sean “inspiradas” por el Espíritu Santo. Recuérdese, a propósito el elogio sin par de Juan XXII, en su discurso previo a la canonización del mismo Sto. Tomás, cuando proclamó sobre sus escritos: “Tot miracula quot articuli” (= cada artículo es un verdadero milagro. Ver: S. Ramírez y V. Rodríguez, Introducción a Tomás de Aquino – Biografía. Obras. Autoridad doctrinal , Madrid – 1975 – 187). Y bien, no por esos elogios papales tan subidos, se considera a la maravillosa doctrina del Sto. Doctor, sobre Dios y sus misterios, como “Palabra de Dios”. Más aún, ni siquiera las declaraciones de un Papa o de un Concilio Ecuménico, proponiendo infaliblemente un dogma de fe, han de ser tenidas como “Palabra de Dios”. Están “asistidas” por el Espíritu Santo, para preservarlas de error, pero no son “inspiradas”, como los hagiógrafos de la Sagrada Escritura.
[20] Añadamos esta observación: “Lo verdadero”, consignado bajo el carisma de la “inspiración” en las Escrituras judeocristianas, no se encuentra únicamente en “grandes principios de salvación eterna”, sino que también se extiende “analógicamente” a menudencias. Por ejemplo es “inspirado” por el Espíritu Santo que “después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí” (Mc 6, 53).
[21] Revue Thomiste, “Tout récapituler…” 624 – 626, citando finalmente a Juan Pablo II°, Discurso a los fieles durante la audiencia general del 5 de junio de 1985 en: Le Dialogue interreligieux dans l’enseignement officiel de l’Eglise catholique (1963 – 1997), Solesmes (1998) 317.
J. Dupuis encara este tema en: “Palabra de Dios y libros sagrados” de su obra: Hacia una teología..., 362 – 368. Allí se evocan las doctrinas de D. S. Amalorpavadass, M. Amaladoss y otros.
[22] M. Dhavamony, “Induismo. La posizione della liturgia cristiana nel confronto dei testi sacri indú” en: Concilium 2 (1976) 30 – 31 (citado por V. Manucci, ibid. , 181).
[23] B. Forte, “La Parola di Dio...”, 115, citando hacia el final: Comisión Teológica Internacional, Il cristianesimo e le religioni (1996), N° 92; en: Il Regno Documenti , 42 (1997) 86.
[24] Ibid. , 120.
[25] Interrumpimos el texto, llamando la atención sobre el palmario ejemplo de la conversión de S. Agustín. Sus primeros pasos hacia Dios no fueron debidos a influjos cristianos, sino al “Hortensius” de Cicerón, un autor pagano (Confessionum, Lib III, 4, 7). Sin duda que las doctrinas de Cicerón recibieron algunos de esos “destellos de la verdad divina”, pero no eran “inspiradas” al igual los libros bíblicos.
[26] Dominus Jesus , 8.
Últimamente M. Fuss ha presentado una tesis doctoral en la Pontificia Universitá Gregoriana, publicada bajo el título: Buddhavacana and Dei Verbum.
A Phenomenological and Theological Comparison of Scriptural Inspiration in the Saddharmapundarika Sutra and in the Christian Tradition, Leiden (1991).
Según el resumen presentado por J. M. Sánchez Caro (“Inspiración de la Biblia y de los escritos sagrados no cristianos: M. Fuss”, parte final de su artículo: “La Biblia, libro sagrado. Teología de la inspiración en los últimos diez años” en: Salmanticensis , XLVIII – 2001 - 117 – 119), no difiere mucho de los argumentos hasta ahora tratados (especialmente en el punto “C” en la evaluación de Raja) y del autor que reservamos para concluir, a favor de la inspiración de libros extrabíblicos.
Sánchez Caro concluye: “El estudio es sugerente y de interés, aunque el concepto de inspiración bíblica que se usa no aclara siempre si se trata de inspiración de la palabra hablada o de la palabra escrita, incluso, a veces da la sensación de que la inspiración no es más que una forma concreta de revelación. El esfuerzo es sin embargo lleno de interés y presenta un camino apasionante, si bien requiere un diálogo serio y real con las grandes religiones que aceptan una escritura sagrada y, naturalmente, un profundo conocimiento de estas últimas” (ibid. , 119. Acto seguido cita a la Dominus Jesus 8, como lo hemos hecho en nuestra exposición).
[27] Ver supra, n. 42.
[28] I. Vempeny, Inspiration in the Non – Biblical Scriptures , Bangalore (1973)
[29] En: Scrittura Ispirata, 211 – 232.
[30] I. Vempeny, ibid. , 212.
[31] I. Vempeny, ibid. , 215.
Savio Hon Tai – Fai, establece muy fructuosas comparaciones entre los clásicos confucianistas y la revelación contenida en la Biblia. Pero, con mayor modestia y armonía con los términos consagrados ya en teología, advierte: “Tendría que quedar bien claro, como lo puntualiza DI (Dominus Iesus), que la Biblia goza del privilegio de ser inspirada por Dios, mientras que los clásicos confucianistas no. De todos modos, teóricamente ambos, la Biblia y los clásicos confucianistas han venido en último término de parte de Dios, cada uno a su manera. De hecho hay gran parte de consonancia entre ambos en lo tocante a las verdades sobre la vida” (“Christological affirmations of «Dominus Iesus» and Inter – religious dialogue – Dialogue with Confucian Classics from Christian Perspective” en: PATH – Pontifical Academia Theologica , I – 2002 – 325).
[32] Se nos escapa la razón por la cual Vempeny considera como “no muy felices” a estas categorías teológicas. Parece, en primer lugar, que habría que distinguir, porque no gozan de igual arraigo en la tradición el “bautismo de deseo” y “la Iglesia desde Abel”, que “los cristianos anónimos” de K. Rahner. Los primeros conceptos están universalmente admitidos. En cambio la teoría de Rahner ha sido y es muy discutida (Ver: H. De Lubac, “Las religiones humanas según los Padres” en su obra: Paradoja y Misterio de la Iglesia, Salamanca – 1967 – 154 – 161.U. von Baltasar, Seriedad con las Cosas, Salamanca – 1968 – 89 – 90. C. Ferraro, “Compatibilidad de ateísmo categorial y fe salvífica” en su obra: El naufragio del Progresismo – Reflexiones sobre el pensamiento de Karl Rahner, Arequipa – 1999 – 46 – 54. J. A. Sayés, “Teoría de los cristianos anónimos de K. Rahner” , en su obra: La Iglesia de Cristo – Curso de Eclesiología, Madrid – 1999 – 488 – 498. El mismo: “Rahner y los cristianos anónimos” en su obra: Cristianismo y Religiones – La salvación fuera de la Iglesia, Madrid – 2001 – 207 – 214. R. Latourelle, “Revelación” en: R. Latourelle - dir. – Diccionario de teología fundamental, Madrid – 2000 – 1279 – 1280. Según P. Burke, también M. Kehl “da una valoración crítica de la teoría de Rahner” (Reinterpreting Rahner – A critical Study of His Major Themes, New York – 2002 – 174, n.46; citando a Kehl: Die Kirche als Institution: Zur theologischen Begründung des institutionellen Charakters der Kirche in der neuen deutschsprachigen katholischen Ekklesiologie, Frankfurt – 1975 – 189 – 190. Burke no deja de apuntar inconsistencias en estos puntos de vista de Rahner, en ibid. , 170, n. 67; 185, n. 82.
[33] El mismo Vempeny, en el párrafo que inmediatamente citaremos, dará cuenta de que el carácter “inspirador” de un escrito, no alcanza para suponerlo como causado por el carisma específico de la “inspiración bíblica”. Se impondrían, pues, unos “praenotanda o declaratio terminorum”, porque la palabra “inspiración” se presta a equívocos, si no se la define en su precisión usual en teología. Es verdad que entre los Padres y medievales, “al igual que revelatio también inspiratio a veces es atribuida a actividades que nosotros clasificaríamos en el orden natural o profano, el de la razón, de los emperadores y reyes... El hecho es que Sto. Tomás (I – II, q. 109, a. 1, ad 1) y, en cuanto al fondo S. Alberto (I Sent. , d. 2, 5)...experimentan la necesidad de puntualizar esta auctoritas (“Omne verum, a quocumque dicitur, a Spiritu Sancto est “ – atribuida a S. Ambrosio, aunque propiamente sea del Ambrtosiaster - ), cosa que atestigua, seguramente, en ellos, una nueva sensibilidad en cuanto a la distinción de natural y sobrenatural, aunque esto no los retraiga de citar (dicha “auctoritas”) y admitirla” (Y. Congar, La Tradition et les Traditions, Paris – 1960 – I, 160).
Hablamos de un poeta u orador “inspirado”, de los elevados sentimientos que “inspiran” los “Fioretti” de S. Francisco. Pero no es posible atribuir ese sentido, mucho más amplio, de “inspiración” a los libros canónicos.
[34] I. Vempeny, ibid. , 218.
[35] “Guíame desde la no - verdad a la Verdad; guíame desde la oscuridad a la luz; guíame de la muerte a la inmortalidad” (Brahadaranyaka Upanishad, 1: 3: 28). El autor se pregunta: “¿Qué cristiano, al leer este verso no piensa en lo que Cristo dijo de sí mismo como la Verdad (Jn 14, 6; cf Jn 18, 37) como luz del mundo (Jn 9,5)?” (ibid. , 218).
Francamente, parece que las analogías son muy remotas. Porque, como el mismo Vempeny anota, Jesús identifica con su propia persona esos valores supremos, a los que aspira todo hombre. Nada de eso (que es lo propiamente “revelador” del Evangelio) se percibe en el verso citado.
[36] Vempeny, ibid. , 219. Conecta el autor con Apoc 13, 8. Pero, se sabe que el texto griego se presta a dos posibles traducciones: 1ª. “Aquellos cuyos nombres han sido escritos desde el principio del mundo en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado”. 2ª. “Aquellos cuyos nombres estaban escritos en el libro de la vida del Cordero, que fue inmolado desde el principio del mundo”. Se suele escoger la primera por su afinidad con Apoc 17, 8: “(Irán a la perdición) los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo”.
Más cercano a esta idea (“cordero degollado desde la fundación del mundo”) es I Pedro 1, 19 – 20 : ”(Habéis sido rescatados) por la sangre preciosa, como de un cordero sin defecto y sin tacha, la de Cristo, predestinado antes de la fundación del mundo”.
En este caso, la antelación a la creación del mundo no se refiere a que Cristo haya sido sacrificado ya con anterioridad a la creación, sino a la “previsión” del hecho desde toda la eternidad (Ver: C. Spicq, San Pietro – La Prima Lettera , Roma – 1971 – 95 – 97; Bo Reicke, The Epistles of James, Peter and Jude , New York – 1964 – 86; N. Brox, La Primera Carta de Pedro , Salamanca – 1994 - 115).
[37] Según el título de un libro útil para iluminar estos pasajes difíciles: A. Bierbaum, Piedras de Escándalo en el Antiguo Testamento, Buenos Aires (1945). Ver también: J. García Trapiello, El problema moral en el Antiguo Testamento , Barcelona (1977).
[38] I. Vempeny, ibid. , 224.
[39] Ibid.
[40] La reflexión sobre la “Synkatábasis” o condescendencia divina, comprensible aún con analogías observables en todo proceso de educación.
[41] I. Vempeny, ibid. , 225 – 226, citando a K. Rahner, Inspiration in the Bible , New York (1963) 50.
[42] Ibid. , 226 y 227.
[43] P. Benoit, reseñando este ensayo de Rahner, se queja: “Es lamentable que la expresión de su pensamiento sea laboriosa y difícil, sobre todo para un lector no alemán” (en: Revue Biblique, LXVII – 1960 – 278).Pero... se ve que hasta para un teólogo alemán el abordaje de Rahner implica un arduo trabajo, ya que, refiriéndose a este mismo estudio, expresa J. Beumer: “El mismo (Rahner) sintetiza así su difícil raciocinio” (La Inspiración de la Sagrada Escritura, de la colección: Historia de los Dogmas , Madrid – 1973 – 70. Cursiva nuestra).
[44] Y. Congar, “Inspiration des Écritures canoniques et Apostolicité de l’Église, en su obra: Sainte Église – Études et approches ecclésiologiques, Paris – 1963 – 195.
[45] Es extraño que Vempeny no aduzca otro texto del estudio de Rahner, que se acerca expresamente (si bien no lo afirma categóricamente) a esa extensión de la inspiración divina a otros libros sagrados extraños a la tradición bíblica. Puede que lo haya utilizado en su tesis doctoral, que desconocemos. Pero, habría sido una corroboración de sus puntos de vista, que lo hubiera referido también en su exposición de síntesis.
En efecto, escribía Rahner: “Tal vez, partiendo de esta tesis (su explicación “nueva” de Dios – autor de la Escritura) se podría ganar una actitud más imparcial ante lo que se observa en la historia de las religiones, al hecho que las elevadas religiones culturales fuera del cristianismo tienen sus libros santos. No da la impresión de que nuestras obras teológicas acerca de la inspiración reflexionen sobre este dato, suficiente, seria e imparcialmente. Sin embargo, no se debería temer la consideración de esta homología...
Semejante libro (sagrado de estas religiones) es así una analogía u homología que ha de ser esperada a priori en las religiones, que presuponen cierta cultura y que se conciben a sí mismas como reveladas históricamente. Si junto con ello se supone, además, que el Cristianismo es la verdadera obra de Dios viviente en la historia en un sentido único (en verdad, se ha de hacer esta suposición quicial frente a toda nivelación histórico – religiosa y relativización de la historia de las religiones), después se sigue por sí mismo todo lo demás, y las homologías no – cristianas para con la Sagrada Escritura caen fuera de sospecha. La representación de un Dios autor de libros pierde el sabor de un ingenuo antropomorfismo” (Über die Schriftinspiration , Freiburg im Breisgau – 1958 – 85).
No otorga Rahner explícitamente el estatuto de “inspiradas” a las escrituras sacras de otras religiones, pero parece que lo deja entender suficientemente, muy a tono con su teoría de los “cristianos anónimos” y su intento de transformar el sentido de la palabra “autor”, aplicada a Dios, causa principal de la inspiración escriturística. Porque para él, Dios no puede ser “autor” en el mismo sentido en que lo es el escritor humano. Así, llega a decir que “Dios no escribió carta alguna a Filemón” (Über die Schrift..., 85).
Dios sería autor en cuanto “quiere” las Escrituras como un elemento constitutivo de la Iglesia, punto final de su plan salvífico. Sin bajar a considerar las explicaciones teológicas de Padres y teólogos (muy especialmente Sto. Tomás), desechándolas más bien, sobre Dios autor principal y el hagiógrafo escritor instrumental (distinción más que suficiente, para poner de relieve los dos niveles de una misma “colaboración literaria”, única en su género), ve la autoría divina (Urheberschaft), sólo en el plan predefinido de la fundación de la Iglesia y los ingredientes que la constituyen, entre los cuales descuella la Escritura inspirada.
Al respecto, es muy atinada la observación al respecto de M. Tuyá y J. Salguero: “Es tan ajena su hipótesis al concepto que se tiene de verdadero «autor» de un libro, que difícilmente puede admitirse, ni como apreciación de simple noción universal. Así, nadie tiene por verdadero autor de un libro al mecenas que funda y financia una sociedad de escritores. El autor de los libros es, en este caso, el que los escribe, no el mecenas que le crea una situación económica que le permite escribirlos”(Introducción a la Biblia – Inspiración bíblica. Canon. Texto. Versiones, Madrid – 1967 – 158).
El mismo L. Alonso Schökel (que trata de salvar a Rahner en otros aspectos. Ver: La Palabra Inspirada, 189), haciendo un meticuloso recorrido por las expresiones de la tradición, sobre este particular, observa: ”La fórmula canónica locutus y numerosas afirmaciones de los padres en este sentido parecen favorecer el sentido de autor literario” (ibid. , 72). Después de un muestrario de citas patrísticas, vuelve a afirmar: “Todas estas expresiones , que se podrían multiplicar sin esfuerzo, parecen favorecer una concepción de Dios como autor literario, no sólo como origen. Concluyamos con una sentencia de Isidoro que sintetiza los dos elementos: «Estos son los escritores de los libros sagrados...Pero el autor de las mismas Escrituras profesamos que es el Espíritu Santo. Pues El mismo escribió cuando dictó para que escribieran sus profetas» (PL, 83, 750). Aplicando al Espíritu Santo la palabra autor en su sentido literario, nos movemos en el terreno de las analogías lo cual incluye el límite. Es un autor especial, que escribe por medio de otros, que son verdaderos autores” (ibid. , 73 – 74).
La analogía, entonces, en la propuesta de Rahner, no iría, de Dios autor de la Biblia al influjo divino en otras posibles revelaciones fuera del judeocristianismo, sino al revés: de la inspiración de movimientos religiosos que se dan por todas partes y a lo largo de la historia (entre los cuales se incluyen también los libros judeocristianos), a la conceptualización de la ”inspiración” en la Biblia. Se diluye así, para Dios, la noción de autor literario (“analógico” pero no menos real), en el de “origen o fuente” de un pensamiento elevado religiosamente. Repasar la frase conclusiva de Rahner: “La representación de un Dios autor de libros pierde el sabor de un ingenuo antropomorfismo”, cosa que resultaba de la comparación de Dios actuando en los hagiógrafos y en los escritos de otras religiones. Si Dios no fue en ellas un “antropomórfico compositor literario” de los Vedas o el Corán, el hecho ayudaría a “purificar” la idea de “Dios- autor” en la tradicional teología católica de la “inspiración”. Su influjo divino no bajaría a tales detalles, sino que influiría con su “voluntad predefinitoria”, al “querer” la Iglesia y sus constitutivos esenciales, entre los cuales la ”Escritura”.
Rahner dejó asentado que el Cristianismo descuella por encima de las demás creencias, sin dar pie a ninguna clase de relativismo. Pero, esto se refiere a la revelación culminada en Cristo. En cuanto a los procesos de revelación imperfecta, creemos que no se puede diferenciar mucho, según Rahner, la actuación divina en el Antiguo Testamento y en el hinduismo o cualquier otra religión.
[46] Wempeny, ibid. , 227. Repetirá idénticas tesis en la p. 228.
[47] Wempeny, ibid. , 231.
[48] Además, no se olvide, todo lo dicho sobre la decisiva coloratura de ”autor”, que otorga al redactor final, su intuición y juicio acerca de la ensambladura completa, con que escoge textos de diversa índole, para incluirlos en la obra que él está llevando a cabo, movido por el influjo superior del Espíritu Santo.
[49] Scrittura ispirata, 289.
[50] Ibid. , 288.
[51] Ibid. , 289.
[52] Dominus Jesus, 8.



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