Carlos Félix Gauna
Andando por anchas soledades de La Pampa Argentina, Martín Fierro divisó en un claro del monte de jarillas, muy quieto y pensativo al viejo Sócrates.
Fierro, desmontando del moro, se acercó respetuoso diciendo:
-¡Buenos días, amigo! ¿Qué lo trae por el pago?- y le tendió la mano.
El griego lo miró un tanto y tendió también la mano.
Mientras la estrechaba, Fierro echó un poco atrás el sombrero.
-Estaba pensando en las últimas noticias -dijo Sócrates y añadió- las de San Rafael.
-¿Y qué le parecen? - preguntó el gaucho.
-No entiendo - le respondió el griego.
-¿Qué cosa no entiende? - volvió a preguntar Fierro.
-Ah! Amigo -exclamó Fierro- a usted lo condenaron por las mentiras y testimonios falsos de sus acusadores, ¿no fue así?
-Así fue - dijo el griego.
-Bueno, escuche -dijo seriamente Martín Fierro- ¿Usted cree que los que lo acusaron eran más deshonestos que los obispos argentinos?
-Pregunta importante -reflexionó Sócrates.
-Le aseguro, amigo -dijo Martín Fierro- que no; que estos obispos aventajan mucho a sus acusadores, porque a Usted -y aquí Martín Fierro se sacó el sombrero- a usted, amigo, lo hicieron mártir. Yo he visto en el monasterio del Monte Athos, allá en Grecia, su imagen. Allí lo veneran como San Sócrates y yo afirmo que es así.
Pero estos obispos enseñan erróneamente la doctrina empujando a los fieles al infierno, que si no fuera porque los argentinos son devotos de la Virgen Santísima -y aquí ambos se santiguaron- irían por carradas a sufrir eternamente -dijo el gaucho.
-Estos obispos malandras aman el poder -prosiguió el gaucho- y el dinero y tratan de hacer comunistas a las gentes, condenan sin juicio y con pruebas falsas. Obedecieron rápido y cobardemente a un gobierno totalitario, ateo, sediento de sangre, asesino de niños por nacer.
Obedecieron rápidamente clausurando iglesias, suspendiendo Misas, dejando de lado a Cristo y entronizando a un virus, que ni siquiera los que dicen que existe, lo conocen.
Esos son los obispos de Argentina. Entonces, hay que tenerlo en cuenta, mi amigo Sócrates; Usted no los conocía porque no había andado por estos pagos, todavía, pero ahora es importante que atienda a lo que le dije, que lo comprenda y que lo sepa.
De pronto se miraron deslumbrados, los dos, porque Fierro vio al lado de Sócrates un ángel resplandeciente que lo cubría con sus alas. Y Sócrates vio, luminoso y sonriente, al Santo Cura Brochero al lado de Martín Fierro.
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