miércoles, 26 de octubre de 2016

Fractura en la disciplina universal de la Iglesia

Con imperiosa preocupación: acusamos al Papa Francisco
The Remnant / Catholic Family News


9 de septiembre, 2016
Fiesta de san Jenaro en el mes de Nuestra Señora de los Dolores


Su Santidad:

El siguiente relato, escrito desesperadamente como miembros del laicado, es lo que llamamos una acusación de su pontificado, el cual ha sido una calamidad para la Iglesia, en igual proporción que lo que ha deslumbrado a los poderes de este mundo. El evento culminante que nos impulsó a dar este paso fue la revelación de su carta “confidencial” a los obispos de Buenos Aires autorizándolos, únicamente en base a sus propias ideas expresadas en Amoris Laetitia, a admitir a ciertos adúlteros públicos en “segundas nupcias” a los sacramentos de la confesión y la sagrada comunión sin un firme propósito de enmendar sus vidas abandonando las relaciones sexuales adúlteras.

De esta manera usted ha desafiado las propias palabras de Nuestro Señor quien condenó el divorcio seguido por nupcias posteriores como adulterio per se sin excepción, la advertencia de san Pablo sobre el castigo divino para quienes reciban indignamente el sagrado sacramento, la enseñanza de sus dos predecesores inmediatos alineados con la doctrina moral y disciplina eucarística de la Iglesia basadas en la revelación divina, el Código de Derecho Canónico y toda la tradición.

Usted ya ha provocado una fractura en la disciplina universal de la Iglesia, donde algunos obispos la mantienen a pesar de Amoris Laetitia mientras que otros, incluyendo aquellos en Buenos Aires, están anunciando un cambio basados únicamente en la autoridad de su escandalosa “exhortación apostólica”. Jamás había sucedido algo así en la historia de la Iglesia.

Y sin embargo, los miembros conservadores de la jerarquía casi sin excepción, conservan un silencio político mientras que los liberales exultan públicamente su triunfo gracias a usted. En la jerarquía, casi ninguno se opone a su imprudente desprecio de la sana doctrina y su práctica, si bien muchos murmuran en privado contra sus depredaciones. Por lo tanto, así como ocurrió durante la crisis arriana, queda en manos de los laicos defender la fe en medio de un abandono casi total del deber por parte de la jerarquía.

Si bien no somos nada en el gran esquema de las cosas, como miembros bautizados del cuerpo místico poseemos el derecho otorgado por Dios, con su consiguiente deber establecido en la ley de la Iglesia (cf. CIC can. 212), de comunicarnos con usted y nuestros hermanos católicos por la grave crisis que su gobierno ha provocado en la Iglesia dentro del estado ya crónico de crisis eclesiástica resultante del concilio Vaticano II.

Dado que las súplicas privadas han resultado totalmente inútiles, tal como relatamos debajo, publicamos este documento para aliviar nuestro cargo de conciencia frente al gran daño que usted ha causado, y amenaza con causar, sobre las almas y el bien de la Iglesia, y para exhortar a nuestros hermanos católicos a oponerse a su continuo abuso del oficio papal, particularmente en cuanto a las enseñanzas infalibles de la Iglesia sobre el adulterio y la profanación de la Sagrada Comunión.

Al decidir publicar este documento, nos guiamos por la enseñanza del Doctor Angélico sobre un caso de justicia natural dentro de la Iglesia: 

«Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos. Por eso san Pablo, siendo súbdito de san Pedro, le reprendió en público a causa del peligro inminente de escándalo en la fe. Y como dice la Glosa de san Agustín: “Pedro mismo dio a los mayores ejemplo de que, en el caso de apartarse del camino recto, no desdeñen verse corregidos hasta por los inferiores”» [Summa Theologiae, II-II, Q. 33, Art 4].

También nos guiamos por la enseñanza de san Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia, respecto a la Resistencia lícita de un romano pontífice descarriado: 

«Así como es lícito resistir al Pontífice que ataca al cuerpo, es también  lícito resistir al Papa, que ataca a las almas o que perturba el orden civil, y, a fortiori, al Papa que intenta destruir la Iglesia. Yo digo que es lícito resistirle no haciendo lo que él ordena e impidiendo la ejecución de su voluntad…» [De Controversiis sobre el Romano Pontífice, libro 2, Cap. 29].

Los católicos de todo el mundo, y no sólo los “tradicionalistas”, están convencidos que la situación imaginada por Belarmino es hoy una realidad. Esa convicción es el motivo de este documento.

Que Dios sea el juez de la rectitud de nuestras intenciones.


Christopher A. Ferrara
Columnista Jefe, The Remnant 


Michael J. Matt
Editor, The Remnant


John Vennari
Editor, Catholic Family News


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En preparación a la conmemoración de la Revuelta protestante prevista para este año, Francisco ora con el Rev. Jens-Martin Kruse en una iglesia luterana.


LIBRO DE ACUSACIÓN


Por la gracia de Dios y la ley de la Iglesia, una denuncia contra Francisco, Romano Pontífice, por el peligro a la fe y el gran daño a las almas y al bien común de la santa Iglesia Católica.


Parte I
¿Qué clase de humildad es esta?

En la noche de su elección, al hablar desde el balcón de la Basílica de San Pedro, usted declaró: “el deber del cónclave es dar un obispo a Roma”. Si bien el público frente a usted provenía de todo el mundo, como miembros de la Iglesia universal, usted sólo dio las gracias porque “la comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo”. También expresó su deseo que “este camino de Iglesia, que hoy comenzamos” resulte “fructífero para la evangelización de esta ciudad tan bella”. Pidió a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro que oren, no por el Papa, sino “por su obispo” y usted dijo que al día siguiente iría “a rezar a la Virgen para que custodie a toda Roma”.  

Sus comentarios extraños en aquella ocasión histórica comenzaron con la banal exclamación “¡Hermanos y hermanas, buenas noches!” y terminaron con una intención igualmente banal: “Buenas noches y buen descanso”. Ni una vez, durante su primer discurso, se refirió a sí mismo como Papa ni se refirió a la dignidad suprema del oficio para el cual había sido elegido: el del Vicario de Cristo, cuyo mandato divino es enseñar, gobernar y santificar la Iglesia universal y liderar su misión, la de hacer discípulos a todas las naciones.

Casi desde el momento de su elección comenzó una especial campaña interminable de relaciones públicas cuya temática fue su singular humildad frente a los demás Papas, un simple “Obispo de Roma” en contraste a las supuestas pretensiones monárquicas de sus predecesores y sus elaboradas vestimentas y zapatos rojos que usted rechazó. Usted dio indicaciones tempranas de una descentralización radical de la autoridad papal en favor de una “Iglesia sinodal” tomando el ejemplo de la visión ortodoxa del “significado de la colegialidad episcopal y su experiencia de sinodalidad”. Los exultantes medios de comunicación aclamaron inmediatamente “la revolución de Francisco”.

Sin embargo esta ostentosa demostración de humildad ha sido acompañada por un abuso de poder del oficio papal, sin precedentes en la historia de la Iglesia. Durante los últimos tres años y medio usted ha promovido incesantemente sus propias opiniones y deseos, sin el más mínimo respecto o consideración por la enseñanza de sus predecesores, las tradiciones milenarias de la Iglesia, o los enormes escándalos que usted ha causado. En incontables ocasiones, usted ha conmocionado y confundido a los fieles y ha alegrado a los enemigos de la Iglesia con afirmaciones heterodoxas incluso sin sentido, mientras apilaba insulto tras insulto sobre los católicos practicantes, a quienes ridiculiza continuamente como fariseos actuales y “rigoristas”. Su comportamiento personal se ha rebajado frecuentemente en actos y payasadas para quedar bien con el público.

Usted ha ignorado consistentemente la beneficiosa advertencia de su predecesor inmediato, quien renunció bajo circunstancias misteriosas ocho años después de haber pedido a los obispos reunidos con él al comienzo de su pontificado “rogad por mí, para que, por miedo no huya ante los lobos”. Para citar a su predecesor, en su primera homilía como Papa:

«El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad sea ley, sino el custodio de la tradición auténtica y, con ello, el primer garante de la obediencia. Él no puede hacer lo que quiera, y por eso puede también oponerse a quienes quieren hacer lo que se les ocurre. Su ley no es la arbitrariedad, sino la obediencia de la fe».


Una intromisión selectiva en la política, siempre políticamente correcto

Durante su puesto como “Obispo de Roma” usted ha mostrado escaso respeto por las limitaciones de la autoridad papal y su competencia. Se ha entrometido en asuntos políticos tales como las políticas inmigratorias, la ley penal, el medioambiente, la restauración de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba (ignorando la lucha de los católicos bajo la dictadura  de Castro) e incluso oponiéndose al movimiento independentista de Escocia. Sin embargo, se niega a oponerse a los gobiernos secularistas cuando desafían la ley divina y natural con medidas tales como la legalización de las “uniones homosexuales”, una cuestión de derecho divino y natural en la cual un Papa puede y debe intervenir.

De hecho, sus numerosas acusaciones a los males sociales —todos ellos políticamente seguros— contradicen sus propias acciones, las cuales comprometen a la Iglesia como testigo contra los diversos errores de la modernidad:

Contrario a la enseñanza inmutable de la Iglesia basada en la Revelación, usted demanda la abolición total global de la pena de muerte, sin importar la gravedad del crimen, e incluso la abolición de las sentencias de muerte, y sin embargo usted jamás ha hecho un llamamiento a la abolición del aborto legalizado, el que ha sido condenado constantemente por la Iglesia como asesinato masivo de inocentes. 

Usted declara que un simple fiel peca gravemente si no recicla los desechos de su hogar o no apaga las luces innecesarias, y al mismo tiempo usted gasta millones de dólares en eventos masivos vulgares centrados en su persona, en países a los que viaja con grandes comitivas en aeronaves alquiladas que despiden vastas cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera. 

Usted demanda fronteras abiertas en Europa para los “refugiados” musulmanes, que son predominantemente hombres en edad militar, mientras que usted vive tras los muros de la ciudad del Vaticano que excluye estrictamente a los no residentes —muros construidos por León IV para prevenir el segundo saqueo musulmán de Roma.

Usted habla incesantemente de los pobres y las “periferias” de la sociedad pero se alía con la jerarquía rica y corrupta de Alemania y con celebridades y potentados del globalismo que están a favor del aborto, la anticoncepción y la homosexualidad. 

Usted desprecia las ambiciones de ganancia de las corporaciones y “la economía que mata” mientras honra en sus audiencias privadas y recibe generosas donaciones de los tecnócratas y líderes de corporaciones más importantes del mundo, permitiéndole incluso a Porsche alquilar la Capilla Sixtina para un “concierto magnífico… organizado exclusivamente para los participantes” que pagaron  $6.000 cada uno por un tour de Roma —la primera vez que un Papa permite que este espacio sagrado se utilice para un evento corporativo. 

Usted demanda el fin de la “desigualdad” mientras abraza dictadores comunistas y socialistas que viven lujosamente mientras las masas sufren bajo sus yugos. 

Usted condena a un candidato para la presidencia norteamericana como “no cristiano” porque busca prevenir la inmigración ilegal, pero no dice nada contra los dictadores ateos a los que usted abraza, que han cometido asesinatos masivos, persiguieron a la Iglesia y encarcelaron cristianos en estados policiales. 

Al promover su opinión personal sobre la política y las políticas públicas como si fueran doctrina católica, usted no ha dudado en abusar incluso de la dignidad de una encíclica papal, usándola para respaldar declaraciones científicas debatibles e incluso demostrablemente fraudulentas respecto al “cambio climático”, “el ciclo de carbono”, “la contaminación de dióxido de carbono” y la “acidificación de los océanos”. El mismo documento demanda también que los fieles respondan a una supuesta “crisis ecológica” apoyando programas medioambientales seculares tales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, que usted ha elogiado, si bien llaman a un “acceso universal a la salud sexual y reproductiva”, refiriéndose a la anticoncepción y el aborto.


Un indiferentismo rampante

Si bien difícilmente sea un pionero respecto a las novedades post-conciliares destructivas como el “ecumenismo” y el “diálogo inter-religioso”, usted ha promovido en un grado no visto ni siquiera en los peores años de la crisis post-conciliar un indiferentismo religioso específico que prácticamente deja de lado la misión de la Iglesia como arca de salvación.

Respecto a los protestantes, usted declara que todos ellos son miembros de la misma “Iglesia de Cristo” como católicos, sin importar sus creencias, y que las diferencias doctrinales entre católicos y protestantes son, comparativamente, asuntos triviales a ser acordados entre teólogos.

Siguiendo esa opinión, usted ha desalentado la conversión de los protestantes, incluyendo el “obispo” Tony Palmer, quien pertenecía a una secta anglicana que pretende ordenar mujeres. Tal como comentó Palmer, cuando habló de “volver a casa a la Iglesia Católica” usted le dio una respuesta espantosa: “Nadie vuelve a casa. Ustedes viajan hacia nosotros y nosotros hacia ustedes, y nos encontraremos en el medio”. ¿En el medio de qué? Al poco tiempo, Palmer murió en un accidente de motocicleta. Sin embargo, por su insistencia, el hombre cuya conversión usted impidió deliberadamente fue enterrado como obispo católico —una burla, contraria a la enseñanza inmutable de su predecesor que sostiene que “las ordenaciones realizadas con el rito anglicano son nulas e inválidas” [León XIII, Apostolicae curae (1896), DZ 3315].

Respecto a las demás religiones en general, usted ha adoptado como programa virtual el mismo error condenado por el papa Pío XI tan solo 34 años antes del Vaticano II: “la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio”. Usted ha ignorado completamente la advertencia de Pío XI que dice que “cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios”. Al respecto, usted ha sugerido incluso que hasta los ateos pueden salvarse meramente haciendo el bien, provocando de esta manera el aplauso de los medios de comunicación masiva.

Pareciera que en su visión, la tesis herética de Rahner sobre el “cristiano anónimo” que abraza virtualmente a toda la humanidad suponiendo la salvación universal ha reemplazado definitivamente la enseñanza de Nuestro Señor al contrario: “Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; más, quien no creyere, será condenado” (Mc 16, 16).

Por favor, oren por el Santo Padre


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El Papa Francisco ora con el Gran Mufti Yarán


Parte II
Un absurdo lavado de la imagen del Islam

Asumiendo el rol de exégeta del Corán para liberar de culpa el culto de Mohammed y su ininterrumpida conexión histórica con la conquista y la persecución brutal de cristianos, usted declara: “Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia” [Evangelii gaudium, 253].

Usted ignora la historia de la guerra islámica contra el cristianismo, que continúa hasta el día de hoy, así como los códigos legales bárbaros del tiempo actual y la persecución de cristianos en las repúblicas islámicas, incluyendo Afganistán, Irán, Malasia, Maldivas, Mauritania, Nigeria, Pakistán, Qatar, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Emiratos Árabes y Yemen. Estos son regímenes de opresión intrínseca a la ley de la sharía, que los musulmanes consideran una orden de Alá para el mundo entero y que ellos intentan establecer donde sea que obtienen un porcentaje de población significativo. Sin embargo, para usted, ¡las repúblicas musulmanas carecen de una comprensión “auténtica” del Corán!

Usted incluso intenta minimizar el terrorismo islámico en Oriente Medio, África y el corazón mismo de Europa, osando proponer una equivalencia moral entre los fanáticos musulmanes que libran la yihad —como lo han hecho desde el surgimiento del islam— y el “fundamentalismo” imaginario de católicos practicantes que usted nunca deja de condenar e insultar públicamente. Durante una de sus palabrerías en conferencia de prensa durante un vuelo, en las que frecuentemente avergüenza a la Iglesia y socava la doctrina católica, usted pronunció esta infame opinión, típica de su absurda insistencia con que la religión fundada por el Dios encarnado y el violento culto perenne fundado por el degenerado Mohammed se encuentran en igualdad moral:

«No me gusta hablar de violencia islámica, porque todos los días cuando leo los diarios, veo violencia, aquí en Italia, alguien que mata a la novia, otro que mata a la suegra. Y estos son católicos bautizados, son católicos violentos. Si yo hablo de violencia islámica, debo hablar de violencia católica… creo que en casi todas las religiones hay un pequeño grupo fundamentalista. Nosotros lo tenemos. Cuando el fundamentalismo llega a matar, también se puede matar con la lengua —esto lo dice el apóstol Santiago— y también con el cuchillo. Creo que no es justo identificar al Islam con la violencia».

Es de no creer que un Romano Pontífice declare que unos actos de violencia aleatorios cometidos por católicos, y sus meras palabras, sean un equivalente moral de la campaña mundial de actos terroristas del islamismo radical, el asesinato masivo, la tortura, la esclavitud y la violación en nombre de Alá. Parece que usted es más rápido para defender el culto ridículo y asesino de Mohammed contra sus oponentes que a la verdadera Iglesia contra sus innumerables acusadores falsos. Quedó lejos de su pensamiento la visión inmutable de la Iglesia sobre el Islam, expresada por el papa Pío XI en su Acto de Consagración del género humano al Sagrado Corazón: “Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino”.


Un “sueño” reformador, protegido por un puño de acero

En definitiva, usted parece estar afectado por una manía reformadora que no conoce límites a su “sueño” de cómo debiera ser la Iglesia. Como declara en su manifiesto papal sin precedentes, Evangelii gaudium (nn. 27, 49):

«Sueño con una “opción misionera” capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!”» (Mc 6, 37).

Por increíble que parezca, usted profesa que las “estructuras” y “reglas” inmemoriales de la santa Iglesia Católica infligían un hambre cruel y muerte espiritual antes de que usted llegara de Buenos Aires, y que ahora usted desea cambiar literalmente todo en la Iglesia para hacerla más misericordiosa. ¿Cómo debieran ver esto los fieles, sino como una terrorífica megalomanía? Usted declara incluso que en su opinión la evangelización no debe estar limitada por miedo a la autopreservación de la Iglesia —¡como si de alguna manera ambas cosas estuvieran contrapuestas!

Su diáfano sueño de reformar todo está acompañado por un puño de acero que aplasta cualquier intento de restaurar la viña devastada durante medio siglo de reformas “imprudentes”. Según lo revelado en su manifiesto (Evangelii gaudium, 94), usted está lleno de desprecio por los católicos tradicionalistas, a quienes acusa precipitadamente de “ensimismados prometeicos neopelagianos” que se “sienten superiores a los demás porque ellos observan ciertas reglas o se mantienen intransigentemente fieles a un estilo particular de catolicismo del pasado”.

Usted ridiculiza incluso una “supuesta solidez de doctrina o disciplina” porque, en su opinión, “lleva en cambio a un elitismo narcisista y autoritario, en el que en lugar de evangelizar, se analiza y clasifica a los demás…”. Pero es usted quien clasifica constantemente y analiza a otros con una interminable sarta de términos peyorativos, caricaturas, insultos y condenaciones de los católicos practicantes a quienes considera insuficientemente receptivos al “Dios de las sorpresas” que usted presentó durante el Sínodo.

De ahí su brutal destrucción de los pujantes Frailes Franciscanos de la Inmaculada, por su “tendencia definitivamente tradicionalista”. Esto fue seguido por su decreto que establece que cualquier intento por erigir un nuevo instituto diocesano para la vida consagrada (por ejemplo, para recibir a los desplazados miembros de los Frailes) será nulo e inválido faltando previa “consulta” con la Santa Sede (es decir, un permiso de facto que puede ser y será retenido indefinidamente). Usted reduce así la inmutable autonomía de los obispos en sus propias diócesis mientras predica una nueva etapa de “colegialidad” y “sinodalidad”.

Al apuntar contra los conventos de clausura, avanzó con medidas decretadas para forzar la entrega de su autoridad local a federaciones gobernadas por burócratas eclesiales,  romper la rutina del claustro para “formarse” en el exterior, el mandato de intrusión del laicado dentro del convento para la adoración eucarística, la increíble descalificación de las mayorías electorales del convento en caso de ser “ancianos”, y el requisito universal de nueve años de “formación” antes de tomar los votos decisivos, cosa que ciertamente sofocará las nuevas vocaciones y asegurará la extinción de muchos de los claustros restantes.

¡Ayúdanos Señor!


Un incansable deseo de acomodar la inmoralidad sexual dentro de la Iglesia

Pero nada supera la arrogancia y audacia con la que ha buscado imponer sobre la Iglesia universal la misma práctica maligna que usted autorizó como arzobispo de Buenos Aires: la administración sacrílega del Sagrado Sacramento a personas viviendo en adulterio y “segundas nupcias” o que conviven sin ni siquiera haberse casado por civil.

Casi desde el momento de su elección usted ha promovido la “propuesta Kasper”rechazada repetidamente por el Vaticano en la época de Juan Pablo II. El cardenal Walter Kasper, un archi-liberal incluso para la jerarquía liberal alemana, hacía tiempo había insistido para la admisión de los divorciados “vueltos a casar” a la Sagrada Comunión en “ciertos casos” según el falso “camino penitencial” que los habilitaría para recibir el sacramento mientras continúan con las relaciones sexuales adúlteras. Kasper pertenecía al “grupo de San Galo” que hizo lobby para su elección, y luego usted premió su persistencia en el error con ayuda de la prensa que lo presentó felizmente como “el teólogo del Papa”.

Usted comenzó a preparar el camino para su destructiva innovación recurriendo a lo que solo podría llamarse un lanzamiento desenfrenado de eslóganes demagógicos. Tal como declara su manifiesto (Evangelii gaudium, 47) en noviembre de 2013: «La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores».

Este desvergonzado recurso a la emoción, parodia la digna recepción del Sagrado Sacramento en estado de gracia como “un premio para los perfectos” mientras insinúa sediciosamente que la Iglesia negó el alimento eucarístico a “los débiles” durante demasiado tiempo. De ahí su acusación igualmente demagógica de que los ministros de la Iglesia han actuado cruelmente como “controladores de la gracia y no como facilitadores” rechazando la Sagrada Comunión a “los débiles” en oposición a “los perfectos”, y que usted debe remediar esta injusticia con “valentía”.

Por supuesto, la Sagrada Comunión no es “alimento” o “medicina” para obviar el pecado mortal. Al contrario, se sabe que recibirla en ese estado es profanación que mata el alma y provoca la condenación: “De modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo (del Señor), come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 27-29).

Como sabe todo niño bien catequizado, la Confesión es la medicina por la cual el pecado mortal es remediado, mientras que la Eucaristía (asistida por el recurso regular a la Confesión) es el alimento espiritual para mantener e incrementar el estado de gracia que procede de la absolución, para que nadie caiga nuevamente en pecado mortal sino que crezca en comunión con Dios. Pero parece que el mismo concepto de pecado mortal está ausente en sus documentos formales, discursos, afirmaciones y pronunciamientos.

Sin dejar lugar a dudas sobre su plan, unos meses después, en el “consistorio extraordinario de la familia”, planeó los eventos de tal manera que el cardenal Kasper fue el único orador oficial. Durante su discurso de dos horas del 20 de febrero de 2014 —el que usted deseó se mantuviera en secreto pero fue filtrado a la prensa italiana como un “secreto” y documento “exclusivo”— Kasper presentó la demente propuesta de admitir a ciertos adúlteros públicos a la Sagrada Comunión mientras aludía directamente a su eslogan:  «Los Sacramentos no son un premio para quien se comporta bien y para una élite, excluyendo a aquellos que más los necesitan» [EG 47]. Desde entonces, usted no ha titubeado en su determinación de institucionalizar en la Iglesia el grave abuso de la Eucaristía que había permitido en Buenos Aires.

Al respecto, parece que usted tiene poco respeto por el Matrimonio Sacramental como hecho objetivo en oposición a lo que la gente siente subjetivamente sobre el estatus de las relaciones inmorales que la Iglesia jamás puede reconocer como Matrimonio. En comentarios que por sí solos desacreditarán su extraño pontificado hasta el fin de los tiempos, usted declara que “la gran mayoría de Matrimonios Católicos son nulos” mientras que algunas personas que conviven sin haberse casado pueden tener un “Matrimonio verdadero” debido a su “fidelidad”. ¿Acaso estos comentarios reflejan la situación de su hermana divorciada “vuelta a casar” y de su sobrino que convive?

Esta opinión, que un reconocido canonista llamó “absurda”, provocó una protesta por parte de los fieles del mundo entero. En un esfuerzo por minimizar el escándalo, la “transcripción oficial” del Vaticano cambió sus palabras “la gran mayoría de nuestros Matrimonios Sacramentales” por “una parte de nuestros Matrimonios Sacramentales” pero dejó intacta su aprobación de la cohabitación inmoral como “Matrimonio verdadero”.

Tampoco parece usted preocupado con el sacrilegio involucrado en la recepción del Cuerpo, Sangre y Divinidad de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía por parte de los adúlteros públicos y los que conviven. Tal como le dijo a la mujer argentina a la que dio “permiso” telefónico para comulgar mientras vive en adulterio con un hombre divorciado: «un poco de pan y vino no hacen daño». Usted jamás ha negado los dichos de esta mujer, y son consistentes con su rechazo a arrodillarse durante la consagración o frente a la exposición del Santísimo Sacramento mientras que no tiene dificultad para arrodillarse a besar los pies de los musulmanes durante su grotesca parodia del mandato tradicional del Jueves Santo, que usted abandonó. También se alinean con sus comentarios a la mujer luterana en la iglesia luterana a la que asistió un domingo, que el Dogma de la Transubstanciación es una mera “interpretación”, que la “vida es más grande que las explicaciones e interpretaciones” y que ella debería “hablar con el Señor” para saber si debiera recibir la Comunión en la Iglesia Católica —cosa que luego hizo gracias a su evidente apoyo.

Su precipitada y secreta “reforma” del proceso de nulidades está alineada con su escasa consideración del Matrimonio Sacramental, dado que la impuso sobre la Iglesia sin consultar a ninguno de los dicasterios competentes del Vaticano. Su motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus establece el marco para una verdadera fábrica de nulidades a nivel mundial, con una “vía rápida” y una nueva base nebulosa de procedimientos para la nulidad acelerada. Tal como explicó luego el jefe de esta reforma tramada de forma clandestina, su intención expresa es promover entre los obispos «una ‘conversión’, un cambio de mentalidad que los convenza y sostenga en el seguimiento de Cristo, presente en su hermano, el Obispo de Roma, del número restringido de unos pocos miles de anulaciones al inconmensurable [número] de desafortunados que podría tener una declaración de nulidad…».

¡Así, “el obispo de Roma” demanda de sus hermanos obispos un vasto incremento en el número de nulidades! Un distinguido periodista católico reportó luego la aparición de un dossier de siete páginas en el que oficiales de la curia “ ‘desacreditaron’ jurídicamente el motu proprio del Papa… acusan al Santo Padre de desechar un dogma importante, y aseveran que ha introducido el ‘divorcio católico’ de facto”. Estos oficiales condenaron lo que el reportero llama “un ‘Führerprinzip’ eclesial, ordenando de arriba hacia abajo, por decreto y sin ninguna consulta o control”. Los mismos oficiales temen que “el motu proprio provoque una avalancha de nulidades y que de ahora en más, las parejas puedan abandonar sus Matrimonios Católicos sin problemas”. Se sienten “ ‘fuera de sí’ y obligados a ‘alzar la voz’…”.

Pero usted no es más que consistente en la persecución de sus objetivos. Al comienzo de su pontificado, durante una de las conferencias de prensa en un vuelo en la que reveló por primera vez sus planes, usted dijo: “los ortodoxos siguen lo que ellos llaman la teología de la economía y dan una segunda posibilidad [de Matrimonio], lo permiten. Creo que este problema debe estudiarse”. Para usted, la falta de una “segunda oportunidad de matrimonio” en la Iglesia Católica es un problema a ser estudiado. Claramente, usted ha pasado los últimos tres años y medio planeando imponer en la Iglesia algo que se aproxima a la práctica ortodoxa.

Un distinguido canonista, consultor de la Signatura Apostólica ha advertido que como resultado de su descuidada falta de consideración de la realidad del Matrimonio Sacramental:

“Se está desarrollando una crisis (en el sentido griego de la palabra) en la Iglesia, sobre el Matrimonio, y es una crisis que, considero, alcanzará un punto crítico sobre la disciplina y ley matrimoniales… Creo que la crisis del Matrimonio que él [Francisco] está provocando culminará en si la enseñanza de la Iglesia sobre el Matrimonio, que todos dicen honrar, será protegida concreta y efectivamente en la ley de la Iglesia, o si las categorías canónicas sobre la doctrina del Matrimonio se distorsionarán (o simplemente dejarán de considerarse) para abandonar esencialmente el Matrimonio y la vida Matrimonial en el reino de la opinión personal y la consciencia individual”.


Amoris Laetitia: El verdadero motivo para la farsa del Sínodo

Dicha crisis alcanzo su punto más álgido luego de la conclusión de su desastroso “Sínodo de la Familia”. Si bien usted manipuló el evento de principio a fin para conseguir el resultado que deseaba —la Sagrada Comunión para los adúlteros públicos en “ciertos casos”— no alcanzó sus expectativas gracias a la oposición de los padres sinodales conservadores que usted mismo denunció demagógicamente por sus “corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas”.

En un abuso brutal de la retórica, usted equiparó a sus oponentes episcopales ortodoxos con los fariseos que practicaban el divorcio con subsiguientes Matrimonios según la dispensa mosaica. Estos eran los mismos obispos que defendieron la enseñanza de Jesús contra los fariseos —¡y sus propios planes! Ciertamente, usted parece intentar revivir la aceptación farisaica del divorcio por medio de una “práctica neo-mosaica”. Un periodista católico de renombre, conocido por su enfoque moderado sobre los asuntos de la Iglesia, criticó su comportamiento reprensible: “Que un Papa critique a quienes permanecen fieles a la tradición y los caracterice como inmisericordes alineándolos con los fariseos duros de corazón contra el misericordioso Jesús, es extraño”.

Al final, el “viaje sinodal”  que usted elogió fue revelado nada más y nada menos que como una farsa para ocultar las conclusiones predeterminadas de su patética “Exhortación Apostólica”, Amoris Laetitia. En ella, principalmente en el capítulo ocho, sus escritores fantasma utilizan una ambigüedad astuta para abrir la puerta de la Sagrada Comunión de par en par para los adúlteros públicos, reduciendo la ley natural que prohíbe el adulterio a una mera “regla general” para la cual pueden haber excepciones en caso de personas con “una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o pueden estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente…” (¶¶ 2, 301, 304). Amoris Laetitia es un intento transparente de contrabandear una forma mitigada de ética casuística en asuntos de moralidad sexual, como si así el error pudiera ser confinado.

Su evidente obsesión por legitimar la Sagrada Comunión para los adúlteros públicos lo ha llevado a desafiar la enseñanza moral inmutable y la disciplina Sacramental de la Iglesia intrínsecamente relacionada con ella, afirmada por sus dos predecesores inmediatos. Dicha disciplina está basada en la enseñanza de Nuestro Señor sobre la indisolubilidad del Matrimonio así como también en la enseñanza de san Pablo sobre el castigo divino por la recepción indigna de la Sagrada Comunión. Para citar a Juan Pablo II, al respecto:

“La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la Comunión Eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del Matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al Sacramento Eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del Matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos” [Familiaris consortio, n. 84].

Usted ha ignorado las súplicas de sacerdotes, teólogos y filósofos de la moral de todo el mundo, asociaciones católicas y periodistas, e incluso de algunos valientes prelados en medio de una jerarquía silenciosa, de retractarse o “clarificar” las ambigüedades tendenciosas y los errores de Amoris  Laetitia, en particular los del capítulo ocho.


Un error moral grave aprobado ahora explícitamente

Y ahora, habiendo sobrepasado el uso retorcido de las ambigüedades, autorizó explícitamente tras bambalinas lo que en público consintió ambiguamente. La conspiración salió a la luz al filtrarse su carta “confidencial” a los obispos de la región pastoral de Buenos Aires —lugar donde, como arzobispo, ya había autorizado el sacrilegio masivo en las villas.

En dicha carta usted elogia el documento de los obispos sobre los “Criterios Básicos para la Aplicación del Capítulo Ocho de Amoris Laetitia” —como si fuera un deber “aplicar” el documento para producir un cambio en la disciplina sacramental de dos mil años de Iglesia. Usted escribe: «es muy bueno y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII de “Amoris laetitia”. No hay otras interpretaciones». ¿Es una coincidencia que este documento provenga de la misma archidiócesis donde, hace tiempo como arzobispo, usted había autorizado la admisión de los adúlteros públicos y los que conviven a la Sagrada Comunión?

Lo que antes sólo se sugería, ahora se tornó explícito, y quienes insistían con que Amoris Laetitia no cambia nada han quedado como tontos. El documento que usted ahora elogia como única interpretación correcta de Amoris Laetitia, socava radicalmente la doctrina y la práctica de la Iglesia que sus predecesores defendieron. En primer lugar, reduce a una “opción” el mandato moral para los divorciados “vueltos a casar” de “vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos”. Según los obispos de Buenos Aires —con su aprobación— es sencillamente “posible plantear que hacen el esfuerzo de vivir en continencia. Amoris Laetitia no ignora las dificultades de esta opción”.

Tal como la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró de manera definitiva hace tan solo 18 años, durante el reinado del mismo Papa que usted canonizó: “si el Matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme al derecho; por tanto, por motivos intrínsecos, es imposible que reciban los Sacramentos. La conciencia de cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma”.  Esta es la enseñanza inmutable de la Iglesia Católica desde hace dos mil años.

Más aún, ningún sacerdote parroquial o incluso obispo tiene el poder de honrar en el “foro interno” la afirmación de una persona viviendo en adulterio que dice que según su “consciencia” su Matrimonio sacramental era en realidad inválido, porque como advirtió la Congregación para la Doctrina de la Fe, “el Matrimonio tiene esencialmente un carácter público-eclesial y está regido por el principio fundamental nemo iudex in propria causa («nadie es juez en causa propia»). Por eso, si unos fíeles divorciados y vueltos a casar consideran que es inválido su Matrimonio anterior, están obligados a dirigirse al tribunal eclesiástico competente, que deberá examinar objetivamente el problema y aplicar todas las posibilidades jurídicas disponibles”.

Habiendo reducido a una opción una norma moral que no aceptaba excepciones, enraizada en la revelación divina, los obispos de Buenos Aires, citando a Amoris Laetitia como única autoridad en 2000 años de enseñanzas en la Iglesia, luego declaran: “En otras circunstancias más complejas, y cuando no se pudo obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no ser de hecho factible”. Una norma moral universal queda relegada a la categoría de una mera guía a ser ignorada si el sacerdote local la considera “no factible” bajo ciertas “circunstancias complejas” indefinidas. ¿Cuáles son exactamente estas “circunstancias complejas” y qué tiene que ver la “complejidad” con las normas morales que no contemplan excepciones y están fundadas en la revelación?

Finalmente, los obispos llegan a la espantosa conclusión que usted había planeado imponer sobre la Iglesia desde el comienzo del “viaje sinodal”:

«No obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris Laetitia abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351). Estos a su vez disponen a la persona a seguir madurando y creciendo con la fuerza de la gracia».

Con su elogio y aprobación, los obispos de Buenos Aires declaran por primera vez en la historia de la Iglesia que una indefinida clase de personas viviendo en adulterio pueden ser absueltas y recibir la Comunión si bien permanecen en ese estado. Las consecuencias son catastróficas.

Por favor, oren por el Santo Padre


*   *   *


El Papa Francisco en una reunión privada con un amigo de Argentina y su novio, dentro de la embajada del Vaticano, el 23 de septiembre de 2015. La relación homosexual entre los dos laicos dura ya 19 años.


Parte III
Una “práctica pastoral” en guerra contra la Doctrina

Usted aprobó como única interpretación correcta de Amoris Laetitia un cálculo moral que en la práctica socavará todo el orden moral, no sólo las normas de la moral sexual que usted claramente busca trastocar. Es que virtualmente, la aplicación de cualquier norma moral puede ser considerada “no factible” por la invocación mágica de “circunstancias complejas” a ser “discernidas” por un sacerdote u obispo en la “práctica pastoral”, mientras se defiende piadosamente la norma como “regla general” que no ha cambiado ni puede cambiarse.

Los criterios confusos para las “limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad” pueden ser aplicados a todo tipo de pecados mortales, incluyendo la convivencia —la que usted ya equiparó con un “verdadero matrimonio”— las “uniones homosexuales” —a cuya legalización usted rehusó oponerse— y la anticoncepción, cosa que usted increíblemente declaró moralmente permisible para prevenir la transmisión de enfermedades, y que el Vaticano confirmó luego como punto de vista suyo.

Por lo tanto, “en ciertos casos” la Iglesia contradiría en la práctica lo que enseña en principio respecto a la moralidad, esto significa que el principio moral está prácticamente derrocado. En medio de la farsa del Sínodo, sin mencionarlo a usted, el cardenal Robert Sarah  justamente condenó esta engañosa disyuntiva entre los preceptos morales y su “aplicación pastoral”: “La idea, que consistiría en colocar al Magisterio dentro de una atractiva cajita, apartándolo de la práctica pastoral –la cual evolucionaría según las circunstancias, modas y pasiones del momento–, es una forma de herejía, una peligrosa patología esquizofrénica”.

Y sin embargo, para usted, ciertas personas viviendo en una objetiva condición de adulterio pueden ser consideradas subjetivamente libres de culpa en base al “discernimiento” de sacerdotes locales o comunes, y admitidas a la Sagrada Comunión sin comprometerse a enmendar sus vidas si bien saben que la Iglesia enseña que su relación es adúltera. En una entrevista reciente, el renombrado filósofo australiano Josef Seifert, amigo del papa Juan Pablo II y uno de los muchos críticos de Amoris Laetitia cuyos intentos para que usted se corrija o se retracte por el documento usted ignoró, comentó públicamente el absurdo moral y pastoral de lo que usted aprueba explícitamente:

«¿Cómo debiera aplicarse esto? Si el sacerdote dijera al adúltero: “usted es un buen adúltero. Está en estado de gracia. Es una persona muy piadosa, por lo tanto tiene mi absolución aunque no cambie su vida, y puede recibir la comunión”. Y luego viene otro, y el sacerdote dice: “Oh, usted es un verdadero adúltero. Usted debe confesarse. Usted debe cambiar su vida. Usted debe cambiar su vida y luego puede recibir la comunión”.
Quiero decir, ¿cómo funciona eso?…. ¿Cómo puede un sacerdote ser juez del alma y decirle a uno que es un verdadero pecador y al otro que es sólo un buen hombre inocente? Quiero decir que esto parece completamente imposible. Sólo un sacerdote con la visión de las almas como la del padre Pío podría decirlo, y él [padre Pío] no lo diría…».

Con su elogio y su aprobación, los obispos de Buenos Aires sugerirían incluso que los niños se verían perjudicados si sus padres divorciados “vueltos a casar” no obtienen permiso para continuar sus relaciones sexuales fuera del matrimonio mientras profanan el Santísimo Sacramento. Un defensor casuístico de su desviación de la sana doctrina lo interpreta como que el adulterio es sólo un pecado venial si una de las partes se encuentra  bajo “coerción” para continuar manteniendo relaciones sexuales adúlteras porque la otra parte amenaza con abandonar a los niños en caso de no recibir satisfacción sexual. De acuerdo con esa lógica moral, todo pecado mortal, incluso el aborto, terminaría siendo venial por la amenaza de una de las partes de terminar la relación adúltera si no se comete el pecado.

Peor aún, si fuera posible, los obispos de Buenos Aires, apoyados tan sólo en sus novedades, osarían sugerir que las personas que cometen relaciones sexuales adúlteras crecerán en gracia mientras reciben la Sagrada Comunión sacrílegamente.

De esta manera, usted no ideó un mero “cambio de disciplina”, sino un cambio radical de la doctrina moral subyacente, que institucionalizaría efectivamente una forma de ética casuística dentro de la Iglesia, reduciendo los preceptos morales objetivos y universalmente obligatorios a meras reglas generales para las cuales habría innumerables “excepciones” subjetivas de acuerdo a “circunstancias complejas” y “limitaciones” que supuestamente reducirían los pecados mortales habituales a pecados veniales o meras faltas sin poner impedimentos a la sagrada comunión.

Pero Dios Encarnado no admitió esas “excepciones” cuando decretó por su autoridad divina que: “Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada por su marido, comete adulterio” (Lc 16, 18). Cualquiera.

Es más, la Congregación para la Doctrina de la Fe durante Juan Pablo II declaró, rechazando la “Propuesta Kasper” que claramente usted estuvo proponiendo todo este tiempo: “Esta norma [excluir a los adúlteros públicos de los Sacramentos] de ninguna manera tiene un carácter punitivo o en cualquier modo discriminatorio hacia los divorciados vueltos a casar, sino que expresa más bien una situación objetiva que de por sí hace imposible el acceso a la Comunión Eucarística”.

Es decir, la Iglesia nunca puede permitir que quienes viven en adulterio sean tratados como si sus uniones inmorales fueran Matrimonios válidos, aunque los involucrados en adulterio digan no tener culpa subjetiva sabiendo que viven en oposición a la enseñanza inmutable de la Iglesia. Es que el escándalo resultante erosionaría y arruinaría la fe de las personas en la indisolubilidad del Matrimonio y la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Sin embargo, gracias a su total consentimiento, los obispos de Buenos Aires rechazaron la advertencia de Juan Pablo II en Familiaris consortio que “si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del Matrimonio”.

Por tanto, en este preciso momento de la historia de la Iglesia, usted está conduciendo a los fieles “a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del Matrimonio”. Ciertamente, usted está tan decidido a imponer su voluntad errante sobre la Iglesia, que en Amoris Laetitia (n. 303) osó sugerir que el mismo Dios consiente las relaciones sexuales continuas de los divorciados “vueltos a casar” cuando no pueden mejorar sus circunstancias “complejas”:

«Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo».

En su carta a Buenos Aires, al aprobar explícitamente la Comunión para un selecto grupo de adúlteros públicos, usted socava también la habilidad de los obispos más conservadores de mantener la enseñanza tradicional de la Iglesia. ¿Cómo pueden los obispos de Estados Unidos, Canadá y Polonia, por ejemplo, continuar insistiendo en la disciplina de dos mil años conectada intrínsecamente a la verdad revelada, cuando usted la hizo a un lado en Buenos Aires bajo la autoridad de su “exhortación apostólica”? ¿Sobre qué base enfrentarán la multitud de objeciones ahora que usted sacudió el suelo de la tradición bajo sus pies?

En resumen, luego de su astuta ambigüedad respecto al lugar de los adúlteros públicos en la Confesión y la Comunión, declara ahora con igual astucia el derrocamiento de la doctrina y de la práctica de la Iglesia utilizando una carta “confidencial” que usted sabía se filtraría, enviada en respuesta a un documento de Buenos Aires que usted mismo pudo haber solicitado como parte del proceso que viene conduciendo desde que fue anunciada la farsa del “Sínodo de la Familia”.

Tal como escribió el católico intelectual Antonio Socci: “Es la primera vez en la historia de la Iglesia que un Papa puso su firma para la anulación de una ley moral”. Ningún Papa había perpetrado semejante atrocidad.


“Excepciones” a la ley moral no pueden ser limitadas


Es curioso, sin embargo, que su nuevo cálculo moral no parezca aplicarse a otro grupo de pecados que usted condena constantemente mientras observa cuidadosamente la corrección política. Por ejemplo, en ningún caso indica usted que “circunstancias complejas” o “limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad”  puedan excusar a los mafiosos que usted “excomulgó” retóricamente en masa y a quienes advirtió del infierno, los ricos que usted condena como “chupasangres” o los católicos practicantes que usted acusa absurdamente por “el pecado de adivinación” y “el pecado de idolatría” porque no aceptan “las sorpresas de Dios” —es decir, las novedades suyas.

Todo su pontificado parece haberse concentrado en declarar la amnistía únicamente por los pecados de la carne, los mismos pecados que, como advirtió Nuestra Señora de Fátima, envían más almas al infierno que cualquier otro. ¿Pero qué le hace pensar que el genio moral que ha dejado salir de la lámpara, el que usted llama “el Dios de las sorpresas”, puede ser limitado sólo a aquellos preceptos morales que usted considera demasiado rígidos en su aplicación? El crear excepciones a un precepto moral que no admite excepciones los anula a todos. Sus novedades atacan las bases de la fe y amenazan con derribar todo el edificio moral de la Iglesia “como un castillo de naipes” —es el mismo resultado que usted dice que promueven los católicos practicantes en base a su supuesto “rigorismo” y apego a las “reglas mezquinas”.

Pero a usted no le preocupan las consecuencias obvias. Cuando le preguntaron sobre su posición frente a la oposición de los “ultra-conservadores”, refiriéndose a los obispos y cardenales ortodoxos, usted respondió con despreocupada arrogancia, el sello distintivo de su gobierno en la Iglesia: “Ellos hacen su trabajo y yo hago el mío. Yo quiero una Iglesia que sea abierta, comprensiva, que acompañe a las familias heridas. Ellos dicen no a todo. Yo sigo adelante, sin mirar atrás”.

Con un increíble despliegue de orgulloso desprecio por la Iglesia para la cual fue elegido cabeza, usted osó decir: “la Iglesia misma, a veces, sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una línea dura, en la tentación de enfatizar sólo las normas morales, por lo que, mucha gente queda excluida”.

Jamás un Papa había declarado que remediaría personalmente la falta de apertura y comprensión de la Iglesia y su “tentación” de seguir una “línea dura” sobre la moral para “excluir” a la gente. Semejantes pronunciamientos arrogantes dan lugar para pensar que su elección inesperada representa casi un desarrollo apocalíptico.


Ignorando toda súplica, usted avanza con su “revolución”

Mientras avanzaba con su trabajo de destrucción, ignoró todas las súplicas dirigidas a usted en privado, incluyendo innumerable pedidos para que afirme que Amoris Laetitia no se desvía de la enseñanza previa, así como un documento redactado por un grupo de expertos católicos que identificaron fragmentos heréticos y erróneos en Amoris Laetitia y le suplicaron que los condene y elimine. Es evidente que no tiene intención de aceptar la corrección fraterna de nadie, ni siquiera de los cardenales que le pidieron que “clarifique” su conformidad con la enseñanza inmutable del magisterio.

Al contrario, cuanto más alarmados los fieles, más osadamente actúa usted. Siguiendo en la práctica el relajamiento programático de la enseñanza moral de la Iglesia respecto a la sexualidad, usted autorizó que el Pontificio Consejo para la Familia publique el primer programa de “educación sexual” promulgado por la Santa Sede. Una de las asociaciones de laicos que se alzó a defender la fe en medio del silencio generalizado de la jerarquía frente a su ataque con novedades destructoras publicó un resumen de esta horrenda materia que viola descaradamente la enseñanza inmutable de la Iglesia que se opone a toda forma de “educación sexual” explícita:

* Pone la educación sexual de los menores en manos de los educadores, dejando a los padres fuera de la ecuación.

* Falla en nombrar o condenar los comportamientos sexuales tales como la fornicación, la prostitución, el adulterio, el sexo con anticonceptivos, la actividad homosexual y la masturbación, como acciones objetivamente pecaminosas que destruyen la caridad en el corazón y alejan de Dios.

* Falla en advertir a los jóvenes sobre la posibilidad de separación eterna de Dios (condenación) por cometer actos sexuales graves. El infierno no se menciona ni una vez.

* Falla en distinguir el pecado mortal del venial.

* Falla en mencionar el sexto y el noveno mandamiento, u otro mandamiento.

* Falla en enseñar sobre el Sacramento de la Confesión como forma de restaurar la relación con Dios luego de pecar gravemente.

* No menciona el sentido sano de la vergüenza respecto al cuerpo y la sexualidad.

* Enseña a niños y niñas en la misma aula.

* Hace que niños y niñas compartan en clase su comprensión de frases tales como: “¿Qué les sugiere la palabra sexo?”.

* Pide a un aula mixta que “señale dónde se ubica la sexualidad en niños y niñas”.

* Habla del “proceso de excitación”.

* Utiliza imágenes sugestivas y sexualmente explícitas en cuadernos de actividades (aquí, aquí, y aquí).

* Recomienda varias películas sexualmente explícitas como disparadores para la discusión….

* Falla en mencionar el aborto como algo gravemente malo, sino como algo que causa “gran daño psicológico”.

* Confunde a los jóvenes utilizando frases como “relación sexual” no para indicar el acto sexual sino una relación basada en la persona.

* Habla de la “heterosexualidad” como algo a “descubrir”.

* Utiliza una celebridad “gay” como ejemplo de persona talentosa y famosa.

* Aprueba el paradigma de las “citas” como paso hacia el matrimonio.

* No enfatiza el celibato como la forma más elevada de la entrega que representa el verdadero significado de la sexualidad humana.

* Falla en mencionar las enseñanzas de Cristo sobre el Matrimonio.

Dicha asociación también observa que la materia “viola las normas promulgadas previamente por el mismo consejo pontificio”. Otra asociación de laicos se queja  porque “hace un uso frecuente de imágenes sexualmente explícitas y moralmente objetables, falla en identificar claramente la doctrina católica según sus fuentes fundamentales como los diez mandamientos y el Catecismo de la Iglesia Católica, y pone en riesgo la inocencia y la integridad de los jóvenes que están bajo el legítimo cuidado de sus padres”. Líderes laicos en el movimiento de familias católicas lo denunciaron y con razón por ser “totalmente inmoral”, “completamente inapropiado” y “bastante trágico”. Tal como declaró uno de ellos: “los padres no deben dejarse engañar: el pontificado del papa Francisco marca el sometimiento de las autoridades del Vaticano a la revolución sexual mundial y amenaza directamente a sus propios hijos”.

Pero este desvío radical de la enseñanza y práctica previas solo sigue las novedades de Amoris Laetitia, que proclama la necesidad de una educación sexual en “instituciones educativas” mientras ignora completamente la enseñanza tradicional de la Iglesia según la cual son los padres, no los maestros en las aulas, quienes tienen la responsabilidad primaria de proveer toda instrucción necesaria a sus hijos en este tema sensible, cuidando no “descender a los detalles” sino “empleando los remedios que producen el doble efecto de abrir la puerta a la virtud de la pureza y cerrar la puerta del vicio”.

Sin embargo, su “revolución” difícilmente se confina a temas sexuales. Usted también convocó recientemente a una comisión que incluye seis mujeres, para “estudiar” el asunto de las “diaconisas”, cosa que ya había sido estudiada por una comisión del Vaticano en el 2002. Dicha comisión concluyó que el diaconado pertenece al estado del clero ordenado junto con el sacerdocio y el episcopado, y que las “diaconisas” de la Iglesia primitiva no eran ministros ordenados sino tan sólo ayudantes eclesiales sin más autoridad que las monjas, quienes llevaban a cabo servicios limitados para mujeres, pero no realizaban Bautismos ni Matrimonios. Las “diaconisas” que usted parece considerar no serían más que mujeres disfrazadas con vestimenta sacerdotal, dado que las mujeres no pueden recibir en ninguna medida el sacramento del orden sagrado.

Mientras usted continúa socavando el respeto a la seriedad y el carácter sobrenatural del matrimonio sacramental, parece que se prepara para socavar aún más el drásticamente disminuido respeto por el sacerdocio masculino. ¿Y luego qué? Quizás un “aflojamiento” de la tradición apostólica del celibato sacerdotal, que dijo tener “en su agenda”.

Y ahora, mientras su “revolución” sigue acelerándose, usted se prepara para visitar Suecia en octubre, donde participará en una “celebración conjunta con una “obispo” luterana casada”, cabeza de la Federación Luterana Mundial que aprueba el aborto y el Matrimonio homosexual, para “conmemorar” la llamada Reforma lanzada por Martín Lutero.

Es inconcebible que un Romano Pontífice exalte la memoria de este maníaco, el hereje más destructivo en la historia de la Iglesia, que hizo añicos la unidad del cristianismo y abrió el camino a una violencia sin límites, el derramamiento de sangre y el colapso de la moral en toda Europa. Según una infame declaración de Lutero: “Cuando hayamos aniquilado la Misa, habremos aniquilado el papado en su totalidad. Todos estos caerán cuando su sacrílega y abominable Misa haya sido reducida a polvo”. Es extremadamente irónico que el supremo hereje que usted pretende honrar con su presencia haya pronunciado esas palabras en una carta a Enrique VIII, quien condujo a toda Inglaterra al cisma porque el Papa no consentía su deseo de divorciarse y volverse a casar, incluyendo el acceso a los Sacramentos.


Debemos oponernos

En este momento de su tumultuosa posición como “obispo de Roma”, queda fuera de discusión que su presencia en la Silla de Pedro representa un claro y actual peligro para la Iglesia. En vistas de este peligro, debemos preguntarle:

¿No le preocupa ni un poco el escándalo y la confusión que sus palabras y hechos causaron respecto a la misión salvífica de la Iglesia y su enseñanza sobre la fe y la moral, especialmente en el área del Matrimonio, la familia y la sexualidad?

¿No pensó que el aplauso del mundo a la “revolución de Francisco” es precisamente el mal presagio del que nos advirtió Nuestro Señor?: “¡Ay cuando digan bien de vosotros todos los hombres! Porque lo mismo hicieron sus padres con los falsos profetas” (Lc 6, 26).

¿No lo alarman las divisiones que provocó dentro de la Iglesia, con algunos obispos alejándose de la enseñanza de sus predecesores en cuanto a los “divorciados vueltos a casar” gracias a su supuesta autoridad, mientras otros intentan mantener la doctrina y la práctica de dos mil años que usted intenta derrocar incesantemente?

¿No piensa en las innumerables Comuniones sacrílegas resultantes de su autorización para la Comunión de los adúlteros públicos y de otros en “situaciones irregulares”, cosa que ya había permitido en masa como arzobispo de Buenos Aires?

¿Reconoce acaso que la recepción de la Sagrada Comunión por parte de quienes viven en adulterio es profanación, una ofensa directa “al cuerpo del Señor” (1 Cor 11, 29) digna de condenación así como de escándalo público que amenaza la fe de los demás, tal como Benedicto XVI y Juan Pablo II insistieron en línea con sus predecesores?

¿Realmente cree que tiene el poder de decretar excepciones “misericordiosas” “en ciertos casos” a preceptos morales revelados de manera divina, para satisfacer su ideal personal de “inclusión”, su evidente visión benigna del divorcio y la convivencia, y su falsa noción de lo que llama “caridad pastoral” en su carta a los obispos de Buenos Aires? ¡Como si fuera poco caritativo pedir a los adúlteros y fornicadores cesar sus relaciones sexuales inmorales antes de participar en el Santísimo Sacramento!

¿Acaso no tiene ningún respeto por la enseñanza al contrario de todos los Papas que lo precedieron?

Finalmente, ¿no teme al Señor y Su juicio, el que usted minimiza o niega constantemente en sus homilías y comentarios espontáneos, declarando incluso —exactamente contrario al Credo— que “el Buen Pastor… no vino a juzgar sino a amar”?

Estamos de acuerdo con el análisis del periodista católico antes mencionado en lo concerniente a su enfermiza búsqueda de la Comunión para las personas involucradas en relaciones sexuales inmorales: “Todo este asunto es inaudito. No hay otra palabra para ello”. Además de esto, todo su inaudito pontificado dio lugar a una situación nunca antes vista en la Iglesia: la de un ocupante de la Silla de Pedro de cuyos comentarios, pronunciamientos y decisiones que atacan la integridad de la Iglesia los fieles deben cuidarse constantemente. El mismo escritor concluye: “Lo digo con mucho pesar, pero me temo que el resto de este papado estará marcado por grupos de disidentes, acusaciones de herejía papal, amenazas de cisma – y tal vez un verdadero cisma. Señor, ten piedad”.

Y sin embargo casi toda la jerarquía sufre en silencio o celebra exultante esta debacle. Pero también lo fue durante la crisis arriana del siglo IV, cuando tal como observó el cardenal Newman:

“El conjunto del Episcopado fue infiel a su misión, mientras que el conjunto del laicado fue fiel a su bautismo; que a veces el Papa, a veces el patriarca, un obispo metropolitano o de otra gran sede, y otras veces los concilios, dijeron lo que no había que decir, u oscurecieron y comprometieron la verdad revelada; mientras que, del otro lado, fue el pueblo cristiano quien, bajo la Providencia, constituyó la expresión del vigor eclesiástico de Atanasio, Hilario, Eusebio de Vercelli, y otros grandes solitarios confesores, que habrían fracasado sin ellos”.

Nosotros, los miembros del laicado, si bien pecadores indignos, debemos ser fieles a nuestro Bautismo y promesas de Confirmación, no podemos permanecer en silencio o pasividad frente a sus depredaciones. Estamos obligados por los dictados de nuestra conciencia a acusarlo públicamente ante nuestros hermanos católicos tal como lo exige la verdad revelada, la ley divina y natural, y el bien común eclesial. Recordando la enseñanza de santo Tomás antes citada, para el Papa no hay excepciones al principio de justicia natural según el cual los súbditos pueden corregir a un superior, incluso públicamente, cuando hay un “peligro de escándalo inminente concerniente a la fe”. Al contrario, la razón misma demuestra que, más que cualquier otro prelado, el Papa debe ser corregido incluso por sus súbditos, si “se desvía del camino recto”.

Sabemos que la Iglesia no es una mera institución humana y que está resguardada indefectiblemente por las promesas de Cristo. Los Papas van y vienen, y la Iglesia sobrevivirá incluso este pontificado. Pero también sabemos que Dios actúa a través de instrumentos humanos y que, más allá de lo esencial de la oración y la penitencia, espera de los miembros de la Iglesia militante, tanto del clero como los laicos, una defensa militante de la fe y la moral contra las amenazas de cualquier fuente —incluso de un Papa—, tal como la historia de la Iglesia demostró más de una vez.

Por el amor de Dios y la Santísima Virgen, madre de la Iglesia, a quien usted profesa reverenciar, le pedimos se retracte de sus errores y deshaga el inmenso daño que causó a la Iglesia, las almas y la causa del Evangelio, no sea que siga el ejemplo del papa Honorio, ayudante y cómplice de la herejía anatemizada por un concilio ecuménico y su propio sucesor, atrayendo sobre sí “la ira del Dios Todopoderoso y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo”.

Pero si no cede en la búsqueda de su “visión” vanagloriosa de una Iglesia más “misericordiosa” y evangélica que la fundada por Cristo, cuya doctrina y disciplina usted busca torcer a su antojo, que los cardenales arrepentidos del error de haberlo elegido honren sus juramentos de sangre y publiquen al menos una demanda para que usted cambie de curso o renuncie al oficio que tan impróvidamente le encomendaron.

Mientras tanto, en base a nuestra posición en la Iglesia, estamos obligados a oponernos a sus errores y a exhortar a nuestros hermanos católicos a unirse a la oposición, utilizando todo medio legítimo a nuestro alcance para mitigar el daño que parece determinado a infligir sobre el Cuerpo Místico de Cristo. Todos los demás intentos fallaron, no nos queda otro camino.

Que el Señor tenga misericordia de nosotros, Su santa Iglesia, y de usted como su cabeza terrena.


¡María, Ayuda de los Cristianos, Ora por nosotros!



The Remnant” y “Catholic Family News” 





Fuentes:

Artículo Original:

[Traducido por Marilina Manteiga]





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