domingo, 18 de enero de 2015

¿Existe un Derecho a la Blasfemia?

Yo no soy «Charlie Ebdo»
Juan Manuel de Prada


Llegados a la culminación del dislate, hemos escuchado defender un sedicente «derecho a la blasfemia»


(Diario ABC - España) Durante los últimos días, hemos escuchado calificar a los periodistas vilmente asesinados del pasquín Charlie Hebdo de «mártires de la libertad de expresión». También hemos asistido a un movimiento de solidaridad póstuma con los asesinados, mediante proclamas inasumibles del estilo: «Yo soy Charlie Hebdo». Y, llegados a la culminación del dislate, hemos escuchado defender un sedicente «derecho a la blasfemia», incluso en medios católicos. Sirva este artículo para dar voz a quienes no se identifican con este cúmulo de paparruchas hijas de la debilidad mental.

Allá por septiembre de 2006, Benedicto XVI pronunció un grandioso discurso en Ratisbona que provocó la cólera de los mahometanos fanáticos y la censura alevosa y cobarde de la mayoría de mandatarios y medios de comunicación occidentales. Aquel espectáculo de vileza infinita era fácilmente explicable: pues en su discurso, Benedicto XVI, además de condenar las formas de fe patológica que tratan de imponerse con la violencia, condenaba también el laicismo, esa expresión demente de la razón que pretende confinar la fe en lo subjetivo, convirtiendo el ámbito público en un zoco donde la fe puede ser ultrajada y escarnecida hasta el paroxismo, como expresión de la sacrosanta libertad de expresión. Esa razón demente es la que ha empujado a la civilización occidental a la decadencia y promovido los antivalores más pestilentes, desde el multiculturalismo a la pansexualidad, pasando por supuesto por la aberración sacrílega; esa razón demente es la que vindica el pasquín Charlie Hebdo, que además de publicar sátiras provocadoras y gratuitamente ofensivas contra los musulmanes ha publicado en reiteradas ocasiones caricaturas aberrantes que blasfeman contra Dios, empezando por una portada que mostraba a las tres personas de la Santísima Trinidad sodomizándose entre sí [Nota de ST: que publicamos al final de este artículo]. Escribía Will Durant que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro; y la basura sacrílega o gratuitamente ofensiva que publicaba el pasquín Charlie Hebdo, como los antivalores pestilentes que defiende, son la mejor expresión de esa deriva autodestructiva.


viernes, 9 de enero de 2015

Tango en San Pedro mientras la barca va a la deriva - Roberto de Mattei

Tango en San Pedro mientras la barca va a la deriva
Roberto de Mattei


Quizá los historiadores del mañana recordarán que en 2014, en la plaza de San Pedro, se bailaba el tango mientras los cristianos eran masacrados en Oriente y la Iglesia estaba al borde de un cisma. Esta atmósfera de ligereza e inconsciencia no es nueva en la historia. Recuerda Salviano de Marsella que, en Cartago, se bailaba y se banqueteaba en vísperas de la invasión de la Vándalos y, en San Petersburgo, según el testimonio del periodista americano John Reed, mientras los bolcheviques conquistaban el poder, los teatros y restaurantes continuaban abarrotados de gente. Como dice la Escritura, el Señor ciega a los que quiere perder (Jn 12, 37-41).

Sin embargo, el principal drama de nuestro tiempo no es la agresión que viene desde el exterior, sino aquel misterioso proceso de autodemolición de la Iglesia que está llegando a sus últimas consecuencias, después de haber sido denunciado por Pablo VI en el famoso discurso en el Seminario Lombardo del 7 de diciembre de 1968. La autodestrucción no es un proceso fisiológico. Es un mal que tiene unos responsables. Y los responsables, en este caso, son aquellos hombres de la Iglesia que sueñan con sustituir el Cuerpo Místico de Cristo con un nuevo organismo, sujeto a una perpetua evolución sin verdad y sin dogmas.

Un impresionante cuadro de la situación es el que han facilitado, a finales de 2014, dos informes sobre la Iglesia publicados, respectivamente, por el diario francés “Le Figaro” y el diario italiano “La Repubblica”.

“Le Figaro”, un periódico de centroderecha famoso por su moderación, ha dedicado su suplemento de diciembre, “Figaro Magazine”, a la “Guerra Secreta en el Vaticano. De qué manera el Papa Francisco revuelve la Iglesia”: 11 páginas firmadas por Jean-Marie Guénois, considerado uno de los vaticanistas más serios y competentes.


Algo parece volcarse en la Iglesia después del Sínodo sobre la familia del otoño de 2014 —escribe Guénois— y la acumulación de indicios autoriza a poner este interrogante: ¿se arriesga la Iglesia a enfrentarse a una tempestad a finales de 2015, tras la segunda sesión del Sínodo sobre la familia?”. Guénois revela la existencia de una “guerra secreta” entre Cardenales que no tiene como objetivo la conquista del poder. Lo que se está librando es una batalla de ideas que tiene como principal objetivo la doctrina de la Iglesia sobre la familia y el matrimonio. El Papa Francisco es acusado desde dentro de la Iglesia de una gestión autocrática del poder que el periodista francés resume en la fórmula: “Cuando el Papa decide, no utiliza guantes”. Pero, el verdadero problema es su visión eclesial, inspirada en y aconsejada por las corrientes más progresistas del Vaticano. Según Guénois, son tres los teólogos que están definiendo los nuevos objetivos: el Cardenal alemán Walter Kasper, el Obispo italiano Bruno Forte y el Arzobispo argentino Víctor Manuel Fernández. “¡Es éste el trío que ha prendido fuego a las pólvoras en ocasión del Sínodo sobre la familia!”. Dicho sea de paso, Kasper es la cabeza de ariete utilizada para la admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar. Forte es el fautor de la legalización de la homosexualidad y Fernández es el exponente más destacado de la teología peronista del pueblo.

sábado, 3 de enero de 2015

Negar la Comunión - Bruno Moreno Ramos

Negar la Comunión
Bruno Moreno Ramos


La desfachatez de los Obispos alemanes, encabezados por el Cardenal Walter Kasper y el Cardenal Reinhard Marx (ambos en la foto que encabeza este artículo), es incalificable. Y  queda patentizada en este clarificador artículo del bloguero Bruno Moreno Ramos de InfoCatólica.


Es sabido que la iniciativa de dar la comunión a los católicos divorciados en una nueva unión es una iniciativa fundamentalmente alemana. Su principal promotor es el Cardenal Kasper y otros Obispos alemanes, como el Card. Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. Mons. Gebhard Fürst de Stuttgart o Mons. Zollitsch de Friburgo, se han mostrado plenamente de acuerdo con ella. Resalto lo de alemanes porque su nacionalidad tiene bastante que ver con el tema de negar a alguien la comunión.

En Alemania, la Iglesia se financia a través de un sistema peculiar. Los ciudadanos se inscriben públicamente en un registro oficial como pertenecientes a una religión particular o a ninguna y, a la hora de hacer la declaración de Hacienda, tienen que pagar un impuesto religioso especial y bastante cuantioso (casi un 10% de los impuestos totales), el llamado “Kirchensteuer” o “dinero de la Iglesia”, en beneficio de ese grupo religioso. Si uno se declara oficialmente luterano, por ejemplo, paga el impuesto para financiar a la comunión luterana. Lo mismo sucede con los inscritos como católicos, que deben pagar el “Kirchensteuer” para la financiación de la Iglesia Católica.

Como consecuencia, las diversas confesiones religiosas en Alemania y, en particular, la Iglesia Católica, disponen de mucho dinero. Gracias al “Kirchensteuer”, la Iglesia en Alemania recibe cada año una cantidad del orden de los cinco mil millones de euros. En consecuencia, las organizaciones caritativas alemanas, como Adveniat, disponen de muchos fondos y en todos los países de misión se sabe que, para conseguir dinero, conviene acudir a esas organizaciones. Por desgracia, esta abundancia de dinero también tiene efectos perversos, como por ejemplo el aburguesamiento del clero, que vive muy bien, y la burocratización de la Iglesia, con diócesis que tienen un enorme número de funcionarios.

Últimamente, además, el sistema ha demostrado ser autodestructivo, porque los ciudadanos que no tienen religión según los registros oficiales del gobierno simplemente pagan menos impuestos, en lugar de contribuir a algún tipo de fines sociales. Esto hace que muchos alemanes (cientos de miles cada año) decidan dejar de ser oficialmente  luteranos, católicos, etc. para ahorrarse así el impuesto religioso.

En los últimos años, las cifras de los que hacen eso han sido tan grandes que, en 2012, los Obispos alemanes dictaron un decreto que establecía que los católicos que se hubieran borrado del registro gubernamental alemán de católicos para no pagar el impuesto no podían acceder a la Confesión, a la Comunión ni a la Confirmación, excepto en peligro de muerte. Las protestas contra esta decisión fueron muy grandes, por la apariencia inevitable de que se estaban vendiendo los sacramentos y por la posibilidad de cumplir el mandamiento de ayudar a la Iglesia en sus necesidades a través de aportaciones directas, pero los Obispos alemanes no dieron su brazo a torcer.