viernes, 6 de agosto de 2010

¡Prohibirán el casarse! - Fray Rabieta

¡Prohibirán el casarse!
Fray Rabieta


El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos
habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño
y a doctrinas de demonios…
y prohibirán el casarse.
I Tim. IV:1, 3


Mis inútiles petimetres:

Lo peor de todo, como siempre, son los católicos. Católicos ignorantes, católicos confundidos, católicos de letrerito, católicos tibios, católicos mundanos, católicos sodomitas.

No hay para qué decirlo, pero lo diremos igual: la mayoría de los católicos de después de la Segunda Guerra Mundial, resolvieron que había que darle a la Iglesia Católica un aspecto más atractivo, más simpático, más condescendiente, más agradable al paladar del mundo post-1945. Y entonces, desde el instante mismo en que se empeñó en volverse atractiva para el mundo, la Iglesia se mundanizó. Así fue, no me lo discutan porque es indiscutible: para seducir al mundo adoptó una axiología, un lenguaje, una liturgia, una sociología, un estilo, una apariencia y, brevemente, un modo de estar ahí, que se le antojaba no podía sino atraer a más hombres, al mundo. Por supuesto que la cosa se dio al revés, y ellos fueron los seducidos. Y lo llamaron, a fe mía un poco anticipadamente, “la primavera de la Iglesia”.

Pero en buen romance, eso se llama “colusión con el mundo” y se trata de una negociación de cosas que no son negociables, del ocultamiento de cosas inocultables, del disfraz de verdades que no admiten cosmética, del silencio sobre asuntos que nadie tiene derecho a callar. Y para hacer el negocio más digerible, la Iglesia se llenó de un torrente de palabras, neologismos, giros, mots de passe, claves y clichés con el que esconderían la traición a la Tradición, al sagrado depósito de las verdades de Fe: tolerancia, diálogo, ecumenismo, progreso, comunidades de base, teología de la liberación, aggiornamento, svolta antropologica y tutte le quanti. Y además, para los que se opusieran al Gran Proyecto echaron mano a un arsenal de adjetivos que cargaron con máxima connotación negativa: inquisitorial, medieval, oscurantista, integrista, retrógrado, son sólo algunos de los insultos progres que me vienen a la cabeza, aunque tampoco se privaron de usar los viejos denuestos de soberbio, intolerante, fariseo, loco, mentiroso o lo que viniera a mano.

Ahora bien, mis inestimables palurdos, esa colusión con el mundo dio frutos que tenemos, cuarenta años después, a la vista: relativismo en cuestiones dogmáticas, racionalismo exegético, desacralización litúrgica, herejías al por mayor, confusión y más confusión, generalizada ignorancia y un optimismo a prueba de balas (aunque de ese optimismo sesentista quede cada vez menos, apenas si una canzonetta plebeya como “Alma misionera” o “Zamba del grano de trigo”).

Pues hagamos la cuenta, señores, siguiendo a San Pablo, si no se oponen: lo que le dice a los Romanos de entrada nomás, en el primer capítulo de aquella epístola, nos lo dice a todos nosotros, ahorita mesmo:

Primero: no glorificaron a Dios como a Dios. Con guitarritas, una religión horizontalizada, gestos sentimentales, experimentos litúrgicos, homilías pasteleras, dando de mano Su palabra, olvidando veinte siglos de cristiandad, olvidados de cómo lo hicieron todos los cristianos, durante veinte siglos, en todas partes, siempre. Total que los cristianos del s. XXI no sólo no dan gloria a Dios: no sabrían por donde empezar. No sólo han olvidado los dogmas de fe. Ni siquiera recuerdan las rúbricas, los himnos, los rituales: ni siquiera saben de reverencia, de piedad, de devoción, de sacrificio, de latría, ni de penitencia. Se han olvidado de todo eso, no tienen idea por dónde empezar.

Segundo: Se envanecieron en sus razonamientos, su insensato corazón se fue oscureciendo. Pese a tener los resultados a la vista, difícilmente se hallará a uno, uno solo, que, advirtiendo la catástrofe que es la Iglesia en los días que corren, concluya sencillamente que en algún punto se perdió el rumbo, que no hemos llegado a este estado de cosas por casualidad, que habría que revisar el camino emprendido para establecer dónde y por qué se tomó el camino equivocado (a esto lo llamaría yo “la obstinación de la continuidad”).

Tercero: Dios castigó a los hombres, a todos, por este asunto: los entregó a la inmundicia en las concupiscencias de su corazón, los entregó a pasiones vergonzosas, pues hasta sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza. E igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer se abrasaron en mutua concupiscencia, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones recibiendo en sí mismos la paga merecida de sus extravíos.

¿Qué más puede decir un pobre fraile como yo, al lado de lo que dice el Apóstol de las Gentes?. ¿Qué puedo agregar, si no el comentario de Santo Tomás?.

Si comúnmente se censuran los pecados de la carne, porque por ellos se rebaja el hombre a lo que es bestial en él, con mucha mayor razón se lo censura por el pecado contra natura mediante el cual el hombre cae por debajo de la naturaleza bestial.

Y están todas las bestiales lesbianas, los brutos homosexuales, los salvajes travestis gritando, clamando e interrogando destempladamente qué cosa es “contra la naturaleza”, como si no entendieran lo que se les dice. Pero Santo Tomás lo explica clarito, clarito.

Se dice que algo es contra la naturaleza del hombre por razón de su género, que es animal. Ahora bien, resulta manifiesta que conforme a la intención de la naturaleza la unión de los sexos en los animales se ordena al acto de la generación. De aquí que todo género de unión del que no se pueda seguir la generación es contra la naturaleza del hombre.

¿Tan difícil es esto?. ¿Tan difícil de entender?. No, dicen los muy bestias, el sexo es cuestión cultural, no biológica, y por tanto se puede definir como se nos canta y hacer con él lo que a cada uno le venga en gana. Piensan así porque se envanecieron en su razón, porque no pueden ya ni pensar correctamente. Y estos que se niegan a procrear, a perpetuar la especie humana, estos que dicen que aman la vida, nos dicen (como se les decía a los primeros cristianos) “homófobos”, ja, ja.

Ahora, no hay por que abundar, ya saben ustedes, hasta los más chicos saben qué está en juego, qué está pasando, quién tiene razón, quién está equivocado, quién es bueno, quién es malo. Al Enemigo del hombre, al “homófono” en serio, al Acusador, se le acaba el tiempo y antes de eso quiere hacer su numerito.

Y el demonio conoce bien las Escrituras, las estudió de cruz a tabla y se toma en serio sus estudios bíblicos, no como los Bultman, los Rivas y todos los imbéciles a su diabólico servicio. Y entonces sabe que tiene que liquidar el matrimonio, la posibilidad misma de que, procreación mediante, se complete el número de los justos. Sabe que en ese momento está jodido. Así lo explica, por ejemplo, el gran Frank-Duquesne:

Lo que horroriza a los sodomitas, al igual que más tarde a los maniqueos y albigenses es el matrimonio, la perpetuación de la carne, “la obra del Demiurgo”, todo lo que la carne contribuye al plan divino para el hombre, carne de la que nació Cristo…

Pues entonces, mis dormidos feligreses, hora es ya que despertéis del sueño. La cosa se ha radicalizado, el Acusador de nuestros hermanos está desencadenado.

Es hora de ir tomando partido.

Y casarse, y tener hijos, antes de que sea demasiado tarde.

(Y los que no, vengan a rezar por ellos en esta Santa Orden).









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