lunes, 7 de junio de 2010

La religión del hombre desacralizado - P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu

La religión del hombre desacralizado
P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu


Fragmento de un sermón del Padre Ezcurra, que se encuentra compendiado en el libro: «Tú Reinarás». San Rafael, Kyrios, 1994.


Ustedes empiezan a recorrer en cualquier lugar, santerías, imágenes, estampas, van a ver que una de las características de la imaginería religiosa de nuestro tiempo, de las agendas de Guadalupe, de las Paulinas, de los posters con motivos religiosos, de las estampas, es la desaparición de las imágenes sacras. ¿Qué es lo que aparece? Aparece un niño sonriendo, una pareja de jóvenes que camina, novios que caminan tomados de la mano, un viejo pidiendo limosna, un camino, arbolitos, pajaritos, pero lo religioso no. O sea, el hombre en el lugar de Dios. ¿Qué es lo que importa? En la liturgia, por ejemplo, hay una pérdida del sentido de lo sagrado, del sentido sobrenatural, de que el centro de la liturgia es misterio, el centro de la Misa es misterio. Y ¿dónde está la participación de la Misa? Está en la unión con el misterio, sí, con algo que es misterioso, con algo que no se ve sino solamente en la oscuridad de la fe. No, la Misa es ahora una asamblea, una comida, no es el sacrificio de Cristo que se actualiza, es una comida, es una reunión entre hermanos. ¿Entonces participar qué es? Participar es cantar todos juntos, tomados de la mano en el Padrenuestro, abrazarnos, llenarnos de besitos, estar contentos con los demás. Pero ¡no! No, la Misa no es eso. Es por supuesto comunión, pero esa comunión, es decir común-unión, ¿adónde se da? Se da en Cristo.

Yo estoy unido a los demás en la Misa si yo estoy unido a Cristo, si yo no estoy en gracia de Dios y voy a Misa, aunque cante más fuerte que los demás, aunque me tome de la mano de todos los vecinos en el Padrenuestro, aunque me abrace, me bese con toda la Iglesia, en el abrazo de paz, aunque sienta mucho, no participo de la Misa, estoy separado, o sea me falta, me falta aquella savia que me comunica; soy como una rama seca en el árbol. Ahí está la comunión, en tanto y en cuanto estoy en comunión, es decir en comunicación con Cristo. En tanto y en cuanto vivo en gracia puedo participar de la comunidad.

¿Todo tiene que hacerse comunitario? La Misa privada, si un sacerdote celebra Misa solito en su alma, perdido por ahí en algún rincón del mundo donde no hay ningún cristiano para ayudarlo, esa Misa es comunitaria, porque en esa Misa está presente toda la Iglesia, y porque los frutos de esa Misa son bendiciones para toda la Iglesia en la comunicación de los santos. Pero eso se da en el plano del misterio, en el plano oscuro del misterio y en cambio, lo otro, entiende ponerlo todo en el plano del sentimiento, de una comunicación sentimental, de una cosa puramente humana, de una fraternidad horizontal, el otro, el otro y el otro.

Es lo mismo que pasa con la música. La música que se quiere poner en las Iglesias es lo que puede hacer de la Iglesia lo más parecido a una sala de baile o a una confitería. ¿Por qué?. Porque tiene que mover. ¿Mover qué? Hay dos tipos de música; música que mueve el cuerpo, música que mueve el traste y hay música que mueve el alma. Y es más fácil captar la música que mueve el cuerpo. Mientras más ritmo tiene la música más se mueve uno inconscientemente apenas la empieza a escuchar.

En cambio, la música que mueve el alma es algo más sutil, es algo más fino, es más delicado. Pero si eso es lo que se quiere, esa música que lleva a lo sacro, hacia lo santo, hacia la trascendencia, ¿por qué se quiere rebajar, se quiere profanizar, se quieren profanar las cosas? Y en última instancia, ¿qué es?: el hombre en lugar de Dios, lo psíquico en el lugar de lo espiritual.


Yo no tengo nada absolutamente en contra de la guitarra, me gusta el folclore, me gusta la guitarra, pero cada cosa tiene su lugar. La música tiene su lenguaje propio que es distinto, incluso del lenguaje de la letra. Si uno escucha una marcha militar, empieza a marcar el paso. Y si uno escucha una música caribeña con mucho ritmo empieza a sacudir el cuerpo. O sea, la música tiene un lenguaje propio y hay música que es amatoria, hay música que es sensible y sensual, e incluso hasta sexual: hay música que está hecha para bailar y hay música que no está hecha para bailar. Si ponemos un cántico gregoriano en un baile sería un plomo lo más seguro y a nadie se le ocurriría poner un canto gregoriano o poner música de Bach o poner una marcha militar. A nadie se le ocurriría.

Pero si se le ocurre poner en la Iglesia música que está hecha para sacudir el cuerpo, para bailar, para tocar los sentidos, para tocar lo sensible, por más que le pongamos una letra que nos hable del Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen, no pega. La letra camina por un lado y la música camina por otro lado.

Pero no es sólo cuestión de gustos, me gusta o no me gusta, sirve o no sirve. Hay algo más profundo, lo que se busca es aquello que permanece en el plano de lo puramente humano, del puro sentimiento. Ese es el motivo por el cual yo señalo, por ejemplo, eso de la guitarra. Por eso unos hacen una bandera de la guitarra porque en el fondo, detrás de eso que es aparentemente secundario, intrascendente, está lo que se decía antes, la guitarra se transforma en el instrumento litúrgico de la religión del hombre, porque pone en el lugar de lo sacro, del misterio vertical, de la presencia de Cristo, pone aquello que solamente toca el sentimiento.

Querer hacer la Misa divertida para que no se aburran. Siempre hay que estar inventando, cambiando, poniendo algo nuevo para que no se aburran. ¡No!. La Misa, el centro de la Misa está en el misterio y ese misterio nunca lo penetraremos suficientemente si no entramos en un espíritu de silencio, un espíritu de oración, el Verbo de Dios que habla en el silencio. Si uno en cambio, quiere hacer de la Misa lo exterior, lo ameno, lo divertido, a la larga corre con desventaja, porque siempre la fiesta en el club o en la confitería va a ser más divertida que la que uno puede hacer dentro de la Iglesia en el momento litúrgico. Y porque el que va a acercarse a Dios en el silencio de la Iglesia está buscando una cosa distinta de la que va a buscar en el mundo. Cada cosa en su lugar, pero el trasfondo, de muchas de estas cosas, el trasfondo de esta tergiversación de lo religioso, es un trasfondo grave: es el hombre en el lugar de Dios. La religión no como algo vertical que tiende hacia lo alto, sino como algo que se queda en el plano horizontal, lo mismo que decíamos antes, esa filantropía que es sólo amor del prójimo, pero que no se funda en el amor de Dios.








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