Seguiremos Celebrando el 12 de Octubre
M. Virginia O. de Gristelli
El enemigo sabe bien dónde apuntar, cuando clava con saña el hacha en la raíz. Ya ha adormecido a varias generaciones de americanos con falsificaciones marxistas y leyendas negras antiespañolas, para asesinar el ser americano, pues no se trata de otra cosa, cuando se quita el alma.
¿Que la raíz indígena, blablabla?... Sí, claro... Parece que en verdad nos hubieran sitiado los fantasmas de las víctimas, apenas arrancados sus corazones para los ídolos, pretendiendo volver a nuestra tierra al infierno del paganismo del que María de Guadalupe la salvó amorosamente. Y a América se la salvó no “cambiándole” sino otorgándole un alma, con el ser bautizada aquel 12 de octubre, puesto que no podemos hablar de un alma viva previa a la Conquista, si no era para Cristo y la Verdad revelada. Como todo bautismo -sacramento “de muertos”- que rescata y resucita al alma de la muerte en que se halla sumida por el pecado original, ciertamente aquí yacía un continente en espera de la Luz sin ocaso. “El mayor genocidio en la historia de la Humanidad”, califican nuestros legisladores porteños, lo que Francisco López de Gomara ha definido como “La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la Encarnación y Muerte del que lo crió”. Nosotros antepondríamos además, solamente el día de la Inmaculada Concepción. Locura y escándalo para los gentiles, sin duda, y para nosotros, Historia Sagrada, ni más ni menos.
Demasiado abismal la diferencia, como para confundirnos, ¿no? Y sin embargo, lamentablemente, muchos católicos están muy confundidos, y hoy son insensiblemente arrastrados por la corriente. Es por eso tal vez que muy seguros de sí, en la resolución de la Legislatura porteña de dejar de celebrar esta fecha, se declara que “hoy en día resulta una discusión inútil plantear el tema del “encuentro de dos culturas”, o hablar del “descubrimiento de América”. Sin embargo, no está de más refrescar datos y hechos que a la luz de los tiempos son argumentos inobjetables para plantearnos en la actualidad una actitud de reflexión frente al 12 de octubre...”. Porque bajo el imperio democrático de Gramsci se han hecho “bien los deberes”, y tal vez queden pocos católicos dispuestos a discutir y combatir por estos temas.
Pues nosotros instamos a la necesidad imperiosa de sostener hasta el cansancio esa discusión, y de librar ese combate. Porque ante los genuflexos de las Constituciones liberales de turno, y de todas las Convenciones Internacionales, NO reconocemos la “preexistencia ética y cultural de los pueblos indígenas” (cf. Const. Nacional, art. 75, 17) sino la “preexistencia del Designio Salvador de la Divina Providencia”, que jamás puede darse en la esclavitud de las idolatrías ni del paganismo. Consecuentemente, mientras que para los Legisladores la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial tiene “jerarquía superior a las leyes” (id., art. 17, 22), para nosotros la suprema jerarquía no puede residir sino en el Decálogo, ante cualquier ley humana, y es en la conformidad con él, y con el Orden y el Derecho Natural, donde se refuerzan y legitiman, en última instancia. Por más “cara de foto” que pongamos, si somos coherentes, no puede decirse que como católicos podamos adherir a los postulados citados de la nueva Carta Magna. Si no quisiéramos esconder la cabeza como el avestruz, comprenderíamos que al señalar en ella (ibid. Art. 7) que los Estados “se comprometen a tomar medidas inmediatas y eficaces, especialmente en las esferas de la enseñanza, la educación, la cultura y la información, para combatir los prejuicios que conduzcan a la discriminación racial y para promover la comprensión, la tolerancia y la amistad entre las naciones y los diversos grupos raciales y étnicos”, veladamente se está dirigiendo toda la política hacia una dictadura del relativismo y sincretismo que de ningún modo podremos admitir, porque con la palabrita mágica paralizadora de las conciencias, “discriminación racial”, lo único que se discrimina es la identidad católica, si como tal ésta pretende señalar su supremacía frente al Corán o al Talmud, por ejemplo (¡y no se trataría, por supuesto, de cuestiones “raciales”!).
Huelgan comentarios muy extensos a la reciente resolución de la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires que concluye afirmando "...creemos necesario de una vez por todas, llegada una nueva fecha de octubre, decir “No” enérgicamente a la celebración del 12 de octubre como “Día de la Hispanidad” o “Día de la Raza”. El 12 de octubre no hay nada a celebrar".
Asumámoslo sencillamente, pues: no podemos, tal como están las cosas, ser “políticamente correctos”. Y en cambio, ¿por qué no tratar en todo caso de ser “religiosamente coherentes”?... Respondiendo entonces, SÍ ENÉRGICAMENTE: CELEBRAREMOS CADA VEZ MÁS.
Hoy la Iglesia nos exhorta a una Nueva Evangelización, y a nosotros nos surge una pregunta: ¿es posible acometerla eficazmente a partir del olvido, de la traición a la justa memoria y de la ingratitud? ¿Cómo es posible, digo, ser fieles al imperativo de re-evangelizar América, cediendo ante el imperio de la mentira marxista y liberal, entregando sin chistar nuestras conciencias? Espigando las Sagradas Escrituras podemos concluir en la certeza de que Dios no puede bendecir la ingratitud, y por otra parte, la virtud de la piedad nos impone como deber sagrado la honra de nuestros padres, extensivo a nuestros padres en la fe; a quienes les debemos nuestra vida espiritual. Atentos pues a ello, ¿puede pasar inadvertido para un católico americano, el eterno vínculo que nos une a la España católica -la España genuina, por cierto- y a todos los pueblos junto a los cuales formamos la bendita Hispanidad? ¿Puede ser que en estos tiempos tan ansiosos por salir a “misionar” se silencie indiferentemente el día en que LA misión se hizo milagro patente, arrasador, constituyéndose para siempre los arquetipos magníficos del misionero, del apóstol, y del cristiano militante? ¿Evangelizar en América dando la espalda a los santos apóstoles que nos precedieron de un modo eminente, sólo explicable recurriendo a las maravillas inagotables de la gracia? Parece necedad, por lo menos.
Y no obstante... hoy, 12 de octubre de 2008, se nos repiten frases como que “hace años venimos buscando ‘cómo ser Iglesia’, para vivir en hondura nuestra vocación del servicio evangelizador (...)”; de la “necesidad de mirarnos para poder renovar nuestro fervor apostólico, discernir en la acción, abrirnos con docilidad al Espíritu, salir a las periferias”; se nos insta a una Renovación del compromiso misionero: “recorrer juntos un itinerario de conversión, renovar el ardor misionero y confianza plena en el Señor y disponibilidad a repensar y reformar muchas estructuras pastorales para ser mejores discípulos misioneros”. Y en este año paulino nosotros insistimos: ¿es que en medio de tanta palabra bonita, a nadie se le ocurre MIRAR HACIA LOS MODELOS, o al menos enterar a los jóvenes de su mera existencia? ¿Es que los santos americanos que dejaron su palabra, su vida y su sangre en ocasiones, no tienen ya nada que enseñarnos, pretendiendo que el Espíritu Santo nos enseñe “recetas magistrales” en dinámicas de grupos? ¿Se cree realmente en la Comunión de los santos, y en la eficacia intercesora de quienes habiendo ya “llegado a puerto” pueden realmente iluminar nuestras sendas desde el cielo, si somos fieles en invocarlos? A menudo se oyen lamentos acerca de la ignorancia doctrinal que aqueja a los jóvenes misioneros, junto a la más bella intención, y los celosos “lobos” (que no pastores) que los orientan se escudan en el consabido “su tarea es lo popular”, y “hay que dar prioridad a la urgencia pastoral”. Concedamos un poco... ¡pero ni eso! Que ya sabemos bien que hay pocas cosas más sencillas y eficaces para animar la religiosidad popular, como el proponer ejemplos concretos de vidas de santos. Pero no se conocen, porque no interesa conocerlos, pareciera. Si al fin y al cabo... nosotros tenemos la “nueva teología”, y entonces seguramente los viejos santos americanos suenan a “preconciliares”... ¡a ver si nos encontramos con algún intolerante que viniera a hablar de una única Verdad, o del Cielo y del Infierno! Santa Rosa, San Pedro Claver, San Luis Beltrán, San Francisco Solano, Santo Toribio de Mogrovejo, S. Martín de Porres, santo padre Pro, Toribio Romo y mártires cristeros, María Antonia de Paz y Figueroa; Hernán Cortés, sí; el apóstol innombrable! No podemos resistir, de paso, a la tentación de referir aquí una cita acerca de su reacción (de verdadera misericordia, propiamente hablando), al comprobar el estado de esclavitud espiritual en que vivían los indígenas: